"La última cripta", de Fernando Gamboa, plantea que
los templarios llegaron a América antes que Colón
Santiago de Compostela (España), 24 sep (EFE).- El aventurero español Fernando Gamboa acaba de publicar "La última cripta", una novela en la que el descubrimiento de un tesoro desvela la posibilidad de que los templarios llegaran a las costas de América antes que Cristóbal Colón.
Piloto, submarinista y profesor de español para extranjeros, Gamboa explicó que de pequeño fue un asiduo devorador de libros de aventuras y que estas lecturas han sido las que le condicionaron a la hora de escribir.
A raíz de una grave lesión de espalda, que le mantuvo postrado en cama, comenzó a escribir "La última cripta", una novela de aventuras e intriga que sitúa antes de la llega de Colón a América, y cuya trama se inicia a partir del descubrimiento de un tesoro templario sumergido en aguas del Caribe.
"Cuando escribo no pienso si le va a gustar o no a la gente, simplemente escribo lo que me ha gustado toda la vida y me divierte", explicó a Efe.
Es en la costa de Honduras donde el protagonista del libro, un buceador profesional, descubre oculto entre los corales una campana templaria del año 1300, una pista que, tras una larga investigación, le llevará a concluir que los templarios alcanzaron las costas americanas dos siglos antes que Colón.
Más allá de los datos históricos, la narración de "La última cripta" se anima gracias a la presencia de bandidos, cazatesoros, guerrilleros y universitarios corruptos, que tratan de impedir el éxito del protagonista y consiguen una novela "ágil y fácil de leer", a pesar de su denso trabajo de documentación.
Julio Verne, Emilio Salgari o Jack London son algunos de sus autores preferidos y, ahora, él intenta emularlos en su narrativa.
"Soy un asiduo lector de libros de aventuras y ello me ha condicionado a llevar este tipo de vida", comentó este aventurero-escritor que reconoció que incluso se ha tenido que ganar la vida jugando al póquer.
Fernando Gamboa explicó que desde el momento en que tuvo "algo de dinero en las manos" comenzó a viajar y, en cada viaje, sus expectativas de aventura "se cumplían e incluso eran superadas".
"Yo quise vivir todas esas aventuras que tengo en la cabeza", indicó. "Mi madre me pregunta a qué me dedico y yo le respondo que me adapto a las circunstancias", aseveró; no en vano se reconoce un devoto del "carpe diem" (frase latina del poeta romano Horacio que significa 'aprovecha el día').
Gamboa, finalista del Premio Grandes Viajeros con "Corazón Maya", avanzó que ya tiene "en papel" su próxima obra, que en esta ocasión se desarrollará en África Subsahariana, y con la que espera "divertir y entretener" al lector.
Caballeros Templarios
Los Caballeros Templarios o La Orden del Temple fue una orden medieval de carácter religioso y militar cargada de tintes legendarios, nacida después de la primera cruzada. Fue fundada en Jerusalén, en 1118 por nueve caballeros franceses, con Hugo de Payens a la cabeza.
En sus inicios su denominación oficial fue Orden de los Pobres Caballeros de Cristo (Pauperes Conmilitones Christi); pero más tarde fueron conocidos comúnmente como Caballeros templarios o Caballeros del Templo de Salomón (Milites Templi Salomonis), denominación surgida tras instalarse en el antiguo templo de Salomón. La designación de Orden del Temple es la traducción al francés de la denominación en latín, siendo muy extendida dados los amplios lazos Templarios con Francia.
A finales del siglo X, controladas las invasiones musulmanas y vikingas bien por vía militar o mediante asentamiento, comenzó en la Europa occidental una etapa expansiva. Se produjo un aumento de la producción agraria, íntimamente relacionado con el crecimiento de la población, y el comercio experimentó un nuevo renacer, al igual que las ciudades.
La autoridad religiosa, matriz común en la Europa occidental y única visible en los siglos anteriores, había logrado introducir en el belicoso mundo medieval ideas como ”La paz de Dios” o la “Tregua de Dios”, dirigiendo el ideal de caballería hacia la defensa de los débiles. No obstante, no rechazaba el uso de la fuerza para la defensa de la Iglesia. “Ya el pontífice Juan VIII, a finales del siglo IX, había declarado que aquellos que murieran en el campo de batalla luchando contra el infiel verían sus pecados perdonados, es más: se equipararían a los mártires por la fe” (Ledesma, 1982).
Existía, pues, un arraigado y exacerbado sentimiento religioso que se manifestaba en las peregrinaciones a lugares santos, habituales en la época. Las tradicionales peregrinaciones a Roma fueron sustituidas paulatinamente a principios del siglo XI por Santiago de Compostela y Jerusalén. Estos nuevos destinos no estaban exentos de peligros, como salteadores de caminos o fuertes tributos de los señores locales, pero el sentimiento religioso unido a la espera de encontrar aventuras y fabulosas riquezas orientales arrastraron a muchos peregrinos, que al volver a Europa relataban sus penalidades.
