Conspiración religiosa y machista de Roma contra la sagrada
consorte del Maestro revelada por la revista Nueva Atlántida
María Magdalena
y su fatal destino
'Myriam de Magdala es la verdadera
Jefa de la Iglesia Gnóstica de Cristo'
'La falsa Iglesia de Pedro la insultó llamándola
pecadora y adúltera, para humillar a la mujer'
'El Código de Vinci recupera la memoria de esta
gran Señora pero también introduce datos falsos'
'La Iglesia machista de Roma blasfemó ante Dios
llamando a Myriam de Magdala impura y pecadora'
'El Vaticano lleva dos mil años ocultando y persiguiendo
las enseñanzas esotéricas del Maestro Yeshua ben Yosef'
'El terrible machismo judaico de Pedro propició una tradición
y una Iglesia coja, célibe y sin la sagrada presencia femenina'
(El culto a la energía sexual femenina existe en las tradiciones
orientales, pero ha sido brutalmente reprimido en occidente)
(Las tradiciones tántricas hindúes y budistas consideran que
la energía femenina otorga la liberación espiritual al hombre)
(La senda secreta de la serpiente enroscada Kundalini Shakti
otorga mágicos poderes y conduce a la iluminación suprema)
“Nolite dare sanctum canibus neque mitattis margaritas vestras ante porcos.”
“Ne forte conclucent las pedibus suis en conversi disrumpant vos.”
Estaba observando un puente y vi venir del otro lado a un hombre anciano de pelo y barba blanca. ¡Es San Pedro! me dije en voz alta- Pero en la medida que se iba acercando vi que no era un hombre, sino una mujer. No era sino Myriam de Magdala (o Migdal), la verdadera Jefa de la Iglesia Gnóstica de Cristo. Comprendí casi al instante que existe un templo de piedra y de materia regido por Simón Pedro y un templo sin piedras ni carne, pero que es el verdadero, a cargo de la esposa de Jesús el Cristo.
Luego se sucedieron muchos encuentros hasta el momento en que fui iniciado en el verbo-sacro. Y cedí mi templo al espíritu que desde entonces vive en mí. Y ese espíritu es parte de la verdadera iglesia del Salvador.
- Fluya la verdad entre los hombres.
Me dijo la Celeste esposa. Y he aquí que por imperativo del verbo, cuento lo que me enseñaron, viví y aprendí desde el principio de los tiempos.
“El Código da Vinci” de Dan Brown alude directamente a la figura de Myriam de Magdala. Pero establece una serie de afirmaciones incorrectas, que de nuevo distorsiona la vida y la figura de esta excelsa mujer. La Iglesia de Pedro, no sólo ignoró su mandato, sino que la insultó llamándola pecadora y adúltera, asegurándose así que la mujer no formara parte de la institución eclesial. El miedo a ser superado por la superior inteligencia de Myriam de Magdala, activó la reacción de Simón Pedro, que no sólo la excluyó, sino que como he citado previamente la consideró indigna.
Queda poco tiempo para la llegada del Celeste Esposo, y es justo que se restituya el honor y la consideración que merece su amada Myriam. Y en este empeño y por orden directa de mi Señor, ruego trasladen la información que pongo a continuación a la consideración general de los lectores.
Frater Ovilo Sinistrum
Per opera Domini terrae.
(Transcripción de un registro akásico)
Magdala, 22 de Julio del año -7 AC. (20:00 PM)
-¡Jerob!... ¡Jerob!....
Los gritos desde la orilla Norte del lago, hicieron volver la cabeza al rudo pescador. El pueblo de Magdala se estaba despertando, mientras que los pescadores llevaban ya faenando cuatro horas desde la madrugada. Era verano, y en aquellas latitudes el amanecer es como una suave caricia que reconforta el alma y seda el músculo.
Casi sin aliento los rudos brazos de aquel hombre comenzaron a bogar con fuerza mientras la vela de la embarcación caía sobre la cubierta. El alma en vilo, esperando el viejo milagro del nacimiento de Dios en el seno de una tierna madre, Y es que cada niño que nace en este mundo es un milagro generoso del Cosmos. La noche anterior había dejado a su esposa incómoda y con pequeñas contracciones. La partera y las mujeres de la familia le habían dicho que era cuestión de horas. La pesca de aquel día no iba a ser tanto de pescado, sino de tiernas sonrisas de su retoño.
Jerob remaba con fuerza mientras su mente se disparaba viendo a su hijo bogar ya de mayor junto a si en la cubierta de la destartalada barquichuela.
- Yo le enseñaré. Será el pescador más fuerte de todo el Tiberíades.
No se equivocaba del todo el rudo hombre del lago, pero en el dulce regazo de su esposa no gemía un niño, sino una niña, y sí que sería pescadora, pero no de peces sino de almas.
Se le puso por nombre Myriam, y al nacer en el puerto de Magdala, se le conocería en la Historia como María Magdalena, la que fuera compañera del maestro Jesús el Cristo.
Jerob se había rendido ante las sonrisas y la mirada tierna de su hija, ya no le importaba que fuera mujer en vez de varón. Ya nacería más tarde un niño, pero aquella hija llenaba de alegría el corazón de los esposos y cada segundo de su precario tiempo lo empleaba en sentarse junto a la cuna de su pequeña, mientras que su imaginación volaba, viendo una multitud de nietos correteando por el patio.
- A lo mejor entre ellos nace el Mesías prometido.
Luego reflexionaba suponiendo que se había excedido y quizás, si no era el Mesías, podría llegar a ser el Sumo Sacerdote del pueblo judío, o en todo caso alguien importante que diera a su precaria existencia un significado más elevado que el olor penetrante del pescado que día a día sacaba del lago.
Myriam, que igualmente se llamaba la madre se inquietaba con el paso del tiempo, puesto que su hija no fijaba a veces la mirada en ella o seguía el eco de su voz. Parecía que la niña miraba por encima de las cabezas de las personas que la visitaban o bien se reía y gesticulaba como si en la sombra o en el espacio libre de alrededor de la cuna, se encontraran personajes invisibles. Unas veces lloraba y parecía aterrorizada de la supuesta visión y otras tantas se reía y parecía hacer ademanes de marchar hacia el punto que sólo ella veía.
Cierto día en que la pequeña parecía hablar con un personaje invisible frente a su cuna, aconteció algo que heló la sangre de su madre. Y es que poco a poco, quedamente, vio como su pequeña se elevaba ingrávida sobre el lecho extendiendo los brazos hacia el infinito.
Aquel acto la dejó perpleja pero terriblemente asustada, pero decidió no decir nada a Jerob, puesto que no era algo fácil de explicar a un hombre y mucho menos a las vecinas de un pueblo tremendamente supersticioso. ¿Qué pensarían de su familia si contaba los episodios alucinantes que cada día vivía con su pequeño angelito?
Fueron muchas las veces que la niña levitara en la cuna, otras tantas e incluso con pocos meses, comenzaba a hablar en una jerga ininteligible, con personajes invisibles. Incluso a veces la habitación se llenaba de extraños perfumes como nardos silvestres y con el olor del incienso.
Finalmente Jerob, pudo acceder a estos espectáculos y el miedo y la reflexión se adueñaron del alma de la pareja. ¿Qué estaba pasando?, ¿Qué extraña maldición se había apoderado de su pequeña? Aquellas incógnitas fueron respondidas finalmente sin que nadie del círculo de la familia y del pueblo se percatara.
Cierto día en que los tres venían del oficio en la sinagoga, vieron a un ciego mendigo que como cada día, desde hacía muchos años, trataba de llamar la atención de los seres compasivos para poder meter algo caliente en su mísero cuerpo. Myriam, siempre le traía algunos dátiles o algún mendrugo de pan del día anterior, incluso una vez al mes, Jerob, le obsequiaba con el pez más grande y sabroso de la jornada.
Myriam, depositó en su negra y sucia mano un trozo de membrillo. El ciego giró la cabeza hacia la niña, como si en este instante pudiera ver y con voz muy queda dijo a los padres:
- Habéis engendrado a un ángel del cielo. Ella será la mujer más grande de todos los tiempos. Será maldita entre los hombres, pero respetada y adorada por los que han abierto los ojos del espíritu.
- ¿Qué sabes tú, pobre pecador?
- No son mis palabras, ni mis ojos, sino los del propio Dios de nuestros padres, que se ha hecho mujer en el seno de vuestra hija. No os asustéis ni penséis que el Maligno ha entrado en vuestro hogar. Dios os ha bendecido con su misterio.
Luego el ciego se encogió un poco, volteó la cabeza y comenzó a repetir los salmos del texto sagrado que hablaban de la generosidad hacia los pobres.
Jerob le tomó con fuerza del cuello preguntando sobre sus apalabras anteriores, pero el ciego además de ciego se había vuelto mudo e inconexo. ¿Quién le había revelado aquellas palabras?
