JUAN EL BAUTISTA I
el Señor de la Tierra
El espíritu del Señor de la Tierra que había vivido en Elijah debía ahora tomar cuerpo a través de otro hebreo. De esta manera la tierra no quedaría huérfana de su Señor.
La amplia estancia se llenó de luz. Tres seres de túnica blanca se acercaron con paso quedo al sarcófago metálico donde yacía el anciano de barba y pelo blanco. Con sumo cuidado se fue abriendo la puerta de cristal y al poco tiempo los ojos azules de nuestro personaje se abrieron, dejando traslucir un alma noble y radiante. Tres besos mediaron desde el anciano a cada uno de los tres visitantes. Luego un silencio sonoro pero un elocuente diálogo de mente a mente:
- Bienvenido hermano nuestro a tu casa. Un poco más y retornarás al mundo de los mortales. ¡Bendito seas por poder servir el proyecto del Consejo de los Veinticuatro ancianos venerables!
- Nada ha cambiado en este tiempo entre nosotros, mientras que en la tierra los hombres viven y mueren desde la limitación, el dolor y la ignorancia. Yo también doy gracias a la Suprema Inteligencia por darme la oportunidad de servir el plan de redención para los seres humanos
- Caminaron por un pasillo luminoso hasta una sala circular en cuyo centro palpitaba una bola destelleante de luz de dos metros de diámetro. Con paso seguro, los cuatro personajes se introdujeron en la esfera y al instante se vieron transportados a otra enorme sala frente a veinticuatro tronos en forma semicircular en cuyo interior se sentaban seres luminosos de extrañas formas y de avanzada edad. El rayo colectivo que salía de sus corazones era el de la sabiduría y de sus mentes emanaba un discurso casi al unísono que daba gloria a la vida y a la continuidad del Cosmos.
El anciano se sentó frente a los venerables y escuchó desde la mente.
- Elijah, servidor del Altísimo. De nuevo has de desdoblar tu alma y permanecer dormido entre nosotros para operar a través de otro vehículo de carne. Los señores del Karma y los jardineros del Cosmos establecieron el mapa astral de la vida de Juan y se realizaron los cambios genéticos necesarios para que Isabel conciba y de a luz al Bautista. De nuevo has de morir en la materia y sentir el frío nocturno del desierto. Se ha programado para ti en esta existencia una vida de austeridad. Deberás asimismo afrontar la soledad, la confusión interior y el dolor físico de Juan durante los primeros años para que tu espíritu este disponible a canalizar la información y la operatividad que el Cambio de Era ha dispuesto en este caso.
Del rayo de luz de los ancianos seguía saliendo una vibración no sonora que decía a su vez:
- Desde el Demiurgo Solar se ha programado el unísono de tu alumbramiento, el nacimiento del Señor de la Luz, por tanto tu trabajo será predicar el camino del otro y deberás retirarte a su tiempo para que se realice el cambio de Era sin interferencias para aquel que viene después de ti. Tu serás la Tierra. Él será la Luz. Tu muerte dará vida a lo bajo. Su muerte cambiará lo alto.
En un instante el anciano vio en su mente todo el plan y con sumo respeto y resignación dijo:
- Hágase en mi y por mi cuanto está dispuesto para el devenir del ser humano.
De nuevo retornaron los tres seres de luz y el anciano de blanca barba por el pasillo de luz a la estancia donde yacía el féretro luminoso de cristal, donde con cuidado fue introduciéndose ante la presencia de sus hermanos. El cuerpo estirado y las palmas de las manos cerradas contra el pecho, cual momia egipcia, fueron cerrándose los párpado con una cálida sonrisa de despedida hacia los suyos por parte del anciano, hasta que de nuevo fue cerrado el féretro por otros treinta y tres años.
Casi al instante en la tierra ocurría lo siguiente:
ANUNCIO DEL NACIMIENTO DEL BAUTISTA:
En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote de nombre Zacarías, del grupo de Abias, cuya mujer era descendiente de Aarón y se llamaba Isabel.
Isabel era una mujer ya mayor, mermada en carnes y muy nerviosa, con una constitución endeble, pero con una especial sensibilidad y ternura. Sus ojos eran claros y sus ademanes quedos y aristocráticos. Todo el pueblo sabía que su linaje era especialmente puro puesto que descendía por vía directa del gran sacerdote Aarón.