El pontífice Urbano II, tras asegurar su posición al frente de la Iglesia, continuó con las reformas de su predecesor Gregorio VII. La petición de ayuda realizada por los bizantinos, junto con la caída de Jerusalén en manos turcas, propició que en el Concilio de Clermont (noviembre de 1095) Urbano II expusiera, ante una gran audiencia, los peligros que amenazaban a los cristianos occidentales y las vejaciones a las que se veían sometidos los peregrinos que acudían a Jerusalén. La expedición militar predicada por Urbano II pretendía también rescatar Jerusalén de manos musulmanas.
Las recompensas espirituales prometidas, junto con el ansia de riquezas, hacen que príncipes y señores respondan pronto al llamamiento del pontífice. La Europa cristiana se mueve con un ideario común bajo el grito de “Dios lo quiere” ("Deus vult", frase que encabeza el discurso del concilio de Clermont en que Urbano II convocó la I cruzada).
La primera cruzada culminó con la conquista de Jerusalén en 1099 y con la constitución de principados latinos en la zona: los Condados de Edesa y Trípoli, el Principado de Antioquía y el Reino de Jerusalén, en donde Balduino I no tuvo inconveniente en asumir, ya en 1100, el título de rey.
Fundación
Apenas creado el reino de Jerusalén y elegido Balduino I como su primer Rey, algunos de los caballeros que participaron en la Cruzada decidieron quedarse a defender los Santos Lugares, y a los peregrinos cristianos que iban a ellos. Ésta fue, en principio, la misión confesada de los nueve caballeros fundadores, añadida (claro está) a la de la defensa de esos Santos Lugares.
Naturalmente, ello debió ser muy del agrado de Balduino, necesitado como estaba de organizar un reino y que no podía dedicar muchos esfuerzos a la protección de los caminos, porque no los tenía. Esto, más el añadido de que Hugo de Payens era pariente del Conde de Champaña (y probablemente pariente lejano del mismo Balduino), llevó al rey a conceder a esos caballeros un lugar donde reposar y mantener sus equipos, otorgándoles derechos y privilegios, entre los que se contaba un alojamiento en su propio palacio, que no era sino la Mezquita de Al-Aqsa, que se encontraba a la sazón incluida en lo que en su día había sido el recinto del Templo de Salomón. Y cuando Balduino abandonó la mezquita y sus aledaños como palacio para fijar el Trono en la Torre de David, todas las instalaciones pasaron, de hecho, a los Templarios, que de esta manera adquirieron no sólo su Cuartel General, sino su nombre.
Además de ello, se ocupó de escribir cartas a los Reyes y Príncipes más importantes de Europa a fin de que prestaran su ayuda a la recién nacida orden, que había sido bien recibida no sólo por el poder temporal, sino también por el eclesiástico, ya que fue el Patriarca de Jerusalén la primera autoridad de la Iglesia que aprobó canónicamente la Orden.
Con la ayuda del abad San Bernardo de Claraval sobrino de uno de los Caballeros fundadores y a la postre quinto Gran Maestre de la Orden, André de Montbard tras 9 años en "Outremer", una pequeña delegación de la Orden (recordemos que hasta entonces la misma estaba formada sólo por 9 caballeros), encabezada por su Gran Maestre Hugo de Payens, hizo un recorrido por las Cortes de Europa, recibiendo ayuda y apoyo, a lo que contribuyó decisivamente Bernardo, persona de notable influencia en la corte papal, con su escrito De laude novae militiae. Así fue convocado el Concilio de Troyes (Francia), durante el cual se redactó la regla de la Orden, basada en la de San Benito, según la versión reformada pocos años antes por los cistercienses, de los que adoptaron el hábito blanco, al que se le añadió una cruz roja posteriormente; en 1128 la Orden obtuvo del Papa Honorio II la aprobación pontificia.
No conocemos el contenido de esa Primera Regla original que dieron a los Templarios en el Concilio. La primera regla de la que tenemos constancia es la llamada "Regla Latina", que les fue dada por Esteban de Chartres, a la sazón Patriarca de Jerusalén, entre 1128 y 1130.
Los privilegios de la Orden fueron confirmados por las bulas Omne datum optimum (1139), Milites Templi (1144) y Militia Dei (1145). En ellas, de manera resumida, se daba a los Caballeros del Temple una autonomía formal y real respecto a los Obispos, dejándolos sujetos tan sólo a la autoridad papal; se les excluía de la jurisdicción civil y eclesiástica; se les permitía tener sus propios capellanes y sacerdotes, pertenecientes a la Orden; se les permitía recaudar bienes y dinero de variadas formas (por ejemplo, tenían derecho de óbolo esto es, las limosnas que se entregaban en todas las Iglesias, una vez al año). Además, estas bulas papales les daban derechos sobre las conquistas en Tierra Santa, y les concedían el derecho de construir fortalezas e iglesias propias, lo que les dio gran independencia y poder.