El tiempo pasó y los fenómenos anormales de la niña se convirtieron en un celoso secreto para sus padres y para sí misma. Myriam de Magdala aprendió a vivir dos realidades en una misma conciencia.
Finalmente Jerob, tuvo dos hijos más y no sólo prosperó en la pesca, sino que se hizo con dos barcas más. Dios les había bendecido y la prosperidad reinaba sobre su casa. Eran una familia acomodada y los padres buscaban un buen partido para su querida hija.
A los seis años, Myriam tuvo una experiencia terrible, que la marcaría para el resto de sus días. Fue en la noche de su sexto cumpleaños. Se había acostado como cada día, pero no podía dormir. Por el resquicio de la ventana comenzó a ver un extraño resplandor. Era una luz rojiza, inquieta y penetrante que iba invadiéndola, a la vez que un frío gélido y maligno le hacía acurrucarse sobre sus rodillas flexionadas. Luego comenzó a formarse una sombra luminosa frente a su lecho y en pocos segundos apareció una extraña figura a la vez, bella, pero inquietante.
- Yo soy Musaray, el Príncipe del Fuego y de la Noche.
Acercó su mano sobre el vientre de la niña y ésta se acurrucó aún más, como si de una pelota desmadejada se tratara.
- Yo te maldigo. Haré de tu vientre un cenagal estéril. Y daré muerte a todos y cada uno de los que yazcan contigo. Tal es el destino que te espera.
Myriam, no podía entender lo que en su corta edad, le revelaba aquella perniciosa presencia, fueron luego en los años sucesivos, cuando pudo redimensionar aquella tremenda experiencia, que le acompañara hasta su muerte.
Myriam fue, sin duda la clarividente más dotada, no sólo de todo su tiempo, sino de toda la Historia Humana. Ella veía con nitidez donde el ojo humano no llegaba, ella escuchaba el dictado silencioso de las esferas; ella podía dialogar con los gnomos y mover la materia con el pensamiento.
Gaia; la gran madre, vivía en ella y eran un solo ente, por eso la mariposa y el león la obedecían, la entendían, la veneraban, por que por un tiempo, la Tierra y ella se fundieron en el misterio femenino del Dios viviente.
Joel
Myriam crecía feliz. Una extraña belleza iba definiendo un cuerpo esbelto de proporciones perfectas. Pelo con tintes rojizos, rizado y abundante, cubrían su cabeza. Su vestido era elegante, como correspondía a una familia de buen nivel económico. Los ojos almendrados. Pestañas largas, espesas y arqueadas. Toda esta figura se rodeaba de una extraña aristocracia, impropia de una hija de pescadores, que propiciaba un atractivo natural, no ajeno a los varones de Magdala y de los pueblos costeros del Tiberíades.
El día en que cumplía los quince años tuvo una experiencia que al igual que la que tuviera a los seis años, marcó su futuro en forma decisiva. Fue al rayar el alba. Estaba desperezándose cuando una figura hermosísima y voluptuosa, envuelta en sedas negras trasparentes apareció ante si. La tela dejaba ver unos senos perfectos y abundantes, unas caderas sensuales y una cara seductora.
- Myriam; yo soy Lylith, la primera mujer de vuestro padre Adán. Fui expulsada por Dios del Paraíso por no haber querido dar hijos a mi esposo. Yo he sido adorada por muchos pueblos como diosa del amor, del placer y de la sensualidad. Yo soy quien más ama al hombre, pues en mi regazo duermen los guerreros más fieros, los más pobres y los más ricos. Todos me desean, me imaginan, me dibujan en sus fantasías. Yo he amado más que ninguna, pero Dios me maldijo por miles de años, sin descendencia. Vengo a ti para entregarte mi calor, mi sabiduría, mis artes. Disponte a recibir a tu esposo. Sé feliz, disfruta de los placeres de la carne, pero preserva tu corazón pues se romperá luego en mil pedazos. Yo haré que todo hombre te desee. Cabalgarán sobre ti los seres más grandes del mundo, pero tendrás que pagar un precio.
Myriam, estaba acostumbrada a hablar con los muertos, con los ángeles, con los gnomos, con los eolos del viento o con las salamandras del fuego, pero aquella mujer despertaba en ella, no sólo el conocimiento del espíritu, sino que todo su cuerpo se erguía con un extraño deseo sensual.
- ¿Qué precio he de pagar?
- Tu vientre será cálido, placentero para tu amante, pero estéril como el desierto. No tendrás hijos.
Para una mujer judía, no tener hijos, era el mayor de los castigos. Myriam, se entristeció a la vez que maldecía su destino. ¿Por qué era maldita? ¿Qué pecado había cometido?
- Antes de nacer, en otras tierras, con otro rostro, en otro tiempo, mataste los frutos de tu vientre. Ahora tu espíritu aprenderá el dolor de la flor con espinas, de la higuera sin fruto, de la tierra estéril. Tal es la ley de vuestro padre Moisés: “ojo por ojo, diente por diente”. Nada ni nadie puede escapar a la Justicia de Dios y de sus ángeles.
Aquella visión se metió en sus entrañas, y cada mes, en que renovaba su condición de mujer, volvía el recuerdo vivo de Lylith, recordándole su negro destino. Y es que para la mujer judía sólo la maternidad la elevaba a un determinado grado de respetabilidad. En aquella sociedad, la mujer contaba poco o nada y la jerarquía social sólo lo establecía el ser madre de una gran prole o de algún personaje significativo del pueblo. Myriam, no podía aceptar tal destino, y cada día de su existencia, se decía a sí misma, que aquellas visiones no eran sino fruto de su imaginación. Y es que para todo clarividente, separar lo real de lo irreal, lo imaginado de lo premonitorio, es un ejercicio de supremo esfuerzo, que termina sometiéndole al miedo, a la inseguridad y a una forzada humildad.
- Señor; ¿porqué me has dado este castigo? Por qué veo donde los otros no ven. Sueño lo que los otros no sueñan y vivo acompañada día y noche de presencias extrañas, que rompen mi intimidad y descubren mis vergüenzas.
Pero Dios le enviaba como respuesta otras visiones, que acentuaban aún más su desesperación. Myriam era un objetivo prioritario para el Maligno y sus cohortes y desde su nacimiento y hasta el día de su muerte, no dejaron de tentarla de asustarla y de buscar su aniquilamiento. Sólo los clarividentes saben la tremenda batalla que se vive en el aparente vacío que ve el ojo humano. Allá donde existe la nada, el que está dotado con los ojos del espíritu ve una legión de entidades, de formas, de universos paralelos. El Señor del Mal, establece siempre su estrategia en función del calibre de su enemigo. Si este u otro ser va a producir luz, conocimiento o ciencia al ser humano, el Mal le ataca con todas sus armas disponibles y con toda una legión de entidades disuasorias, que buscarán aniquilarle. A veces el ataque se dará a través de los seres más queridos o desde la aparente línea del bien o de la virtud. La astucia es una de las armas más eficaces de dichas entidades.
Joel, era un pescador abnegado y fiel servidor de la tradición judía. Contaba con treinta y tres años, cuando pidió a Jerob le concediera como esposa a su hija Myriam. Y fue exactamente cuando ésta contaba con dieciocho años y un mes, cuando ambos unieron sus vidas de mano del rabino que ofició la ceremonia de su matrimonio.
En el cielo; en el Universo invisible para el hombre, el Dios Marte y el Dios Neptuno se juntaron para celebrar dicha ceremonia y ambos se alegraron de ser los padrinos de ambos cónyuges. Ares, apadrinó a Joel, y delegó en éste su fuerza, su coraje y su temeridad. Neptuno apadrinó a Myriam, entregándole la dulzura, la mística y la sensibilidad. Así pues, en el Cielo y en la Tierra se regocijaron los sabios, los místicos y los hombres de bien. Pero en el abismo, donde yace el mal, Musaray comenzaba a establecer una estrategia para romper dicha felicidad.
Fueron tiempos de absoluta felicidad. Myriam vivió apasionadamente esta unión. Joel por su parte, se entregaba con amor a su trabajo. Reinó la prosperidad en sus días. Todo hacía pensar que aquella felicidad duraría eternamente. Myriam, recordaba las visiones de Musaray y de Lylith, pero se negaba a aceptar que de su vientre no naciera fruto alguno, por eso buscaba cada noche a su amante pidiendo al cielo que fuera sembrada con la semilla de la vida.
Fue al año, cuando Myriam descubrió gozosamente que estaba embarazada. Finalmente sus visiones habían sido una obsesión equivocada. Quizás Dios en su infinita misericordia le había perdonado de sus pecados de otras vidas. La felicidad compenetraba cada átomo de su cuerpo y gozosa se apresuró a contar a sus padres y a sus hermanos la feliz noticia. Pronto habría otro pescador en la familia. Joel, presumía ante sus compañeros de la buena nueva. Por un breve tiempo la felicidad reinaba en este hogar.