Durante muchos años Isabel había esperado un hijo, puesto que sus sueños le habían revelado noche tras noche que de su vientre nacía un gran león que era admirado por el pueblo entero. Pero los años habían pasado y su vientre se había secado, al unísono de su esperanza. Su delgadez y fragilidad se debían a fuertes trastornos intestinales que la postraban reiteradamente en el lecho y que no le permitía comer sino alimentos muy limpios y en escasa cantidad. Isabel no comía carne por absoluta necesidad, puesto que cualquier comida grasa o muy condimentada conseguían someterla a fuertes dolores en el bajo vientre.
En Israel, el no tener hijos no solo se entendía como un acto de impotencia si no que algún castigo gravitaba sobre el hombre y la mujer que no conseguían hacer valer su casa y tradición en sus descendientes. Así pues, casi no salía de casa y no se relacionaba con sus vecinos puesto que el ser mayor y estéril habían conseguido mermar su porte aristocrático para poco a poco, convertirse en una sombra silenciosa.
Zacarías por su parte, en igual sentimiento de impotencia y de fracaso hacia mucho tiempo que había dejado la fantasía de tener hijos y se dedicaba al culto del templo con celo y abnegación. Ambos marido y mujer, eran fieles observadores de la Ley virtuosos probados en cualquier circunstancia de su vida. Tan solo le quedaba ir apagándose poco a poco en su ancianidad.
Cierto día en que Zacarías debía de hacer la oferta del incienso y pan ácimo en el templo ocurrió algo que le dejaría profundamente impresionado hasta el punto de perder el habla. Los acontecimientos transcurrieron así:
Habían comenzado los oficios sagrados como cada tarde y en el turno de ese día era Zacarías quien con la ofrenda del incienso se introdujo en el Santa-Santorú n para ponerlo junto al Arca de la Alianza y las santas reliquias. El pueblo estaba en el atrio principal entonando los cantos sagrados ajeno totalmente a cuanto se daba en el lugar reservado para los oficiantes del culto.
Zacarías se acercó al ara principal cuando de súbito un tremendo resplandor plateado le sacó de sus cavilaciones sorprendido y asombrado de cuanto estaba viendo. Se trataba de una figura luminosa imponente con rasgos bellísimos y ante cuya presencia un halo de beatitud impresionó su cuerpo y su corazón con alegría. Por un momento no supo como reaccionar y se frotó los ojos varias veces hasta comprobar que era algo real y no un sueño. Casi al unísono sintió una potente voz, no en los oídos, sino en la cabeza que le decía:
- No tengas miedo Zacarías, pues tu petición ha sido escuchada y tu mujer Isabel te dará un hijo, al que pondrás por nombre Juan. Será para ti causa de gozo y alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento, porque será grande ante el Señor, no beberá vino ni licores y estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, convertirá a muchos israelitas al Señor, su Dios. Irá delante del Señor con el espíritu y poder de Elijah, para reconciliar a los padres con los hijos y enseñar a los rebeldes la sabiduría de los justos, a fin de preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.
Zacarías dijo al Angel.
- ¿Cómo sabré que es así?. Pues yo soy viejo, y mi mujer de avanzada edad.
El ángel le contestó:
-Y soy Gabriel, que estoy delante de Dios, y he sido enviado a hablarte y darte esta buena noticia. Te quedarás mudo y no podrás hablar hasta que suceda todo esto por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su tiempo.
La gente estaba esperando a Zacarías y se extrañaba de que permaneciese tanto en el santuario. Cuando salió no podía hablarles, por lo que comprendieron que había tenido alguna visión en el santuario. Él les hacía señas y permaneció mudo.
Al cumplir el tiempo de su ministerio se fue a su casa. Unos días después, Isabel, su mujer, quedó encinta; estuvo cinco meses sin salir de casa; y se decía:
- El señor ha hecho esto conmigo y me ha librado de la vergüenza ante la gente.
NACIMIENTO Y CIRCUNCISION DEL BAUTISTA
A Isabel se le cumplió el tiempo de su parto y dio a luz un hijo. Los vecinos y los parientes al enterarse del gran favor que el Señor le había hecho, fueron a felicitarla. A los ocho días llevaron a circuncidar al niño. Querían que se llamará Zacarías, como su padre. Pero su madre dijo: "no, se llamará Juan". Le advirtieron. " No hay nadie en tu familia que se llame así". Preguntaron por señas al padre como quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió "Su nombre es Juan". Todos se quedaron admirados. Inmediatamente se le soltó la lengua y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Todos los vecinos se llenaron de temor. Estas cosas se comentaban en toda la montaña de Judea. Todos los que las oían decían pensativos: "¿Que llegará a ser este niño?. Porque la mano del Señor estaba con él.