Durante su estancia inicial en Jerusalén se dedicaron únicamente a escoltar a los peregrinos que acudían a los Santos Lugares, ya que su escaso número (9) no permitía que realizaran actuaciones de mayor magnitud. Hay que tener en cuenta, de todas maneras, que sabemos que eran nueve caballeros, pero, siguiendo las costumbres de la época, no sabemos cuántas personas componían en verdad la Orden en principio, ya que los caballeros tenían todos ellos un séquito, menor o mayor. Se ha venido en considerar que, por cada caballero, habría que contar tres o cuatro personas, por lo que estaríamos hablando de unas 3050 personas, entre caballeros, peones, escuderos, servidores, etc.
Desarrollo
Sin embargo, su número aumentó de manera significativa al ser aprobada su regla y ése fue el inicio de la gran expansión de los "pauvres chevaliers du temple". Hacia 1170, unos 50 años después de su fundación, los Caballeros de la Orden del Temple se extendían ya por tierras de lo que hoy es Francia, Alemania, el Reino Unido, España y Portugal. Esta expansion territorial contribuyó al incremento de su riqueza, ya que ofrecía la posibilidad a los comerciantes que estaban en Tierra Santa, de ingresar su dinero en una encomienda y con un documento de la orden, retirar el dinero en otra encomienda distinta y de este modo no arriesgarse a que les robasen; a cambio, la Orden se quedaba con una comisión.
Cincuenta años más tarde, hacia 1220, eran la Organización más grande de Occidente, en todos los sentidos (desde el militar hasta el económico), con más de 9.000 encomiendas repartidas por toda Europa, unos 30.000 caballeros y sargentos (más los siervos, escuderos, artesanos, campesinos, etc.), más de 50 castillos y fortalezas en Europa y Oriente Próximo, una flota propia (pues les salía más barato tener sus propios barcos que alquilarlos) anclada en puertos propios en el Mediterráneo y en La Rochelle (en la costa atlántica de Francia) y un Tesoro que les permitía hacer préstamos fantásticos a los Reyes europeos.
Sin embargo, las derrotas ante Saladino les hacen retroceder en Tierra Santa: en 1244 cae Jerusalén y el reino se desintegra, y los Templarios se ven obligados a mudar sus cuarteles generales a San Juan de Acre, junto con las otras dos grandes órdenes monástico-militares, los Hospitalarios y los Caballeros Teutónicos.
En 1248, Luis IX de Francia (después conocido como San Luis) convoca y dirige la 7ª Cruzada, pero no a Tierra Santa, sino a Egipto. El error táctico del Rey y las pestes que sufrieron los ejércitos cruzados, les llevaron a la derrota de Mansura y al desastre posterior en el que el propio Luis cayó prisionero. Y fueron los templarios, tenidos en alta estima por sus enemigos, los que negociaron la paz y los que prestarían a Luis la fabulosa suma que componía el rescate que debía pagar por su persona.
En 1291 cae San Juan de Acre, con los últimos templarios luchando junto a su Maestre, lo que constituyó el fin de la presencia cruzada en Tierra Santa, pero no el fin de la Orden, que mudó su Cuartel general a Chipre tras comprar la isla.
Tras su expulsión de Tierra Santa
Desde Chipre sería desde donde los templarios intentarían reconquistar cabezas de puente para su nueva penetración en el Oriente Medio, siendo la única de las tres grandes órdenes de caballería que lo hizo, pues tanto el Hospital como los Caballeros Teutónicos dirigieron sus intereses y sus esfuerzos en otros sentidos.
Este esfuerzo se revelaría a la postre inútil, no tanto por la falta de medios o de voluntad, como por el hecho de que la mentalidad había cambiado y a ningún poder de Europa le interesaba ya la conquista de los Santos Lugares, con lo que los templarios se hallaron solos. De hecho, Jacques de Molay parece ser que se encontraba en Francia cuando lo capturaron con la intención de convencer al rey francés de emprender una nueva Cruzada.
Mientras, los templarios se convirtieron en los banqueros de Europa. Dicho poder económico estaba dirigido a dotar de fondos a la lucha en Oriente y se articulaba en torno a dos instituciones caracterísiticas: la Encomienda y la Banca.
La encomienda es un bien inmueble, territorial, localizado en determinado lugar, que se formaba gracias a donaciones y compras posteriores y a cuya cabeza se encontraba un Preceptor. Así, a partir de un molino (por ejemplo) los templarios compraban un bosque aledaño, luego unas tierras de labor, después adquirían los derechos sobre un pueblo, etc., y con todo ello formaban una encomienda, a manera de un feudo clásico. También podían formarse encomiendas reuniendo bajo un único preceptor varias donaciones más o menos dispersas. Tenemos noticia de encomiendas rurales (Mason Dieu, en Inglaterra, por ejemplo) y urbanas (el "Vieux Temple", recinto amurallado en plena capital francesa).