Pero Musaray no descansaba y noche tras noche buscaba la manera de destruir el fruto del vientre de Myriam.
En el quinto mes de embarazo, Myriam soñó que su dentadura se pudría y que se quedaba sin dientes. Al levantarse comenzó a presagiar que algo malo iba a ocurrir. Pero no le dio tiempo a consultar al oráculo del pueblo, puesto que un reguero de sangre comenzó a empapar su túnica, dejando encharcada la estancia. El fruto de su vientre se había marchitado.
La madre de Myriam acudió presurosa a atender a su hija que en los dos días sucesivos había entrado en un estado febril y delirante próximo a la muerte. Se solicitó los servicios de la partera del pueblo, que acudió presurosa a atender a la enferma.
- Esta mujer se muere. Hay que expulsar el fruto de su vientre pues está sin vida.
Myriam gritaba como una posesa, entre el delirio y la fugaz realidad de su fiebre.
- ¡No!.... ¡Mi hijo vive!..¡Mi hijo vive!.... ¡Dios me lo ha dado!.... ¡Dios me lo ha dado!
Las lágrimas de la madre y los gemidos de Joel, teñían la atmósfera de desesperación.
- ¡Maldito seas Musaray; hijo del Seol y de una ramera!….. ¡Maldito seas Musaray!... ¡Malditooooo…!
Los presentes se preguntaban a quien estaba maldiciendo. Seguramente la fiebre le hacía delirar en una jerga ininteligible. Pero el dolor, la fiebre y la amargura sellaron los labios de Myriam, quedándose sin sentido.
La partera abrió las piernas de la frustrada madre y con un cuchillo romo, parecido al que se usa para podar las viñas, introdujo su mano por la matriz expulsando el feto muerto que durante tantos días había forjado nuestra heroína. Luego introdujo una tintura de hierbas a base de tomillo, romero y otras especias diversas y limpió el útero rayendo con el cuchillo cada rincón de sus entrañas. Pero aquello que le debía salvar la vida, fue no obstante, lo que le causó en igual medida la esterilidad perpetua.
Aquella patética y dolorosa imagen no sólo tenía como espectadores a sus familiares. Por encima de todos ellos sobresalía la cabeza de un ser con apariencia angelical, pero rodeado de culebras sobre su cabeza, del que salía un frío nauseabundo. Era Musaray, Un arcángel del mal, que finalmente había conseguido su macabro propósito.
- ¡Benditos vosotros lectores que no le habéis visto!, que no visite vuestra casa, que no duerma en vuestro lecho, que no coma de vuestra comida, pues si así ocurriera, seréis objeto de desgracia.
Myriam solapaba su tristeza con el velo negro que cubría su magnífica belleza. Fue desde ese instante que comenzó a “vivir sin vida”, a morir poco a poco. Comenzaba a comprender resignada que se puede vencer a una tormenta o enfrentarse al mayor de los ejércitos, pero nadie, absolutamente nadie puede romper la “Ley de los retornos”, la Ley de Moisés: “ojo por ojo, diente por diente”. Ella, no era castigada por Dios, ni siquiera por Musaray, sino por los pecados de otra vida. Es por eso que el Ángel del Mal podía actuar. Comprendía entonces que todo ser vivo está sujeto a la férrea Ley de causa y efecto. Comprendió que nada, absolutamente nada, ni el pensamiento más breve y recóndito del alma, puede pasar desapercibido a esta Ley. Estos pensamientos que comenzaban a forjar una conciencia plena de Myriam, serían luego comprendidos por otro maravilloso ser, que el destino le mostraría en el futuro. Pero no terminaron aquí sus desgracias.
En el mismo tiempo y en el Olimpo, el Dios Saturno, celoso de la dulzura de Myriam, se enfrentó al padrino de Joel; Ares, diciéndole:
- Si yo no puedo tener a esta mujer, ella tampoco tendrá a su marido.
De nada valieron las argucias y la fuerza de Marte, frente a la sibilina sabiduría de Saturno, y fueron cuatro días antes del veintitrés cumpleaños de Myriam cuando de nuevo, el dolor, tiñó de luto el alma de aquella sufrida mujer. Joel, el bravo pescador, el más valiente de los ribereños de Magdala, había muerto ahogado en el lago, después de que su embarcación extrañamente había hecho agua, sin que nadie pudiera entender cómo se había podido producir tal hecho, cuando de un experto pescador se trataba.
Myriam se abnegaba en llanto. Los primeros meses se ocultaba de la gente. Vivía en su triste penumbra en la casa de sus padres. ¿Cómo era posible tanta desgracia? Jerob y su esposa Myriam, comenzaban ahora a rememorar los extraños acontecimientos que vivieran con su hija en su infancia, y retornaron las dudas sobre las causas o las maldiciones que, acaso, pudieran poseer a su pequeña.
Pasaron varios años, sin que la vida de Myriam aportara otra cosa que monotonía, resentimiento y tristeza. Ocupaba su tiempo ayudando a su familia y se consolaba con los hijos de sus hermanos. Una fría losa había caído sobre su corazón. Ella jamás podría amar a otro ser. Pero Dios no pensaba lo mismo y entre las miles de visiones y de percepciones diarias que experimentaba cada jornada, se dio una especialmente significativa.
Era un atardecer. Myriam estaba paseando al borde del lago, cuando vio venir sobre las aguas una brillante luz, que en forma de una enorme rueda, se puso sobre su cabeza. Luego de la rueda salió un rayo luminoso que llegaba hasta el suelo. Poco a poco sobre el suelo se formó un círculo de luz cegadora. Se aproximó más al círculo y sus ojos se maravillaron al ver a un ángel del señor. Ella sabía que era un ángel, puesto que desde niña, le habían visitado y los conocía mejor que a los propios humanos.
- Bendita seas, Myriam. Veneramos en ti a la madre divina que yace en tu corazón. Te preguntarás el porqué de tanto dolor. Pensarás que eres maldita y que Dios te ha abandonado. Pero no es así. No permanecerás viuda por mucho tiempo. Dios te ha probado en el dolor, pero este camino de espinas no ha terminado todavía. El Señor te desposará pronto con el Maestro del dolor Supremo. Es por esto que su novia tiene que estar a su altura.
Myriam, no podía comprender cuanto le decía el Ángel y replicó airada:
- ¿Por qué yo no puedo ser como otras mujeres que envejecen con sus hijos y sus nietos hasta el final de sus días? ¿Qué pecado he cometido yo, o mis padres?
- Imagina que tienes una casa y tus hijos viven despreocupados y felices en ella. Imagina que la casa se ve amenazada por el mal, la enfermedad o la guerra. ¿No darías tu vida para salvar a tus hijos? ¿No te esforzarías por preservar a los seres que tanto amas?
- Si, lo haría con gusto.
- Entiende por tanto Myriam, que Dios se vale de sus seres más queridos, para que con su sacrificio puedan vivir felices los inocentes y los pobres de espíritu. Es por eso que el que más conciencia tiene, más se entrega, más trabaja y se abnega por sus semejantes. Dios se regenera día a día en sí mismo mediante el dolor de los que más ama. Pocos entienden este misterio. Pero benditos serán eternamente los que han dado su vida y han sufrido por sus semejantes. Tú eres la esposa del Sol. Tú eres la sombra del luminoso astro que nos alumbra por la mañana y cuando el Sol se apague, tú brillarás con más luz que nadie lo ha hecho en toda la Historia del hombre. Bendito sea el que comprenda este misterio.
Myriam no podía comprender en ese momento lo que el destino le reservaba, pero aquella visión le reconfortaría después, en los últimos años de su vida, pues del supremo dolor de su corazón, nació la semilla de la vida, que diera sentido a la continuidad de los seres humanos. En ella se daría uno de los misterios más trascendentes de la naturaleza de Dios. Es por eso que todos los hombres somos deudores de su sacrificio.
Juan el Bautista
Ocurrió entonces que en el Jordán en la fuente del Engadí, predicaba un profeta llamado Juan. Era un hombre de Dios, que vivía en una cueva y predicaba la limpieza del cuerpo y el alma. Había sido educado entre los santos esenios del Qumram y vivía en la austeridad total, alimentándose de miel y de langostas.
Juan tenía muchos seguidores, puesto que de su boca salía la suprema sabiduría. Era el Maestro del verbo. Cuando hablaba, la tierra se estremecía, los árboles lloraban y los seres humanos eran seducidos en el espíritu. Otros lo temían, y unos pocos lo odiaban.