Como casi todos los personajes míticos del Nuevo Testamento, los datos de las infancias de todos ellos no dejan de ser sino misterios insondables que pasan desapercibidos para presentarles ya maduros ante sus respectivas misiones redentoras, pero nadie sabe donde estuvieron o quien les enseñó y educó. Se habla de la India o de Egipto como lugares de iniciación predilectos, pero en cualquier caso, en todos estos relatos se suele olvidar uno de los centros más importantes del conocimiento de aquel tiempo. Me refiero a los monjes esenios que habitaban el Monte Carmelo y el desierto del Qumram principalmente y a lo largo de la ruta de Egipto en conventos y centros de trabajo y de aprendizaje. Moveremos por tanto a nuestro personaje en nuestros áridos parajes, pero comencemos a narrar cronológicamente los hechos.
INFANCIA DE JUAN EL BAUTISTA.
Los datos que ahora vamos a exponer han sido recibidos por vía psíquica y por clarividencia. Conseguimos asimismo llegar a la fecha exacta del nacimiento del mismo y por tanto tuvimos acceso a los datos de su propia carta natal, por lo tanto pudimos conocer aún mucho más de su carácter, personalidad y de sus limitaciones humanas. Por una y otra vía nos encontramos con un personaje transcendente a medio camino entre la grandeza de su alma y los fuertes trastornos de una personalidad inquieta y algo atormentada.
Juan el Bautista, al igual que Jesús el Cristo, nació hacia el año siete antes de nuestra era. En ese año se da una fuerte conjunción en el eje Piscis Virgo, quizás anunciando la propia Era de Piscis que tanto caracterizó una personalidad compasiva, romántica, transcendente y sensible, pero a la vez algo paranoica y con profundos desequilibrios emocionales y psicosomáticos.
Juan era un niño absolutamente inquieto, de carácter aventurero, buscador por excelencia de la transcendencia del alma. Casi indomable. Orgulloso y valiente como nadie. Profundamente idealista y hasta cierto punto utópico.
Ya antes de nacer en su inconsciente moraba la atávica memoria de otras existencias del viejo profeta que fue, y la capacidad para sanar o para conocer del campo médico. Con unas dotes paranormales absolutamente excepcionales. Pero junto con este bagaje, no eran menores sus fuertes tensiones psicológicas, sus conflictos interiores, la autocrítica y la crítica desatada hacia las personas que no se ajustaban a una vida idealista y plasmada de virtud. Rendía culto a la amistad y al concepto de grupo o de fraternidad unidos para un fin virtuoso o de elevación del alma. Pero no perdonaba la traición y la ambigüedad de sentimientos ante el compromiso tomado en pacto o en iniciación.
Estamos ante un niño de marcada delgadez, quizás debido a que fue concebido en la ancianidad de sus padres o quizás a las tremendas dificultades que siempre tuvo para ingerir alimentos. Ya desde niño la intolerancia a las comidas densas o agresivas definían una trayectoria de absoluto cuidado con la dieta. Siempre tuvo fuertes espasmos intestinales que si le hubiera sido diagnosticado en nuestro tiempo se había traducido en una colitis ulcerosa o en un síndrome de Crown. Por otra parte estas patologías, llevan asociados trastornos psicológicos y neuralgias traumáticas con sintomatologí a de perdida parcial de memoria o amnesia momentánea, deshubicación y pequeños brotes neuróticos en la identidad misma. En definitiva estamos ante un sujeto que no solo pudo ser especial por las facultades de su espíritu, sino que su fisiología le predisponía aún sin desearlo a los trastornos antes citados.
Destacaba en él la capacidad de líder carismático. El ser ya desde la niñez un tipo especial, seguramente por que la concepción de Isabel su madre fue controlada e inspirada por entidades superiores. Es seguro que le fue acelerado el factor psíquico y perceptivo de su ADN para volverle un mutante. ¿Que es un mutante?. En el lenguaje de los seres superiores tendríamos al clásico individuo que deja su cuerpo o parcelas de su alma para ser utilizado o cabalgado por otra entidad, bien por compenetració n pura o por inducción. A estos seres siempre les acompañan extrañas bolitas de energía dinámica imperceptibles al ojo humano, pero que vibran en el espectro de la cuarta dimensión, y por tanto perceptivas para dotados psíquicos. Estas "lenguas de fuego" tienes la misión de hacer de ojos vigilantes capaces de controlar el entorno del mutante, al igual que inducir sobre el sujeto informaciones precisas desde la otra dimensión.