En cuanto a la Banca, hay que decir aquí que los Templarios fueron los fundadores de la Banca moderna. Gracias a la confianza que inspiraban, muchas personas e instituciones les confiaban su dinero, desde los comerciantes hasta los propios reyes (de hecho, el Tesorero del Temple lo era también de Francia...). Debido a que tenían una extensa red de establecimientos, pudieron poner en marcha la primera letra de cambio, dando así a los viajeros la oportunidad de no viajar con efectivo en unos momentos en que los caminos de Europa y del Oriente Próximo eran todo, menos seguros. Este sistema bancario y sus abundantes riquezas convirtieron a la orden en un gran prestamista, que aportaba los fondos incluso cuando los diversos reyes europeos necesitaban dinero: hay registrados préstamos a reyes de Francia y de Inglaterra, entre otros. Los templarios llegarían a ser una de las instituciones más ricas de su época, contando con vastas tierras y señoríos, numerosas ventajas comerciales, grandes tesoros, flotas comerciales que partían desde Marsella...
Sin embargo, sus operaciones económicas siempre tuvieron como meta el dotar a la Orden de los fondos suficientes como para mantener en Tierra Santa un ejército en pie de guerra constante. Y por ello el lema de la Orden: "Non nobis, Domine, Non Nobis, Sed Nomine Tuo Da Gloriam" (No para nosotros, Señor, no para nosotros sino en Tu Nombre danos Gloria).
Los templarios en la Corona de Aragón
La orden comienza su implantación en la zona oriental de la península ibérica en la década de 1130. En 1131, el conde de Barcelona Ramón Berenguer III pide su entrada en la orden, y en 1134, el testamento de Alfonso I de Aragón les cede su reino a los templarios, junto a otras órdenes, como los hospitalarios o la del Santo Sepulcro. Este testamento sería revocado, y los nobles aragoneses, disconformes, entregaron la corona a Ramiro II, aunque hicieron numerosas concesiones, tanto de tierras como de derechos comerciales a las órdenes para que renunciaran. Este rey buscaba la unión con Barcelona de la que nacería la Corona de Aragón.
Esta corona pronto llegaría a un acuerdo con los templarios, para que colaboraran en la Reconquista, la concordia de Gerona, en 1143, por la que recibieron los castillos de Monzón, Mongay, Chalamera, Barberá, Remolins y Corbíns, junto con la honor de Lope Sanz de Belchite, favoreciéndoles con donaciones de tierras, así como con derechos sobre las conquistas (un quinto de las tierras conquistadas, el diezmo eclesiástico, parte de las parias cobradas a los reinos taifas). También, según estas condiciones, cualquier paz o tregua tendría que ser consentida por los templarios, y no sólo por el rey.
Como en toda Europa, numerosas donaciones de padres que no podían dar un título nobiliario más que al hijo mayor, y buscaban cargos eclesiásticos, militares, cortesanos o en órdenes religiosas, enriquecieron a la orden.
En 1148, por su colaboración en las conquistas del sur de Cataluña, los templarios recibieron tierras en Tortosa (de la que tras comprar las partes del rey y los genoveses quedaron como señores) y de Lérida (donde se quedaron en Gardeny y Corbins). Tras una resistencia que se prolongaría hasta 1153, cayeron las últimas plazas de la región, recibiendo los templarios Miravet, en una importante situación en el Ebro.
Tras la derrota de Muret, que supuso la pérdida del imperio transpirinaico aragonés, los templarios se convirtieron en custodios del heredero a la corona en el castillo de Monzón. Este, Jaime I el Conquistador, contaría con apoyo templario en sus campañas en Mallorca (donde recibirían un tercio de la ciudad, así como otras concesiones en ella), y en Valencia (donde de nuevo recibieron un tercio de la ciudad).
Los templarios se mantuvieron fieles al rey Pedro III de Aragón, permaneciendo a su lado durante la excomunión que sufrió a raíz de su lucha contra Francia en Italia.
Los templarios en Castilla
Los templarios ayudaron a la repoblación de zonas conquistadas por los cristianos, creando asentamientos en los que edificaban ermitas bajo la advocación de mártires cristianos, como es el caso de Hervás, población del Señorío de Béjar.
Ante la invasión almohade, los templarios lucharon en el ejército cristiano, venciendo junto a los reinos de Castilla, Navarra y Aragón en la batalla de Las Navas de Tolosa (1212).
En 1265, colaboraron en la conquista de Murcia, que se había levantado en armas, recibiendo en recompensa Jerez de los Caballeros y el castillo de Murcia.
En Portugal
Los templarios entran en Portugal en tiempos de la condesa Teresa de León, de la que reciben Fonte Arcada en 1127. Un año después reciben Castelo de Soure a cambio de su colaboración en la Reconquista. En 1145 reciben Castelo de Longroiva por su ayuda a Alfonso Henriques en la toma de Santarém.
En 1160 reciben Tomar, que se convertiría en su sede regional.