Los celotes le tentaban para que liderara la liberación del yugo romano. Pero él era un profeta de Dios y no un caudillo. Esto generaba controversia en torno a su verdadera misión. Incluso Herodes recelaba de sus palabras y de su verdadero papel de profeta.
Myriam supo de la santidad de este hombre y fue a buscarle para que consolara su atormentada alma. Contaba entonces con veintiséis años y permanecía viuda, esperando al esposo que le había anunciado el Ángel.
Cuando Myriam escuchó la voz del profeta, su alma se desgarró por dentro, pues mientras que los corazones de los hombres se rendían ante la vibración de la voz, ella, veía que sobre sus palabras caminaban partículas de luz. Este ser no hablaba por sí mismo, sino que Dios le revelaba las palabras. Nada podía dejar de conmoverse en su presencia.
Myriam alzó la vista y vio sobre la predicación del Bautista un águila inmensa que daba vueltas y vueltas, hipnotizada por la luz invisible que desde una extraña “nube” se proyectaba sobre Juan. Sólo ella con los ojos del espíritu, veía que el profeta no estaba solo, que los ángeles del Señor estaban con él.
Los primeros días ella se ponía en la parte más alejada de la multitud de personas que acudían a escuchar la palabra de Dios. Pero Juan la vio a pesar de su timidez y le dijo:
- Qué haces tú ahí mujer, comportándote como sierva, siendo tu Reina entre las reinas.
Myriam no daba crédito a lo que escuchaba. Se acercó despacio y dijo:
- Bautízame, profeta de Dios, pues yo quiero ser digna del Reino de Dios sobre la Tierra.
- Sólo los pecadores tienen que ser bautizados.
Y Myriam de Magdala no volvió a la casa de sus padres. Pues fue una más entre los discípulos de Juan. Allí conoció a Andrés, y a Juan, el que fuera después el discípulo amado del Cristo.
Juan conocía absolutamente todos los textos sagrados y tenía el don de la profecía, pero Myriam le enseñó a dialogar con los ángeles del agua, del viento, del fuego, de la tierra, de la luz. Myriam le enseñó a entonar el canto de los gnomos, y ante los ojos asombrados del profeta, las plantas se movían, el agua se convertía en hielo y los pájaros se posaban en los pelirrojos cabellos de la Magdalena. Ahora el Verbo se había perfeccionado, pues en Juan vivía el Verbo macho y en Myriam el lado femenino de este don andrógino que sólo unos pocos poseyeron y aún poseen sobre la Tierra.
Y ocurrió que la fuerza del andrógino les poseyó en muchas ocasiones y fueron arrebatados al deseo carnal, para satisfacer el cálido ardor de sus cuerpos. Y se fundieron en maravillosos abrazos, caminando por la senda de la serpiente, hasta encontrar la iluminación suprema. Y con esta unión se complacía el Señor de la Tierra, que era Juan, y que antes hubiera sido Elías, y se complacían los ángeles del Señor.
Finalmente Myriam podía olvidar a Joel sumergiéndole en las aguas del tierno recuerdo.
Y fueron muchas noches y muchas horas de felicidad. Pero Musaray estaba al acecho y no permitiría que esta felicidad durara mucho.
Salomé
He aquí lo que me fue revelado. Y que turba mi corazón desde entonces pues quizás sea la respuesta onírica a la incógnita de la muerte de Juan el Bautista, o el comienzo de mi propia locura.
Habiendo escuchado Salomé, la hija de Herodías, esposa esta, a su vez de Herodes, que Juan predicaba en el Jordán se dispuso a escucharle. Tomó por tanto a sus sirvientes y se presentó ante el profeta.
Aquel día Juan estaba pleno del verbo de Dios, y todos los presentes se cautivaron. La bella Salomé quedó prendada de aquel hombre vestido con pieles y con barba desaliñada. Ella había tenido sobre sí a hombres bellos, ricos y poderosos, pero aquel patán, le atraía con una fuerza inusitada.
Myriam vio con los ojos del espíritu que Musaray compenetraba el cuerpo de aquella bella muchacha, pero permaneció callada.
- Juan, líbrate de Salomé, pues ella te traerá la maldición.
- ¿Qué tengo que ver yo con ella, mujer? es hija de una adúltera pecadora.
Myriam sabía que Juan era puro, pero que su pecado anterior era la mujer, es por esto que el “tentador” se revistió de belleza y de seducción para en los días sucesivos vencer la resistencia del profeta.
Y fue en la séptima visita que Salomé pidió ser recibida a solas, sin testigos, puesto que como hija de reyes le correspondía tal honor, y así fue. Y ocurrió que Salomé sedujo al profeta y cohabitó con él. Y de esa unión, quedó en cinta. Y esta es la sagrada verdad que fue ocultada a los profetas a los hombres y a la Historia. Fue sola una vez, pero hasta el Señor de la Tierra, en este reino de la Dualidad se vio sometido al dictado de la materia y cohabitó con su anterior destino y con Musaray, que vivía entre las carnes de Salomé. Y fue por esta causa que Herodías pidió la cabeza de Juan el Bautista, puesto que jamás la esposa de un Rey podía aceptar que una princesa tuviera un hijo de un patán, de un súbdito de Roma y de un loco visionario. Pero prosigamos con los acontecimientos:
- Myriam, he pecado, a pesar de tu advertencia. Me he dejado llevar por la carne. ¿Cómo puedo yo ahora predicar a los demás sobre la pureza, cuando he cohabitado con una mujer impura? No puedo sino morir. He pecado contra el Señor y contra los hombres. He perdido el respeto por mi mismo. He fracasado. Ya no predicaré más y me retiraré al desierto para pagar mi penitencia, hasta que el Señor me perdone.
- No Juan, aún no es el tiempo, puesto que el Señor te quiere para que oficies mi casamiento.
Juan no entendía nada, pero tampoco Myriam entendía quien le había puesto esas palabras en su boca.
Aquel acto fue el comienzo del declive del Bautista. Aquel hecho fue el que precipitó su muerte. Los próximos días serían por tanto consecuentes con la decisión final de morir y dejar su ministerio. Pero tal y como le había dicho Myriam, todavía quedaba una ceremonia.
Y ocurrió que estando predicando Juan sobre el Jordán, apareció Jesús el Nazareno, que acudió a ser bautizado. Y se paró el cielo y el tiempo. Y he aquí que el Señor de la Luz, se presentó ante el Señor de la Tierra y dijo:
- He venido a que me bautices Juan.
Y el Bautista vio sobre él la luz inmaterial del espíritu. Y supo que aquel símbolo era el que esperaba, que aquel hombre que se postraba ante él era el Mesías Prometido.
- ¿Cómo el súbdito ha de bautizar al Señor? Soy yo pecador quien debe ser purificado.
- Tú eres el Señor de esta casa. Sólo si tú lo permites podré yo reinar por un corto periodo de tiempo. Hágase la voluntad de mi Padre.
Y Jesús entró en el agua, sumergiéndose por entero. Y ocurrió que una extraña “nube” se posó sobre la cabeza de todos los presentes.
Y Jesús el Nazareno no salía del agua, y Myriam, Andrés, Juan el que sería discípulo amado de Jesús y los discípulos del Bautista comenzaron a inquietarse. Y he aquí el misterio de los misterios, pues Jesús se ahogó en el agua y su espíritu compenetró al joven Juan evangelista, y en la carne de Jesús entró el Cristo.
Y de la extraña “nube” salió un rayo luminoso que entró en el agua y elevó a Jesús, que ahora era el Cristo, pues en su carne vivía el propio Sol, el principio de la vida, el alfa y el omega de nuestra existencia. Y esa luz tan brillante tenía una “sombra” adosada a su lado, que se metió en el cuerpo de Myriam de Magdala. Y desde ese momento el andrógino solar se hizo hombre en Jesús y mujer en Myriam. Tal es el matrimonio alquímico que realizó Dios, y toda unión de Dios es sagrada ante los hombres, y es por eso que la Iglesia blasfemó ante Dios llamando a Myriam de Magdala impura y pecadora.
Sólo los que ven con el ojo del espíritu saben que digo la verdad. Sólo unos pocos comprendieron y aún comprenden el misterio de aquel sagrado acto.
- Hermanos míos, es necesario que yo disminuya y El crezca. Juan, Andrés y tú Myriam y todos mis amigos y discípulos, mi misión ha terminado. Id con Él, pues es en Él y por Él que os vendrá la salvación eterna.
- ¿Cómo vamos a seguir a un extraño?
- Dejaros guiar por el espíritu, no por el corazón, pues hay que morir en el corazón y los apegos para seguir a Dios.