En el tema natal de Juan, la posición de los nodos lunares nos hablan de un inconsciente rico en percepciones psíquicas, de videncia y de la necesidad de realizar en forma práctica una vida de anacoreta o ermitaño. La posición del Nodo norte en Tauro, en la casa XII, no deja lugar a dudas. De ahí esta predilección por vivir en una cueva en condiciones de absoluta dependencia natural y ecológica.
Otro de los factores característicos de nuestro personaje es lo que reencarnación tras reencarnación se prodigaba en el cómo un factor repetitivo. Me refiero a la capacidad de comunicar o de hablar. Juan el Bautista tenía la facultad del Verbo y sus discursos, eran absolutamente transcendentes. El arquetipo de Moisés incluso el de Jesús, seres movidos por la Jerarquía Solar, son más operativos en las acciones y en el poder de sus prodigios. Mientras que en el caso de Moisés dice la tradición que era tartamudo, en el segundo la parquedad de las palabras y la mayor actividad de sus prodigios les hacen depender en ambos casos de portadores de su conocimiento; es decir Aarón habla por Moisés y Juan anuncia y comunica antes que Jesús.
Zacarías e Isabel criaron a su hijo hasta los siete años. Durante este tiempo, Isabel se desesperaba al comprobar que casi toda la comida que ingería Juan era devuelta simultáneamente. La leche no la toleraba y era difícil encontrar el alimento preciso para que el niño creciera con normalidad. Mas de una vez aquella resignada madre pensaba que su hijo debía tener algo maligno dentro. Luego se avergonzaba y por supuesto, sentía que su hijo era especial y maravilloso y sin duda esta falta de apetito y de celo por la comida debía ser una forma de preparación para afrontar su destino de "hombre de Dios". Zacarías, todo un erudito de la Ley observaba en silencio los periodos de abstracción en los que vivía el niño y sobre todo las noches que eran convulsivas y extrañas debido a que Juan comenzaba a hablar solo en un idioma ininteligible con algo o alguien que velaba su lecho y que por más que se esforzaba el padre en ver, nunca veía.
Los dos esposos rondaban los cincuenta años y de una u otra manera habían olvidado conscientemente la profecía del Angel. Ambos querían creer que su querido niño les acompañaría en sus últimos años de vida. Sin embargo la profecía y el destino no suelen conceder treguas ni sensiblerías y cuando Juan tuvo siete años dijo a sus padres:
- Queridos Padres, esta noche fui despertado por un ángel de Dios. Era luminoso y brillante. Me hablo con voz suave y me dijo que vosotros os iríais pronto a una casa muy grande donde viven felices los dioses y los hombres y que yo debía aprender las cosas que están reservadas para mí y que ayudaran a muchos.
Isabel comenzó a llorar a la vez que tomaba la mano temblorosa de su esposo y dijo mirando al cielo:
- Señor Dios de Israel, tanto tiempo pasé añorando en mis entrañas el fruto deseado de un hijo y ahora que me lo diste, me lo arrebatas cual ladrón que busca su botín. ¿Que fui yo, sino habitáculo de tu capricho?. ¿Que clase de madre soy que me quitas el más precioso de mis tesoros y me arrancas parte de mis entrañas con algo que como el viento viene y se va sin raíces y sin progenie?. Yo soy hija de mi padre y mi padre a su vez hijo de otro padre que han hecho este pueblo y han vivido en la obediencia de tus leyes. No tengo joyas, ni poder ni acaso suficiente belleza, pero siempre asumí mi linaje con orgullo. Y desde nuestro padre Aarón todos sembraron en el río de la vida la semilla de la continuidad. Siento ahora, mi Señor Dios que te llevas a mi hijo para hacerle grande e inmortal por medio de su sacrificio y de su muerte. Concédeme señor el hacerle un simple mortal sin gloria pero no te lo lleves de mi lado.