A la bula papal ordenando la disolución, los reyes portugueses contestaron simplemente cambiando el nombre de la orden en Portugal por "Caballeros de Cristo", sin más merma ni mengua.
En Inglaterra, Escocia e Irlanda
En Inglaterra, país muy unido a Francia, dado que en la época el Rey inglés era a la sazón (entre otros) Duque de Normandía, y señor de numerosos feudos franceses, el Temple estuvo presente muy rápido.
Si bien su presencia no alcanzó la extensión que poseía en Francia, no es menos cierto que fue de vital importancia, no sólo territorialmente, sino políticamente. De hecho, el conocido Ricardo Corazón de León (Ricardo I de Inglaterra) fue un benefactor de la orden y un magnate de ella, tanto que su escolta personal la componían templarios y que a su muerte dicen fue vestido con el hábito de los mismos. Asimismo tuvo gran simpatía por los templarios Guillermo El Mariscal, que fue considerado en su época el mejor caballero que había montado caballo.
Tal es así, que los historiadores han llegado a la conclusión de que cualquier topónimo inglés, escocés o irlandés que empiece o acabe en "Temple" es, a la postre, un antigua posesión de los templarios.
Polonia
Los templarios no estuvieron activos en Polonia hasta el siglo XIII, cuando el príncipe silesio Henryk Brodaty les cedió propiedades en las tierras de O?awy (Oles´nica Ma?a) y Lietzen (Les´nica). Más tarde W?adys?aw Odoniec les donaría Mys´libórz, Wielka* Wies´, Chwarszczany y Wa?cz. El príncipe polaco Przemys?aw II les entregaría Czaplinek. La orden llegaría a tener en Polonia al menos doce komandorie (comendadores), que según algunos historiadores pudieron ser hasta cincuenta. A pesar de su lejanía de Tierra Santa y del Mediterráneo, que era el centro de la orden, llegaría a haber entre 150200 caballeros en Polonia, de procedencia mayoritariamente germánica. El número de caballeros polacos es difícil de estimar. A la disolución de la Orden, la inmensa mayoría de ellos se pasaron a la Orden de los Caballeros Hospitalarios o a la de los Caballeros Teutónicos.
El final de la Orden
Felipe IV de Francia, el Hermoso, ante las deudas que su país había adquirido con ellos por el préstamo que su abuelo Luis IX solicitó para pagar su rescate tras ser capturado en la VII Cruzada, y su deseo de un estado fuerte, con el rey concentrando todo el poder (que entre otros obstáculos, debía superar el poder de la Iglesia y las diversas órdenes religiosas como los templarios), convenció al Papa Clemente V, fuertemente ligado a Francia, pues era de su hechura, de que iniciase un proceso contra los templarios acusándolos de sacrilegio a la cruz, herejía, sodomía y adoración a ídolos paganos (se les acusó de escupir sobre la cruz, renegar de Cristo a través de la práctica de ritos heréticos, de adorar a Baphomet y de tener contacto homosexual, entre otras cosas). Para ello contó con la inestimable ayuda de Guillermo de Nogaret, canciller del reino, famoso en la historia por haber sido el estratega del incidente de Anagni, en el que Sciarra Colonna había abofeteado al Papa Bonifacio VIII con lo que el Sumo Pontífice había muerto de humillación al cabo de un mes; del Inquisidor General de Francia, Guillermo Imberto, más conocido como Guillermo de París; y de Eguerrand de Marigny, quien al final se apoderará del tesoro del Temple y lo administrará en nombre del Rey, hasta que sea transferido a la Orden de los Hospitalarios.
Para ello se sirvieron de las acusaciones de un tal Esquieu de Floyran, espía a las órdenes tanto de la Corona de Francia como de la Corona de Aragón.
Parece ser que este Esquieu le fue a Jaime II de Aragón con la especie de que un prisionero templario, con quien había compartido una celda, le había confesado los pecados de la orden; Jaime no le creyó y lo echó "con cajas destempladas"..., así que Esquieu se fue a Francia a contarle el cuento a Guillermo de Nogaret, que no tenía más voluntad que la del Rey, y que, creyera o no creyera en el mismo, no perdió la oportunidad de usarlo como pie para montar el dispositivo que, a la postre, llevó a la disolución de la Orden.
El viernes 13 de octubre de 1307, Jacques de Molay, último gran maestre de la orden, y 140 templarios fueron encarcelados en una operación conjunta simultánea en toda Francia y fueron sometidos a torturas, por las cuales la mayoría de los acusados se declaró culpable de estos crímenes secretos. Algunos efectuaron similares confesiones sin el uso de la tortura, pero lo hicieron por miedo a ella; la amenaza había sido suficiente. Tal era el caso del mismo gran maestre, Jacques de Molay, quien luego admitió haber mentido para salvar la vida.