Y Myriam marchó a la búsqueda de su andrógino, y con ella, el joven Juan que llevaba consigo el espíritu del Nazareno, Andrés, y otros ciento cuarenta y cuatro discípulos. Y Juan el Bautista, el Señor de la Tierra dejó su casa libre para que sobre ella reinara el Señor de la Luz. Y provocó a Herodes, buscando su muerte, por que su misión había terminado entre los hombres y por que había pecado y ya no podía predicar más una verdad que él había incumplido.
Musaray rió una vez más, puesto que se había cumplido la maldición y Myriam de Magdala tenía que asistir impotente y con una tremenda tristeza a la muerte de quien antes había yacido con ella y había sido su esposo.
Pero Lylith la sensual mujer de Adán, ayudaba en la sombra a Myriam, y serían muchas las noches en que la viuda del pescador y del profeta, gozaría del amor con su esposo solar.
Con Jesús el Cristo
Una extraña mezcla de sensaciones contradictorias peleaba en el corazón de Myriam. Por un lado la tremenda tristeza de la despedida de Juan, a quien tanto había amado. Por otro la tremenda atracción indescriptible que desde el día del bautismo, sentía por el Nazareno.
Juan y Andrés fueron reclutados en las filas del joven profeta ahora cristificado. Los 144 discípulos del Bautista, no podían formar parte del clan. La diferencia cultural, psicológica y espiritual de estos, con los discípulos de Jesús era muy grandes. El Mesías no podía juntar ambos rebaños. Optó por tanto, en enviar a los discípulos del Bautista de dos en dos a recorrer el mundo anunciando la Buena Nueva de la llegada del Reino de Dios y la necesidad del bautismo y de la purificación. Fueron estos los que exportaron la idea crística por toda la Europa conocida.
Los doce que quedaron con el Maestro tenían una tremenda rivalidad con los del Bautista, al no aceptar su condición poco cultivada de pescadores, al contraste con los esenios, cuya virtud y disciplina estaba probada desde tiempos inmemoriales.
Pedro, ardoroso y combativo aceptaba aún peor el que Myriam de Magdala permaneciera junto al Salvador. Los reproches hacia su presencia eran constantes y junto a él, los otros apóstoles, tampoco compartían dicha presencia. Sólo Juan el evangelista y Andrés, toleraban y amaban a Myriam de Magdala, puesto que habían sido todos ellos discípulos del Señor de la Tierra.
Pero si no se toleraba su presencia, menos se toleraba aún los rumores de que Myriam había yacido con el Bautista, siendo por tanto dudosa su reputación y comportamiento (1).
Pero lo que une el cielo, no puede separar el hombre y Jesús, ahora el Cristo, no podía realizar su misión como Avatar de al Era de Piscis, sin su andrógino femenino. Al igual que a Moisés le fuera impuesto Shefora, al Redentor le fue impuesto Myriam. Y el Cristo que en su dimensión es macho-hembra, se había perfeccionado en esta dimensión viviendo y encarnando entre ambos. Y es siempre que la evolución más rápida, más feliz y más ordenada se realiza siempre en pareja. Pero el terrible machismo de Pedro y los varones de su generación propició una tradición y una iglesia coja, célibe y sin la sagrada presencia femenina. Aún hoy las mujeres ocupan en la religión católica un lugar secundario.
Jesús, se había retirado a dialogar con el Padre. El resto de los discípulos estaban preparando la mesa para la cena. Myriam de Magdala se retiró del grupo y siguió los pasos del Nazareno. Pedro le gritó:
- Mujer, ¿No sabes que el Maestro ha prohibido seguirle cuando va a conversar con el Padre?
- Nunca me lo ha prohibido a mí. No molestaré su oración. Seré como la culebra silenciosa que se esconde entre las piedras.
Y salió presurosa tras el Salvador.
- Esta mujer esta poseída por el diablo.
Los apóstoles miraban con reproche la osadía de aquella mujer que a toda costa quería estar con el Maestro.
La Luna de aquellas latitudes rellenaba de tonos plateados cada partícula de vida que duerme en la plácida noche. Jesús estaba sentado mirando a una extraña luz que parpadeaba en el horizonte.
Myriam se acercó por detrás silenciosa. Pequeños susurros llegaban a sus oídos. Por un lado sentía el pudor de escuchar al Señor, pero el corazón le impulsaba a seguir y fundirse con el Maestro. A escasos tres metros de Jesús, podía escuchar nítidamente las palabras del Mesías dirigidas a su Padre. Pero por más que se esforzaba en mirar en la penumbra, no podía ver a ninguna otra figura. Se acercó aún más, casi hasta sentir el aliento de su amado y tampoco veía al Padre. Sin duda estaba hablando con el Padre que está en los cielos y que no tiene forma. Así entendía ella que era el Gran Creador del mundo.
Finalmente pudo ver a Jesús hablando pausadamente, dirigiendo el sonido a una pequeña caja negra que tenía en su mano. ¿Acaso estaba el Padre metido en aquella cajita? ¿Cómo es que el Padre podía vivir en una pequeña caja, siendo el creador de todo lo visible y lo invisible?
Jesús giró la cabeza y mirando con una gran dulzura a Myriam, dijo:
- No está aquí mi Padre, sino en esa estrella que parpadea y ven tus ojos en el horizonte.
Myriam, sabía que al padre que se refería el Cristo no era el esposo de Myriam, la madre del Salvador, José el carpintero, pues éste había renunciado a entender a su hijo, al considerarlo un ser “raro”, que no se comportaba como sus hermanos mayores, habidos de su anterior matrimonio. Es por esto que Jesús el Cristo siempre había buscado un verdadero padre, dado que el que le había sido designado en forma terrenal, nunca le llegó a comprender, ni hablar, ni amar. Sólo su madre y el Padre del cielo eran sus verdaderos tutores en esta existencia.
Y señaló una luz más grande de lo normal, de color plateado, que cambiaba de color y producía destellos. Alguno de los cuales, iluminaba intermitentemente la escena de ambos en la plácida noche.
- En esta caja está la boca de mi Padre. Él escucha cuanto yo le digo y en igual medida yo escucho su voz y la de sus ángeles. Nadie puede escuchar su voz sino yo, su hijo y nadie debe saber cuanto has visto y oído.
Aquel secreto fue guardado hasta la muerte por Myriam de Magdala. Sólo ahora ha sido autorizado revelarlo, pues es sólo ahora cuando unos pocos que lean, sabrán a que me refiero y la mayoría rechazará con incredulidad cuanto aquí narro y allí realmente aconteció. Y aquella extraña estrella que brillaba en forma diversa al resto de las que se asomaban en el horizonte un día descendió a tierra en el Monte Tabor. Y Jesús fue ascendido a ella y junto a él Moisés y Elías ocuparon sendos lugares. Y Pedro, Santiago y Juan, pudieron acceder a la gloria de Dios viendo a los tres plenos de luz y de sabiduría. Y es por eso que supieron que el Mesías no estaba solo, sino que la “casa” del Padre estaba siempre próxima y en dicha casa vivían y aún viven Moisés y el que fuera arrebatado en un carro de fuego “Elías”. Tal es el misterio de los misterios que sólo los que han sido señalados en el espíritu entendieron y aún hoy pueden entender.
Fue en aquel momento, en la oscuridad de la noche y ante la presencia de la “Casa del Padre” cuando se culminó la unión de la Pareja Solar. Y la luz hecha carne se revistió de puro amor y de deseo, y cohabitaron ante la presencia de los ángeles del cielo y de las bestias de la Tierra.
No mediaron palabras, pues las bocas estaban mudas, no mediaron reproches pues el deseo colmaba cada inquietud, no mediaron preguntas, ni respuestas, ni pausas, ni vacilaciones. El Sol poseyó a la sombra y la sombra apagó el Sol y fueron Uno. Es por esto que en las bodas alquímicas, desde aquel tiempo, empleamos el Sol y la Luna para producir la transubstanciación, pues conmemoramos la unión del Uno y de la Otra, del Alfa y el Omega, del principio y el fin.
Lágrimas de una absoluta felicidad colmaban el alma de Myriam, pues el Avatar de Piscis, el Cristo hecho carne yacía en ella y en ella estaba, y con ella latía en un solo hálito de vida (2).
Y Myriam pareció ver entre los árboles a Lylith, que sonreía feliz, pues cada mujer enamorada que se funde con su andrógino alimenta a quien fuera expulsada del paraíso por el pecado de amar sólo a su amado. Por no querer repartir el amor de su enamorado con sus hijos.
Fueron muchas las veces que los amantes se fundieron en una unidad y en cada lazo el andrógino vertía luz y sabiduría entre ambos. Y el calor de la unión subía por el camino de la serpiente hasta iluminar el sol de la frente. Y comulgaban en Sagrado Satori con el Uno. Es por esto que a menudo veían los apóstoles en la cabeza del Cristo y en la de Myriam una extraña luz que se apagaba quedamente después de haberse retirado ambos a “orar con el Padre” amándose en un solo ser.