Zacarías miró con compasión y con ternura a Isabel, a la vez que cogía al pequeño en sus brazos mirándole con orgullo, diciendo:
-Juan, hijo mío, has sido forjado en la voluntad de Dios y por su mandato. Ellos te sembraron entre nosotros pero no somos tus dueños. Hágase la voluntad del Señor y no la nuestra. Si has de marchar que sea pronto, para que no se rompa tu alma ni nuestro corazón en la partida. Los hijos de nuestro pueblo se hacen en nuestras casas aprendiendo de sus padres y de sus vecinos. Tu aprenderás de la soledad, del viento, de la tierra y de las alimañas del desierto pero tus maestros no lo serán de este mundo, sino del cielo. Crece y vive libre. No te alimentes de la debilidad del amor hacia los tuyos. Corre ahora que eres niño hacia tu destino, no mores entre el exquisito cuidado de los que te amamos y nos prodigamos en cuidados materiales. Ve a buscar a tus hermanos entre los desheredados y fija tu morada en las estrellas. Nosotros viviremos unos pocos años y pasaremos cual anécdota en el tiempo, pero tu estás llamado a entrar en el halo de los inmortales, pues tu ejemplo perdurará por los siglos y los siglos.
El ángel del Señor me mostró tu alma y me hizo comprender con tristeza que un día deberías marchar para cumplir tu destino.
Tanto Isabel como Zacarías y otras familias, como Maria la madre de Jesús y su esposo José, frecuentaban con asiduidad las casas comunales esenias, incluso en su hogar moraban de paso los terapeutas del desierto, cuando de pueblo en pueblo iban prodigándose en su oficio de médicos magistrales.
Tomó pues Zacarías la decisión de consultar a los dirigentes de la orden por la posibilidad de que su hijo Juan fuera enseñado por éllos y acompañado de su pequeño se acercó tras dos días de marcha a las estribaciones del Monte Nebo, junto al lado oriental del Mar muerto. En dicho lugar se ubicaba una de las comunidades más prestigiosas y santas de los esenios. Llegó hacia la hora de los oficios comunitarios del atardecer y espero a que los monjes salieran de la casa común. Preguntó por el Maestro Superior y fue conducido hacia el centro de la estancia donde estaba sentado un viejecito de barba blanca y rostro de paz. No había comenzado a hablar cuando del propio anciano escucho con parsimonia:
- Bienvenido seas Zacarías. Traes de tu mano a un ser grande. En su cuerpo habita nuestro Maestro de Justicia. Nuestro Padre (se refería al espíritu de Elijah).
Y diciendo esto el anciano se levantó y con paso quedo se arrodillo ante el niño Juan con la cabeza casi tocando el suelo. Parecía algo cómico ver como un anciano reverenciaba a un niño. Zacarías se llenaba de orgullo y su corazón latía deprisa cuando este gesto elevaba la categoría espiritual de su niño.
Juan simplemente entornó los ojos y dirigió la mirada a los rollos de la Ley que dormían sobre los estantes, contemplando la austeridad y el silencio de aquellos monjes sabios dedicados al cultivo del conocimiento y del espíritu.
El anciano se incorporó y con gesto ahora más grave dijo:
- Sabe Zacarías el porqué de tu visita. Desde ahora comenzaremos a educar a tu hijo en la tradición de nuestro padre Moisés y en la adoración de nuestro Señor Dios de Israel. Puedes regresar confiado. Podéis ver a vuestro hijo cada vez que la Luna se llene, por tanto vete tranquilo y consuela a tu esposa Isabel.
Era tradicional para los esenios recoger niños a los que educaban en sus conventos, preparándoles como terapeutas y hombres de Dios para el futuro. Al frente del colegio de Monte Nebo estaba Zaqueo, un sabio de pelo blanco, de expresión dura y facciones marcadas por la rigidez del carácter de un docente que tiene que enfrentarse a la picaresca de aquellos diablillos. La disciplina era para este hombre una forma de vida necesaria si se quería alcanzar el nivel de voluntad necesario para enfrentarse a la vida de adulto. Por ello su rigidez era el mejor de los antídotos para forjar mentes capaces de superar los obstáculos y las vacilaciones de una época de fuertes vacilaciones culturales y de anomalías sociales y políticas donde cualquier ser humano perdía su norte.