Llevada a cabo sin la autorización del Papa, quien tenía a las órdenes militares bajo su jurisdicción inmediata, esta investigación era radicalmente corrupta en cuanto a su finalidad y a sus procedimientos. No sólo introdujo Clemente V una enérgica protesta, sino que anuló el juicio íntegramente y suspendió los poderes de los obispos y sus inquisidores. No obstante, la ofensa había sido admitida y permanecía como la base irrevocable de todos los procesos subsiguientes. Felipe el Hermoso sacó ventaja del descubrimiento, al hacerse otorgar por la Universidad de París el título de «campeón y defensor de la fe», así como alzando a la opinión pública en contra de los horrendos crímenes de los templarios en los Estados Generales de Tours. Más aún, logró que se confirmaran delante del Papa las confesiones de setenta y dos presuntos templarios acusados, quienes habían sido expresamente elegidos y entrenados de antemano. En vista de esta investigación realizada en Poitiers (junio de 1308), el Papa, que hasta entonces había permanecido escéptico, finalmente se mostró interesado y abrió una nueva comisión, cuyo proceso él mismo dirigió. Reservó la causa de la orden a la comisión papal, dejando el juicio de los individuos en manos de las comisiones diocesanas, a las que devolvió sus poderes.
La comisión papal asignada al examen de la causa de la orden había asumido sus deberes y reunió la documentación que habría de ser sometida al Papa y al Concilio General convocado para decidir sobre el destino final de la Orden. La culpabilidad de las personas aisladas, que se evaluaba según lo establecido, no entrañaba la culpabilidad de la orden. Aunque la defensa de la orden fue efectuada deficientemente, no se pudo probar que la orden, como cuerpo, profesara doctrina herética alguna o que una regla secreta, distinta de la regla oficial, fuese practicada. En consecuencia, en el Concilio General de Vienne, en el Delfinado, el 16 de octubre de 1311, la mayoría fue favorable al mantenimiento de la orden, pero el Papa, indeciso y hostigado por la corona de Francia principalmente, adoptó una solución salomónica: decretó la disolución, no la condenación de la orden, y no por sentencia penal, sino por un decreto apostólico (bula Vox clamantis del 22 de marzo de 1312).
El Papa reservó para su propio arbitrio la causa del Gran Maestre y de sus tres primeros dignatarios. Ellos habían confesado su culpabilidad y sólo quedaba reconciliarlos con la Iglesia una vez que hubiesen atestiguado su arrepentimiento con la solemnidad acostumbrada. Para darle más publicidad a esta solemnidad, delante de la catedral de Nôtre-Dame fue erigida una plataforma para la lectura de la sentencia, pero en el momento supremo, el Gran Maestre recuperó su coraje y proclamó la inocencia de los templarios y la falsedad de sus propias supuestas confesiones. En reparación por este deplorable instante de debilidad, se declaró dispuesto al sacrificio de su vida y fue arrestado inmediatamente como herético reincidente, junto a otro dignatario que eligió compartir su destino, y por orden de Felipe fue quemado junto a Geoffroy de Charnay en la estaca frente a las puertas de Notre Dame en l'Ile de Paris el día de la Candelaria (18 de marzo) de 1314.
En los otros países europeos, las acusaciones no fueron tan severas, y sus miembros fueron absueltos, pero, a raíz de la disolución de la orden, los templarios fueron dispersados. Sus bienes fueron repartidos entre los diversos Estados y la Orden de los Hospitalarios: en la península ibérica pasaron a la corona de Aragón en el este peninsular, de Castilla en el centro y norte, de Portugal en el oeste y a la Orden de los Caballeros Hospitalarios, si bien tanto en un reino como en otro surgieron diversas órdenes militares que nos recuerdan a la disuelta, como la Orden de los Frates de Cáceres o de Santiago, Montesa (en Aragón), Calatrava o Álcantara, a las que se concedió la custodia de los bienes requisados. En Portugal el rey Dionisio les restituye en 1317 como "Militia Christi" o Caballeros de Cristo, asegurando así las pertenencias (por ejemplo, el Castillo de Tomar) de la orden en este país. En Polonia los Hospitalarios recibieron la totalidad de las posesiones de los Templarios.
Después de que el Papa dio la orden por disuelta, en Portugal, los templarios cambiaron su nombre a Caballeros de Cristo y algunos sobrevivientes de Francia pudieron haber escapado a lugares como Suiza, Escocia y otros reinos y señoríos aledaños.