Juro por el Cielo y la Tierra, por el sagrado y supremo bien que inunda los espíritus de los hombres, que esto es cuanto se me dejó ver y que esta es la santa verdad de aquel misterio…….
Myriam de Magdala mostró a Jesús cuando le había sido enseñado por Juan el Bautista. Y éste le contaba a su vez lo que escuchaba de su Padre y de sus ángeles que viajaban en la nube metálica.
- Escucha mi Señor, la oración que me ha sido revelada en mis sueños y observa el milagro que se produce al cantarla:
!... Ti gua ye ...Ti gua ye...
ken na de kena…
ken na de kena…
Ti gua ye…Ti gua ye…
Ken na de Kena…
Ken na de Kena...!
Myriam entonaba con dulce voz y con persistencia aquel mantram sagrado a la vez que su rostro se transformaba en una extraña beatitud luminosa. Jesús la observaba atónico y a la vez contagiado de aquel cadencioso ritmo imparable. Al cabo de media hora ambos recitaban dicho canto sin poder parar. Sus cuellos se enderezaron como queriendo llegar al cielo. Sus manos se alzaron inconscientes hacia lo alto y sus ojos se llenaron de una maravillosa luz que procedía del Cielo. Los pájaros cesaron su canto, la chicharra y el grillo acallaron sus letanías. El viento paró repentino. Un halo luminoso envolvió a la pareja sagrada y junto a ellos se formaron siete figuras resplandecientes. Eran los ángeles del fuego, de la tierra, del agua, del aire, de la luz, de la noche, y del día. Se formó a continuación un pasillo de luz desde el Cielo a la Tierra y al final del corredor apareció la casa del Padre repleta de esplendor y de poder. Y comenzó a caer sobre los hombros de los amantes, el antiguo maná que fuera dado por Yahvé a los antiguos patriarcas en el desierto. Y este milagro duró un breve tiempo que les pareció una eternidad y sus cuerpos se llenaron de la Gloria del Padre y fueron más jóvenes, más sabios y más santos. Y esta comunión fue repetida en muchas ocasiones por la Pareja Solar sin la presencia del resto de los apóstoles.
Guardaros de cantar este canto si vuestro cuerpo no esta limpio, si anida el odio o el resentimiento en vosotros, si no tenéis fe. Pues es un canto sagrado que atrae el bien o el mal, pero que realiza el milagro de la presencia. ¡Cuidado, descuidados lectores! No sea que al recitarlo numerosas veces, en la soledad de la montaña, veáis la presencia de la casa del Padre, de sus ángeles, de los gnomos y de la salamandras del fuego. ¡Cuidado incrédulos y racionales lectores de este relato!...no sea que este salmo funcione y comience vuestro calvario. Pues es mejor vivir en la ignorancia, en la incredulidad y en el escepticismo. Seguir con vuestras cómodas vidas que sólo aprecian lo que ven, lo que tocan o lo que entra por los ojos de la razón…..Y si finalmente este canto abre las puertas del misterio; guardad el más profundo de los secretos. Sellad vuestros labios ante el ciego, el prepotente y el ignorante. Sabréis entonces lo que es la soledad en el conocimiento y la marginalidad de la sabiduría. Será entonces cuando descubráis que no estáis vivos en esta dimensión, sino en la otra. Será el comienzo de vuestra muerte física y de vuestra verdadera iniciación en el silencioso misterio.
El Grial
- ¡Señor!...¿Por qué hemos de hacer caso a esta mujer? (3)
- Simón, no debes juzgar desde la tradición de tus padres, pues también en la mujer vive la luz del espíritu.
- ¿Pero qué dirán las gentes si saben que nos manda Myriam?
- Sólo si te vuelves como un niño podrás razonar desde la observación y no desde los prejuicios. Ella ha sido bendecida por mi padre y es una más entre vosotros.
Los doce se habían levantado al amanecer y habían caminado hasta las lomas más altas de Hebrón. Myriam parecía guiada por una extraña fuerza inmaterial. Sus ojos brillaban en una forma extraña. De vez en cuando se paraba observando una planta. A los pocos segundos mandaba cortarla e introducirla en una saca que llevaba Tomás. Leví anotaba cada una de los nombres de cada hierba. Jesús sonreía, viendo cómo su pequeña jauría de rudos varones, eran manejados con maestría por una mujer. Esto además de ser una fantástica prueba de humildad para todos ellos, propiciaba un cierto juego lúdico. Al cabo de dos horas, y después de haber recogido una veintena de hierbas, además de unos pocos polvos de arcilla roja, Andrés preguntó al Maestro:
- Señor. ¿Qué esta haciendo Myriam?, No sabíamos que ella supiera de plantas medicinales.
- No Andrés, ella no conoce las plantas ni sus aplicaciones. Pero puede dialogar con el Ángel de la Tierra y sus pequeñas criaturas. Y son ellos los que le guían para determinar cuál es adecuada o no para curar.
- Maestro, ¿Cuándo podremos nosotros ver como ella ve?
- Myriam ve con los ojos del espíritu desde la cuna. Pues fue señalada por los Ángeles de mi Padre en el vientre de su propia madre. También algunos de los discípulos de Juan el Bautista pueden ver en la misma forma. Pues han abierto sus ojos mediante el ayuno, la purificación y el silencio. Vosotros también veréis donde otros no ven y escuchar donde los otros no oyen nada, pero será después de mi marcha. Los Ángeles de mi Padre abrirán vuestra cabeza y pondrán otro ojo en vuestra frente y otro oído en vuestra oreja.
- Entonces seremos sabios y poderosos, Maestro.
- No, querido hermano, pues a partir de entonces veréis también a las criaturas del Maligno, el odio, el dolor, la enfermedad, los que ya han fallecido y otras tantas penalidades que están en el lado oscuro de la realidad sobre la que caminamos.
- Tú también ves a los demonios que viven en el hombre, Maestro, y los expulsas, para que estén sanos. Y no obstante no desaparece la sonrisa de tus labios.
- Veis mis ojos y mi cara, pero no estáis en mi corazón. Ni os enfrentáis cada instante con el Príncipe de este mundo.
La recolecta había terminado. Todos se reunieron en torno al Maestro. Luego pusieron una gran tinaja sobre el fuego y vertieron agua. Sobre el agua hirviendo depositaron todas las hierbas que habían recolectado. Y por último las dejaron enfriar mientras se hacían risas divertidas y pequeñas bromas ente todos ellos.
El líquido resultante después de colarlo era de color verdusco. Myriam y Jesús pusieron las manos sobre la tinaja de barro y comenzaron a recitar unas mantrams en un extraño lenguaje que solo ellos conocían:
!... Ti gua ye ...Ti gua ye...
ken na de kena…
ken na de kena…
Ti gua ye…Ti gua ye…
Ken na de Kena…
Ken na de Kena...!
Un haz de luz comenzó a descender desde las nubes y parecía iluminar la tinaja y el rostro de ambos oficiantes. Los apóstoles estaban expectantes y asombrados ante aquel prodigio.
- Simón. Déjame tu espada.
El Cristo tomó el afilado cuchillo de Pedro y se propició un corte ligero en el dedo corazón de su mano. Luego Jesús sacó de su zurrón una pequeña copa de un extraño metal que le había sido dada por los Ángeles del Señor y vertió las gotas de sangre sobre el mismo. Y vieron los apóstoles que la sangre no se secaba en aquella copa. A continuación vertió la sangre sobre la tinaja.
Los apóstoles abrían desmesuradamente sus ojos sin entender nada. Luego Myriam comenzó a dar vueltas al líquido resultante hasta que completó las cuarenta y nueve vueltas.
El Maestro tomó un pequeño cazo y vertió un poco de dicho líquido en cada escudilla de cada apóstol.
- Tomad y bebed mi sangre y os dará vida. Pues mi sangre no es de este mundo.
Y con miedo y escepticismo uno a uno fueron tomando aquella extraña pócima. Luego todos sintieron en sus venas, en su cuerpo y en su corazón una fuerza inmensa y una extraña beatitud.
- Esto es agua de vida, bendita por los Ángeles de la Tierra y del Cielo. Haced esto que os hemos enseñados y dádselo a los enfermos y necesitados, pues curarán sus carnes y sus espíritus. Deberéis guardar ayuno durante siete días y siete noches y será entonces cuando podréis dar vuestra sangre.
Judas guardaba pequeños recipientes de barro conteniendo la pócima con la sangre del Maestro y muchos enfermos curaron milagrosamente.
El Rey Arturo se curó con uno de estos pequeños recipientes sagrados que contenían después de tantos años la sangre del Cordero Celestial, y también Abd-Al-Rahman, lo tuvo en su corte del Alándalus. Y aún hoy permanece oculto. Y la pequeña copa de Jesús, que había venido del espacio, fue conservada por José de Arimatea. Y luego fue revestida de oro y de piedras preciosas y aún está entre nosotros.