Pronto destacó Juan entre la treintena de niños que se educaban con Zaqueo. No paraba de preguntar y las acciones las realizaba con un ímpetu impropio de su edad, como si tuviera prisa por encontrarse de bruces con su destino. Zaqueo tenía que emplearse a fondo para llevarle a la disciplina de la quietud y aunque le castigaba con frecuencia su corazón aparentemente de piedra derramaba de vez en cuando una lagrimita de admiración por aquel niño que sin duda era diverso de los otros. De una u otra manera se empeñaba con mas saña en la educación de Juan, puesto que aquel anciano como buen clarividente sabía que el futuro de aquel muchacho le exigiría un esfuerzo sobrehumano y en cada castigo o cada tarea que le encomendaba surgía de su interior una palabra de disculpa por lo que no era sino un entrenamiento espartano para prepararle para el acto de heroísmo más importante al que ningún hombre tuvo que enfrentarse.
El niño, con un corazón de oro, todo lo veía como necesario y difícilmente podía captar ningún rasgo de maldad de su educador. Juan no concebía el mundo de la maldad. Vivía como en una nube extasiada donde el conocimiento y la sabiduría eran el punto culminante al que se aspira y del que se recibe todo bien. Era paciente hasta el límite ante cualquier agresión, pero si por una u otra razón captaba en él o en los demás alguna negligencia, su ira se encendía para resolver con contundencia el problema. Luego casi al instante se olvidaba de aquella afrenta pasada y volvía a la búsqueda de la Inteligencia y al perpetuo encuentro de la sabiduría.
Ocurrió una vez que uno de sus compañeros mortificaba a uno de los más jóvenes aprendices de esenio, a través del miedo sistemático. Se trataba de poner en el camastro del niño lagartos y cucarachas del desierto que además de ser repugnantes producen la desagradable sorpresa de despertar con un trauma al durmiente. Luego surgía la risa del gracioso junto con los más afines a tales bromas. Juan en un principio, pensaba que se trataba de diversiones sin importancia y que las risas no eran sino uno de los numerosos juegos con los que rellenaban la vida lúdica sus compañeros. Pero una de esas noches, el pequeño comenzó a gritar presa del pánico cuando un lagarto le trepó por la túnica y se vio atrapado entre el cuerpo y la manta que cubría el lecho. El lagarto del desierto de Judea no ataca al ser humano puesto que son escurridizos y timoratos, pero sus patas tienen uñas afiladas. Al verse atrapado en tal situación el animalito raspó con fuerza sus patas contra la delicada piel del niño y el daño fue considerable.
En un instante Juan que dormía en el lado opuesto de la cama del pequeño salió corriendo sin pensárselo para atajar el dolor de su compañero y después de liberar al bicho y de comprobar el daño de su compañero giró la cabeza con una parsimonia y frialdad absoluta y clavó sus ojos azules penetrantes en el gracioso. Casi al instante el niño malvado comenzó a convulsionarse puesto que veía junto a su cuerpo una serpiente de gran tamaño que se le acercaba para matarle. El terror fue tal que sin poder controlar sus esfínteres, hizo sus necesidades ante la mirada atónita del resto de los compañeros, mientras que los gritos lastimeros ponían el pelo de punta a cuantos estaban presentes. Poco a poco Juan retrocedió hacia el lado consciente de la compasión y tomándole de la mano lo levantó del suelo diciéndole con cariño:
- No lo vuelvas a hacer.
El niño aún tremendamente asustado preguntó dónde estaba la temible serpiente que quería matarle, sin que nadie supiera de qué estaba hablando. Juan a su vez le dijo:
-La serpiente que has visto estaba dentro de ti. Yo la he llamado para que vieras lo que anida en tu corazón. Todos somos templos del bien y del mal. A veces alimentamos el mal, el dolor o el odio hasta el punto de formar una gran serpiente que termina por destruir nuestra vida. - ¡Hágase la luz en tu corazón para siempre!
Aquel niño reprendido paso de ser el gracioso de la comunidad al más fiel seguidor y discípulo de Juan en la edad adulta.
Zaqueo se empeñaba en enseñar como la mente puede ser decisiva en la vida de las personas y como el pensamiento termina por ser una herramienta física al servicio del hombre consciente. Reunió por tanto a todos los niños en la sinagoga de la comuna y los puso en forma de media luna. En el centro puso un pequeño recipiente de cristal sujeto en el aire por un pequeño palo cuya base estaba atado a una mesa. En el extremo del palo y a un metro del suelo puso el pequeño recipiente y ordenó a los niños uno a uno que desde tres metros de distancia trataran de empujar con el pensamiento dicho objeto para que cayera en el suelo.