Actualmente se encuentra en los archivos secretos vaticanos el pergamino de Chinon, que contiene la absolución del papa Clemente V a los Templarios [1]. Aun cuando este documento tiene una gran importancia histórica, pues demuestra la vacilación del Papa, nunca fue oficial y aparece fechado con anterioridad a las Bulas "Vox in excelso", "Ad providam" y "Considerantes", donde se procedió a la disolución de la Orden y la distribución de sus bienes. Así, según el texto de "Vox in excelso": "Nos suprimimos (...) la Orden de los templarios, y su regla, hábito y nombre, mediante un decreto inviolable y perpetuo, y prohibimos enteramente Nos que nadie, en lo sucesivo, entre en la Orden o reciba o use su hábito o presuma de comportarse como un templario. Si alguien actuare en este sentido, incurre automáticamente en excomunión". En concreto el Manuscrito de Chinon está fechado en agosto de 1308. En esas mismas fechas (agosto de 1308), el Papa emite la Bula "Facians Misericordiam", donde confirma la devolución de la jurisdicción a los inquisidores y emite el documento de acusación a los templarios, con 87 artículos de acusación. Asimismo, emite la bula "Regnans in coelis", por la que convoca el Concilio de Vienne. Por tanto, estas dos bulas, que sí fueron promulgadas oficialmente, tienen validez desde el punto de vista canónico, mientras que el documento de Chinon es un mero "borrador" de gran importancia histórica, pero escasa importancia jurídica.
Especulaciones y misterios
El rápido ascenso de la orden, su trágico final y las numerosas reclamaciones de relación con ella por parte de grupos masones o logias, han hecho de los templarios una fuente para teorías, especulaciones, hipótesis, así como obras de ficción relacionadas con ellos y demás fantasías.
Entre los temas que se han tratado se encuentran la posesión de fastuosos tesoros y riquezas, de reliquias mágicas como el Santo Grial, un trozo de la cruz en la cual murió Jesús, o aún, a partir de las obras de Michael Baigent y Richard Leigh, posible descendencia del mismo. En muchos casos se trata de pura especulación sin apenas pruebas.
La Leyenda del Viernes 13
Se asocia normalmente al juicio de los templarios la aciaga leyenda de este día. Sin embargo, el 13 es un número relacionado con la mala suerte en muchas culturas, mientras que la detención masiva de los templarios en un viernes y 13 sólo ocurrió en Francia.
Cátaros y albigenses
Con frecuencia, la literatura esotérica sobre los templarios incluye a los cátaros, un secta medieval que también plantea numerosas incógnitas. Esta relación se ve reforzada porque ambos grupos tenían su mayor implantación en el Sur de Francia.
Es factible, y de hecho está comprobado, que varios cátaros ingresaron en la orden, existiendo registros en la encomienda de Másdeu, por ejemplo. Probablemente podría acudirse a un mutuo sentimiento de simpatía en ciertas regiones muy determinadas de Francia o de la Corona de Aragón. Pero, desde luego, puede afirmarse con rotundidad que la generalidad de los templarios no fueron adeptos al catarismo.
El tesoro de los templarios
El tesoro de los Templarios, sea cual fuere la naturaleza de éste, también es otro tema muy dado a la fantasía. Las riquezas de los templarios parecen haber sido el motivo de Felipe de Francia para eliminar a la orden. Sin embargo, cuando tomó posesión de los edificios del Temple en París, no pudo encontrarlo. Si así hubiera sido, con seguridad se hubiera conservado el hecho en las crónicas, si bien es cierto que hubo un reflote de la moneda de plata francesa tras la disolución de la orden, pero este hecho podría deberse a la ingente cantidad de bienes muebles e inmuebles que Felipe se apropió.
¿Dónde está, pues, ese tesoro, si es que no se encontró? Hay varias opciones: la primera, en el castillo de Arginy, en la región francesa de Beaujolais, donde la tradición dice que el templario Francisco de Beaujeu escondió el tesoro del "Vieux Temple", y donde los Rosemont, propietarios del castillo desde 1883, hicieron numerosas excavaciones que abandonaron por "miedo", y donde se han realizado numerosas investigaciones y reuniones de sociedades secretas, pero donde nunca se ha logrado encontrar nada.
La segunda, en el castillo de Gisors, cerca de París. Allí, en 1944, Roger Lhomoy (jardinero) excavó un túnel debajo del castillo, tras el que dice que encontró una capilla románica, con 19 sarcófagos y treinta armarios de metal noble. Comunicó su hallazgo a las autoridades pero nadie le hizo caso. Incluso después, ciertas autoridades arqueológicas le tildaron de enfermo mental. Pero, tesoro o no tesoro, lo cierto y real es que en 1964, la zona fue militarizada, controlada por el ejército y fuertemente vigilada [cita requerida].
La flota templaria
La flota templaria anclada en La Rochelle es otro misterio, pues se desvaneció como si nunca hubiera existido. Hay constancia histórica de la existencia de esa flota, pero lo cierto es que Felipe "el Hermoso" nunca pudo echar mano de ella.
El destino de la flota es un misterio. Las teorías más fantasiosas llegan a hacerlas viajar a América a pesar de las dificultades técnicas de la época. Las supuestas pruebas (en las leyendas de los nativos precolombinos) son, cuando menos, dudosas. Aunque, por otro lado, hay estudiosos que sostienen que los fenicios, los vikingos y los Templarios pueden haber llegado hasta las costas de Sudamérica.