Y esto cuando digo es tan cierto como lo es mi vida y mi juramento ante el Priorato, que es a quien corresponde administrar esta joya de vida.
Sobre las aguas
Siete de los apóstoles, junto con Myriam, Jesús y el propio Pedro, estaban pescando sobre las aguas del lago. Jesús comenzó a dialogar con ellos. Estaban en pleno verano. La temperatura era sofocante y casi todos iban con el torso al descubierto.
- Queridos hermanos. Todo cuanto vive tiene en forma invisible un ángel, un impulso, una idea pensante. Sólo quién ha recorrido el camino del conocimiento puede dialogar con estos Ángeles. Cada pez, cada alga, cada partícula de vida que vive entre las aguas por donde nos movemos, tiene un ser invisible.
Los apóstoles no podían entender lo que quería decir el Cristo, y además, Simón, como siempre dijo:
- ¿Cómo vamos a hablar a las gentes de estos ángeles si nadie puede verlos? Nos llamarán locos o visionarios.
- Sólo quien tenga que verlos los verá. Ved el poder de dichas criaturas. ¡Myriam, ayúdame por favor!
La pareja solar, se puso en la proa de la barca y comenzaron a cantar:
!... Ti gua ye ...Ti gua ye...
ken na de kena…
ken na de kena…
Ti gua ye…Ti gua ye…
Ken na de Kena…
Ken na de Kena...!
Poco a poco una extraña luz se puso sobre la barca. Las nubes se arremolinaron formando un círculo brillante. El cántico de Myriam agudo, y el del Señor grave producían unos ecos seductores en los oídos de los presentes. De repente, en torno a la barca comenzó a formarse hielo, duro como el granito. Mientras duraban los cantos, el hielo comenzó a extenderse metro a metro hacia el interior del lago.
- Vez, hermanos míos, el poder del Ángel del Agua.
Y a continuación El Salvador y su Santa Esposa se pusieron a caminar sobre las aguas. Y según cantaban el hielo se hacia más espeso y más grande.
- ¡Ven Pedro. Ven hacia nosotros!
- Señor, si camino sobre el agua me hundiré.
- ¡Ven Pedro. Ven hacia nosotros!
Y Pedro bajó de la barca temblando no sólo de miedo sino de frío y caminó hacia la pareja. Y vio el poder de la oración y entendió que el Verbo puede mover a los ángeles y transformar la materia.
Guardaros de cantar este canto si vuestro cuerpo no esta limpio, si anida el odio o el resentimiento en vosotros, si no tenéis fe. Pues es un canto sagrado que atrae el bien o el mal, pero que realiza el milagro de la presencia. ¡Cuidado, descuidados lectores! No sea que al recitarlo numerosas veces, en la soledad de la montaña, veáis la presencia de la casa del Padre, de sus ángeles, de los gnomos y de la salamandras del fuego. ¡Cuidado incrédulos y racionales lectores de este relato!...no sea que este salmo funcione y comience vuestro calvario. Pues es mejor vivir en la ignorancia, en la incredulidad y en el escepticismo. Seguir con vuestras cómodas vidas que sólo aprecian lo que ven, lo que tocan o lo que entra por los ojos de la razón…..Y si finalmente este canto abre las puertas del misterio; guardad el más profundo de los secretos. Sellad vuestros labios ante el ciego, el prepotente y el ignorante. Sabréis entonces lo que es la soledad en el conocimiento y la marginalidad de la sabiduría. Será entonces cuando descubráis que no estáis vivos en esta dimensión, sino en la otra. Será el comienzo de vuestra muerte física y de vuestra verdadera iniciación en el silencioso misterio.
El mandato
Fue al mes siguiente de su cuarenta cumpleaños cuando, Myriam volvió a vivir el terror de sus precogniciones. Fue al anochecer. Estaba en compañía de Juan, el discípulo amado del Cristo, cuando su mente comenzó a dar vueltas perdiendo el equilibrio y cayendo estrepitosamente al suelo. Marco; pues así se le llamaba también a Juan, se asustó y se arrodilló para auxiliar a su entrañable amiga.
Los ojos de Myriam estaban fijos, en blanco y apuntando hacia el centro de la cabeza. Fría, rígida, como si de una verdadera muerte se tratara. Este estado se había repetido varias veces en Myriam, y aunque Marco estaba acostumbrado, no dejaba de preocuparse por si en una de esas ocasiones pudiera ser la definitiva.
Myriam se vio trasportada fuera de su cuerpo y vio a Musaray que la llevaba de la mano. ¡Sin duda esta vez podrá conmigo y moriré en sus brazos! se decía- Pero Musaray le dijo:
- Te llevo ante mi Señor. Te está esperando.
Y al instante vio a un ser poderoso, repleto de tristeza, de oscuridad, de dolor, de frío, de tensión. Y sin embargo, feliz de su estado, consciente de su misión:
- Yo soy Hades; El Señor de la Muerte y del Infierno. Ha llegado mi hora. El Padre de todas las cosas, ha dispuesto que tu amado muera. Despídete por tanto de Él, pues sus horas están contadas.
Myriam, comenzó a llorar amargamente, pero no con lágrimas del cuerpo, sino del espíritu, que son inmensamente más dolorosas que las de la materia. Y veía, como se desgarraba su pecho. Quería gritar, pero no podía.
Fueron segundos, pero en un instante apareció frente a Hades, Lylith, que protegiendo a Myriam, dijo al Dios de la Muerte:
- ¡Esta es mi protegida….déjala vivir y amar a su amado! Yo vivo de su placer, de su amor, de sus deseos. Si matas a su amado, yo no podré vivir en ella.
Pero Hades, no se compadeció y envió un rayo luminoso a Lylith, quien desapareció en la nada por obra de esta oposición divina.
Jesús el Cristo estaba ya sentenciado. Sus horas estaban contadas. Myriam al volver en sí, ya no era la misma, puesto que su corazón ahora latía con más dificultad, su aliento era más corto y sus carnes comenzaban a marchitarse. Marco, la aplastó sobre su pecho, pues además de ser su amiga, era como una verdadera madre, dada la diferencia de edad.
Al atardecer todos fueron convocados por el Salvador en la última cena. Sólo los iniciados saben que no puede haber iniciación sin una mesa, sin el Maestro y sin un testigo. Es por eso que los ciegos en el espíritu vieron y contaron lo físico, pero sólo unos pocos iniciados saben que aquella ceremonia era la iniciación y el comienzo del redimensionamiento de todos ellos. Y sabiendo el Maestro que el sagrado espíritu iba a vivir en todo ellos, limpió sus pies. No como la iglesia ha interpretado como signo de humildad, sino por que nosotros sabemos que las larvas del mal se fijan en el polo negativo del hombre y no se puede recibir la iniciación sin la desnudez y sin el baño sagrado.
Jesús llamó aparte a Myriam y a Juan. Pedro, receloso volvió a enfadarse por el extraño comportamiento del Maestro, que parecía hacer favoritismos.
- Mis días están contados, querida mujer. Ambos lo sabéis, y no los otros. Este es mi mandato para ti Marcos: Cuida a mi madre y a mi esposa, hasta el final de sus días. Yo viviré en ti y cohabitaré contigo, después de mi muerte. Tú serás el Consolador de tus hermanos. Y no morirás jamás. Pues con el último suspiro de tu vida, volverás a tomar aire en otro cuerpo y en otro vientre. Y tu mujer, gobierna mi rebaño desde el silencio, desde el templo del espíritu, desde el otro lado. Acoge a los que vayan a ti desde sus sueños, desde sus percepciones y cuenta bien el número de los fieles, pues su número está contado desde el principio de los tiempos. Cuando yo muera viviré en todos vosotros. Cuanto tú mueras, serás el faro de luz para los hijos de nuestra Iglesia.
Lágrimas de dolor y de amor se mezclaron entre los tres. Pues sus sagrados espíritus estaban poseídos por la prisión de sus débiles carnes. Sólo los que han pisado en el templo del espíritu saben que cuanto cuento es real.
Luego el Maestro apartó a Judas y le dijo. ¡Lo que tienes que hacer hazlo ya, no sea que por la debilidad del amor, no se cumpla el misterio para el que hemos sido convocados por nuestro Padre! Pero Judas no entendió. Sólo Musaray, que ya vivía dentro de él, se alegró de este mandato.
Luego se dirigió a Pedro frente a todos:
- Simón tu eres piedra, dirige por tanto mi templo de piedra.
Y nadie entendió entonces, ni entiende ahora. Pues los sucesores de Pedro, siguen dirigiendo templos de piedras, de joyas, de formas y de maneras, pero no el templo del espíritu. Pues eran ciegos antes y siguen ciegos ahora, después de tantos lustros de oscuridad.