Uno a uno fueron probando desde sus respectivos lugares y en cada caso el pequeño vaso no se movió. Cuando le tocó al turno a Juan y Zaqueo se proponía darle paso, el objeto cayó al suelo espontáneamente. Volvió a colocarlo sobre el pequeño soporte y casi al instante Juan con una mirada picaresca lo volvió a tirar con la mente a tres metros de distancia. Zaqueo se maravillaba de aquellos prodigios que superaban con mucho su propia capacidad psicocinética y la de todos los monjes que eran capaces a su vez de realizarlo.
Zaqueo dijo a los jóvenes:
- Habéis impulsado vuestra mente con violencia y con ímpetu hacia el objeto, sin daros cuenta que con la armonía es más fácil. Habéis intentado empujar el vaso por la parte alta del mismo para desestabilizarlo cuando en realidad deberíais haberlo empujado desde el lado aparentemente más difícil; es decir, desde la base.
Intentarlo de nuevo, pero esta vez visualizar vuestro pensamiento como un brazo luminoso de pequeñas partículas de luz que ordenada y quedamente se acercan a la base del baso, haciendo una espiral bajo el mismo empujándolo hacia arriba. Veréis entonces como cae.
Retomaron de nuevo los niños el ejercicio y en esta ocasión casi la mitad de los mismos consiguieron tirarlo al suelo.
Las facultades de Juan eran tales que a menudo solía ponerse en el centro de la media luna formada por sus compañeros y Zaqueo le transmitía imágenes mentales que a su vez Juan proyectaba hacia el grupo. En casi todos los casos los niños veían sin dificultad dichas imágenes reflejadas en su mente sin ningún esfuerzo.
Zaqueo les enseñó durante siete años a sanar con la mente, a asociar las plantas medicinales con la zona fisiológica del cuerpo mediante la visión de la clarividencia. A visualizar el aura de las personas, a conocer la enfermedad desde el lado astral, a limpiar el cuerpo etéreo de las personas, a someter a los enfermos al sueño hipnótico, a leer en las nubes el futuro y a soportar el dolor mediante periodos de ayuno, grandes caminatas y ejercicios de resistencia tremendos, tanto mentales como físicas.
Aquellos niños sabían recitar los libros sagrados traídos por Moisés desde Egipto de memoria. Se levantaban a las cinco de la mañana para salmonear los cánticos sagrados antes del saludo al Sol. Se bañaban de cuerpo entero en los periodos más fríos del año. Se hicieron duros como el pedernal pero a la vez cándidos como palomas. Eran seres que viviendo en el mundo no eran del mundo. Eran la casta más noble y pura que ha crecido sobre la tierra. Eran los hijos de la Luz, los Esenios, creadores silenciosos de la cultura y la continuidad de la tierra.
PRIMER ENCUENTRO CON EL CIELO
Es necesario dar de vez en cuando las gracias a lo "alto" por permitirnos retroceder en el tiempo y ver imágenes rotundas de cuanto vivieron estos seres.
En la Primavera de su 16 años Juan, comienza a apagarse poco a poco. El aprendizaje ya no le motiva y comienza a abstraerse poco a poco de la disciplina del convento. En este periodo también frecuenta con asiduidad la compañía de otro joven llamado Andrés (el que luego fuera discípulo de Jesús) por medio del cual y por la inquietud de este gran amigo el inconsciente de Juan produce un sinfín de respuestas que desde el sueño interior van aflorando a la boca llenando lagunas tanto para el que pregonaba como para el que respondía. El uno y el otro se frecuentaban puesto que ambos conseguían el beneficio del conocimiento. Pero llegó el momento en que Juan ya no tenía preguntas, y la inquietud que le había movido hasta entonces se apaga. Ya nada ni nadie le retenía en aquel lugar. Un profundo sentimiento de soledad le invadió desde entonces y no desapareció jamas mientras viviera entre los humanos.