Una teoría más factible asegura que la flota se dirigió costeando Inglaterra e Irlanda hasta Escocia, donde a la sazón reinaba Robert Bruce, que estaba excomulgado por el Papa Clemente y cuyos territorios estaban colocados en interdicto. Reino en el que, evidentemente, el rey no tendría muchos reparos en no cumplir las bulas papales... y que se hallaba inmerso en una lucha a vida o muerte con Inglaterra, razón por la cual Roberto Bruce debería haber acogido con los brazos abiertos a los caballeros templarios, expertos guerreros. Se llega a decir que la victoria decisiva de Escocia sobre Inglaterra en la Batalla de Bannockburn fue debida a una carga de caballeros templarios.
La famosa Capilla Rosslyn sería atribuida sin fundamento a los templarios, dando inicio a leyendas en las que se dice que escondieron en su ornamentación las claves de su supuesto saber hermético y del lugar de su tesoro. También se crea de esta manera una inconexa e indocumentada relación con la masonería.
Supersticiones
La pronta muerte de muchos de los relacionados con el juicio a los templarios ha sido tratada en la literatura muchas veces. Varias leyendas y relatos románticos cuentan cómo el Maestre de la orden lanzó una maldición en la hoguera, que supersticiosamente se relaciona con lo anterior.
Otra leyenda dice que el viernes 13 es día de mala suerte porque en ese día fue encarcelado el último Gran Maestre de la Orden.
Por último, y desde un punto de vista tan esotérico como romántico, cuenta la leyenda que en París[cita requerida], en la zona del Vieux Temple, cuando las noches son oscuras y cerradas, aún se puede escuchar una voz que grita "¡¿Quién defiende al Temple?!".
Templarios del siglo XXI
Debido al "misterio" con que se ha adornado siempre la historia de la Orden del Temple, después de su disolución han ido apareciendo autoproclamados sucesores de la misma.
En 1981 la Santa Sede se tomó el trabajo de confeccionar una lista de organizaciones que se declaraban sucesoras de los templarios... y encontró más de cuatrocientas.
Cierto que la inmensa mayoría de ellas no son sino grupos pantalla para cubrir otros fines, con prácticas que bordean el límite de lo lícito, y, algunas otras, con un claro comportamiento sectario (recordemos la tristemente famosa Orden del Templo Solar).
Algunas asociaciones de esta lista, sin embargo, dedican su trabajo a fines altruistas (los Caballeros de la Alianza Templaria, contra la droga, por ejemplo) o a fines menos prácticos pero inocuos (La Orden de los Caballeros del Temple y de la Virgen María y su dedicación a la alquimia)...
Algunas corrientes masónicas también dicen descender de los templarios, como la Estricta Observancia Templaria del Barón d'Hund, y algunos ritos masónicos tienen grados relacionados con los templarios. De hecho, Andrew Mitchell Ramsay, considerado el padre de la masonería escocesa como la conocemos hoy en día, en su "Discurso" afirmaría sin ambages que los cruzados habían fundado la masonería en Tierra Santa, y que dicha masonería no era sino la Orden del Temple.
Pero ninguna de las organizaciones existentes hoy en día puede, en manera alguna, probar su efectiva y legal descendencia de la Orden fundada por Hugo de Payens y sus Pobres Caballeros de Cristo.
Para terminar, fue el inmortal Dante, en su magna obra "La Divina Comedia", en el Libro del Paraíso, Capítulo XXX, versos 127-129, el que dio última noticia real de los Templarios:
"Como al que quiere hablar y no halla acento
me llevó Beatriz y dijo: Mira
de estolas blancas este gran convento"
Templarios famosos
Jacques de Molay, el último gran Maestre de la orden
Grandes Maestres del Temple
1. Hugo de Payens (1118-1136)
2. Robert de Craon (1136-1146)
3. Evrard des Barrès (1147-1151)
4. Bernard de Tremelay (1151-1153)
5. André de Montbard (1154-1156)
6. Bertrand de Blanchefort (1156-1169)
7. Philippe de Milly (1169-1171)
8. Eudes de Saint-Amand (1171-1179)
9. Arnaud de Torroja (1180-1184)
10. Gérard de Ridefort (1185-1189)
11. Robert de Sablé (1191-1193)
12. Gilbert Hérail (1193-1200)
13. Phillipe de Plaissis (1201-1208)
14. Guillaume de Chartres (1209-1219)
15. Pedro de Montaigú (1219-1230)
16. Armand de Périgord (1232-1244)
17. Richard de Bures (1245-1247)
18. Guillaume de Sonnac (1247-1250)
19. Renaud de Vichiers (1250-1256)
20. Thomas Bérard (1256-1273)
21. Guillaume de Beaujeu (1273-1291)
22. Thibaud Gaudin (1291-1292)
23. Jacques de Molay (1292-[[1314]
Los Nueve Fundadores
1. Hugo de Payens
2. Godofredo de Saint-Omer
3. Godofredo de Bisol
4. Payen de Montdidier
5. André de Montbard
6. Arcimbaldo de Saint-Amand
7. Hugo Rigaud
8. Gondemaro
9. Rolando
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