Y acabada la cena, Jesús fue llamado por el Padre al huerto de Olivos. Y allí sintió el dolor de la muerte y el despego de la materia. Pues no existe ser encarnado entre los hombres que no se duela al morir en esta vida y nacer en la otra. Y he aquí el secreto mejor guardado por los iniciados:
Y apareció el Señor del Mal, el Maligno, quien gobierna las bestias y las criaturas bajo la capa del Cielo. Y gobierna a las carpas y al Señor de la muerte y el Cristo se arrodilló ante él diciendo:
- Es mandato de nuestro Padre, que me sea concedido el no morir. Sólo si tú lo autorizas así será.
Y el Señor del Mal, que es parte del Tao sagrado, no pudo sino acceder a este misterio. Pues el Sol iba a cambiar para tener más luz, pero al tener más luz, también engendraría más sombra. Y este pacto le beneficiaba pues Él, es el Señor del abismo y de la sombra, y creciendo uno, crece el otro.
El Padre envió a Jesús un ángel, que le tocó en su frente y le sumió en un estado, que ahora en los tiempos modernos Vds. llaman hipnosis, y resistió por eso la más grande tortura, sin decir una sola palabra y por eso caminó entre injurias, insultos y golpes, sin que su dignidad y aristocracia cediera, ante los ojos del humano. Pues ese día el “Humano” superó en mal al propio “Maligno” y hasta el Diablo se sintió acomplejado ante la brutalidad del hombre.
Fue otro iniciado, al que llamaron Plinio el Viejo, quien reveló el misterio del Cristo, puesto que en sus crónicas, registró, como el Sol, que alumbra cada día, hacia el año treinta de nuestra era, cambió extrañamente, justo cuando en Palestina, un hombre moría sobre una cruz. Y después de morir ante los hombres, el Sol se apagó, y el nuevo Sol ya no tuvo la misma longitud de honda y frecuencia, y es así que hubo más luz, y los enfermos curaron y hubo más sombra, y las bestias proliferaron en la noche. Y sólo los hijos del Sol saben que derramando la sangre se apaga el Sol.
Es por esto que los que antaño se marcharon en “carros de fuego” deberán morir pronto, para que haya un nuevo Sol y una nueva Tierra con su sagrada muerte. Y me alegro y me regocijo en contar esto, que sólo unos pocos entenderán y que verán entonces que la tribu está reuniéndose junto al Olivo, pues llega el tiempo prometido. Mientras que los más seguirán en la ceguera de estas palabras desde sus templos de piedra.
Y sobre la cruz, Jesús el Cristo, dijo a su madre:
- Madre, he ahí a tu hijo
Pues el espíritu de Jesús estaba alojado en Juan o Marco, desde el día del bautismo en el Jordán.
- Juan, he ahí a tu madre.
Pues Myriam, la madre de Jesús, no era la madre del Cristo, sino de la carne sobre la que vivió el avatar. Pues Cristo tiene una madre y un padre que son andróginos y viven en el Sol-Padre-Madre del centro del Universo.
Jesús no pudo morir entre los hombres, pues su espíritu estaba en Marco, y es por eso que muerto el cuerpo, el espíritu volvió a su dueño, y marcharon al lugar donde el “día es noche, y la noche es esplendor” Lugar que existe y que sólo unos pocos han visitado.
Myriam, la madre de Jesús vivió en Jericó y en otras ciudades cuidada por Myriam de Magdala y Juan. Pero vivió muy poco tiempo, pues a la muerte de su hijo, su corazón se desgarró y su pecho izquierdo enfermó, pues estaba enfermo su corazón por el dolor de la muerte de su hijo. Y su enfermedad fue esta a la que llaman cáncer. Y es por esto que algunos videntes vieron como un puñal se clavaba en su pecho, sin saber que en el lenguaje del espíritu, este símbolo significa la enfermedad que precede a la muerte.
Muerta la madre del Salvador, todos los apóstoles se reunieron y se planteó un fuerte conflicto, puesto Andrés, Felipe, Tomás, Leví y Juan, querían que fuera Myriam de Magdala quien rigiera los destinos de la tribu. Mientras que el resto de los apóstoles se oponía. Fue la propia Myriam quien resolvió finalmente esta polémica diciendo:
- Debo yo morir, para tomar mi trono. Hágase por tanto lo que mi amado me indicó.
Y se alejó de todos ellos. Y nadie entendió, sino Marco, el llamado también Juan. Y tomando la mano de éste último, marchó a Efeso. Y allí Myriam de Magdala, dictó a Juan el Evangelista lo que llaman el Apocalipsis. Pues ella tenía desde niña abierto el ojo del espíritu. Y con la luz de ese ojo, iluminó al Bautista, a Jesús el Cristo y finalmente a Juan el Evangelista.
Ocurría a veces, que Myriam, y Marco, se quedaban quietos mirándose a los ojos, y perdían la noción del espacio y el tiempo, y Myriam veía como los ojos de Juan, se tornaban de Jesús, y el cuerpo de éste parecía idéntico al de su amado. Y cohabitaban en el mismo lecho. Y así fue hasta la hora de la muerte de ésta.
Marco, lloró amargamente cuando se quedó solo, pues había tenido el privilegio de amar a la mujer más grande de todos los tiempos.
¡Rásguense de nuevo las vestiduras!... castrados cuervos, vestidos de negro, que aún hoy sembráis la confusión bajo el templo de piedra. Pues no perdonaréis jamás que la esposa de Joel, fuera luego la del Bautista, de Jesús el Cristo y de Juan el Evangelista. Pues donde vosotros veis sexo otros ven alquimia espiritual.
Jamás entendisteis, que el Andrógino Sagrado que vive en lo alto, necesita un macho y una hembra para vivir en lo bajo, y que sólo con su unión, se realiza la divina presencia. Es por esto que instituisteis el celibato, del que creció la pederastia, la homosexualidad y la bestialidad. Y es por esto que pronunciaste una blasfemia al llamar a la Sagrada Esposa Solar, pecadora y adúltera. Y es por esto que yo me levanto como testigo de vuestra injuria, para que seáis juzgados y condenados por los siglos de los siglos.
Al tiempo en que Myriam dejaba su cuerpo, José de Arimatea, el amigo de Jesús el Cristo abandonó la tierra de Israel y se adentró en Francia, fundando una gran comunidad religiosa. Pero jamás Myriam había pisado ni una partícula de este santo país, ni tuvo descendencia alguna. Sea por tanto restituida la verdad a sus justos términos.
Y sabed finalmente, que la iglesia de Cristo existe, que no está gobernada por ningún hombre, que no tiene piedras ni muros. Y que la iglesia del hombre no sólo no tiene nada que ver con la Iglesia Gnóstica, de la que formo parte, sino que es contraria a la misma y a su doctrina.
Amén.
1.- En la Pistis Sophia de los documentos Naga Hammadi.- “Cuando Jesús terminó de hablar a sus discípulos, les preguntó: ¿Comprenden lo que he dicho? Pedro se adelantó y dijo. Maestro, no soportamos a esta mujer que se mete entre nosotros y no nos deja hablar, aunque ella habla todo el tiempo”
2.- ..Y la compañera del [Salvador es] María Magdalena. [Pero Cristo quería] a ella más que [todos] los discípulos [y] la besaba [a menudo] en su [boca]. El resto de [los discípulos eran ofendido] por él [y expresaron su desaprobación]. Les dijeron a él, “¿Porqué usted quiere a ella más que todos nosotros?” El Salvador les contesto y les dijo a ellos, “¿Porque no les quiero de la manera que quiero a ella? Cuando un hombre ciego y uno quien ve están ambos junto en oscuridad, no hay diferencia entre uno y el otro. Cuando viene la luz, después el que ve verá la luz, y el ciego permanezca en la oscuridad” (NHC II.3.63.32).
3.- Pedro dice: « ¿Pero es que, preguntado el Señor por estas cuestiones, iba a hablar a una mujer ocultamente y en secreto para que todos (la) escucháramos? ¿Acaso iba a querer presentarla como más digna que nosotros?»...del Salvador?». Leví dice a Pedro: «Siempre tienes la cólera a tu lado, y ahora mismo discutes con la mujer enfrentándote con ella. Si el Salvador la ha juzgado digna, ¿quién eres tú para despreciarla? De todas maneras, Él, al verla, la ha amado sin duda. Avergoncémonos más bien, y, revestidos del hombre perfecto, cumplamos aquello que nos fue mandado. Prediquemos el evangelio sin restringir ni legislar, (sino) como dijo el Salvador». Terminado que hubo Leví estas palabras, se marchó y se puso a predicar el evangelio según María.
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