Zaqueo que observaba a su mejor discípulo, comprendió que su trabajo había terminado y acercándose al joven le dijo:
-Querido hijo mío; comienzan en tu cara a aflorar los símbolos de tu pequeña hombría y se dibuja en ti los rasgos de un servidor de Dios. Nada puedo darte ya, puesto que no solo has vaciado el almacén de mi gran ignorancia, sino que has sido el mejor de mis maestros. Tu luz y tu poder me ha enseñado a mis ochenta años a ser humilde, pues he aceptado que Dios se revela en el hombre cuando y como quiere y que el conocimiento se complace en un niño más que en la vanidad de un viejo. Doy gracias a Dios por haberme permitido vivir en tu tiempo y amarte con todo mi corazón. Debes ahora buscar por ti mismo y abrir el libro interior que tienes dentro, pues no hay mejor conocimiento que el que descubrimos cada día en nosotros mismos. Mi verdad, querido Juan, no es la tuya, aunque ambas son ciertas. Vive y experimenta. Aprende del vuelo del águila, de las olas del mar, del árbol de la montaña, de tus sueños, de los ángeles del Señor y de la anarquía de tus pensamientos Aprende del dolor y de la muerte, del amor y del odio. Pero sobre todo hijo mío, perdónate en tus errores y en tus limitaciones, puesto que los Dioses te dieron una mente de Ángel en un cuerpo mortal. Y aún deseándolo con todo tu corazón no podrás cambiar el mundo, sino que el mundo te cambiará poco a poco a ti. Aprende, hijo mío, a buscar respuestas en los designios ingratos y violentos del devenir del tiempo. Recuerda que de la basura más pútrea nacen las rosas más bellas.
Juan, se abrazó a su maestro diciendo:
-No es por casualidad que El Señor te designara para encaminar mis pasos hacia la sabiduría. Aprendí más de tu espíritu que de tu boca, pues cada noche mientras dormía, de tu cuerpo salía otro más bello y radiante y me hablaba incesantemente de muchas cosas que aún no entiendo y que seguramente moverán mis próximos pasos. Pero como niño aprendí de ti que el gesto, la palabra y la acción deben ser acompasadas a los sentimientos puros del alma. Gracias Maestro. Nunca te olvidaré. Yo te visitaré en tus sueños y seguirás enseñándome a pesar del tiempo y de la distancia.
Y el joven Juan deseo comenzar el reto solitario de la vida con tan solo un bastón, una túnica, mucho valor y un montón de quimeras que pululaban desordenadamente en su mente. El reto era abrir el camino del dictado interno, la senda de la intuición pura.
Tomó el camino de Gaza, por ser el lado mas alejado del convento y el que marcaba el límite de la tierra y el comienzo del gran mar.
Caminó durante dos semanas haciendo la ruta del Engadí, monte Hebrón y Gat hasta llegar al Mar. Durante ese tiempo su comida parca y frugal no pasaba de un poco de pan y varias piezas de fruta que habría tomado de los árboles a su paso. Por otra parte su intestino no habría aceptado mayor cantidad y calidad de alimento. En el caso de nuestro pequeño héroe la virtud de no comer, no solo era un proceso de voluntad, sino una prevención para liberarse de las reacciones espasmódicas del intestino y a veces los terribles cólicos intestinales que le sometían febril por varios días enteros al borde de la propia muerte.
Caminó si rumbo por la orilla del mar, mientras escuchaba dentro de sí mismo alguna respuesta o alguna tendencia, alguna dirección o cualquier otra motivación que diera significado a esa desenfrenada búsqueda de "no se sabe que". Pero nada ni nadie le respondía. El hambre era tan tremenda que incluso comenzaba a ver trozos de pan entre las piedras de la orilla. Las visiones delirantes comenzaron a asociarse a un fuerte proceso febril que al final desembocó en un espasmo intestinal tan doloroso que solo la inconsciencia y el desmayo pudo liberarle de tanto sufrimiento.
Quedó Juan tendido en la orilla de la playa, cuando desde el otro lado del espacio y del tiempo, yo, su amada, le gritaba desde lejos preocupada por si la marea subía y se ahogaba. Podía sentir su dolor y su tristeza, a la vez que le reprochaba su tenacidad en descubrir la quimera del conocimiento. Era tal su celo, que se había provocado una muerte inmediata y desde este lado yo le gritaba con fuerza para que se despertara.
De repente ocurrió algo que me dejó pasmada: Un ser luminoso de una belleza inusitada con un traje ajustado de vuelo se acercó por la orilla al muchacho y sin tocarle elevó la mano a la vez que el cuerpo de Juan se movía en el aire e iba caminando parejo al personaje hasta un pequeño entrante a modo de cueva en el acantilado. Juan se despertó asustado por la presencia tremenda de aquel individuo, sin saber si estaba consciente o inconsciente. Luego este ser luminoso tomó del aire una copa y le dio a beber a Juan un líquido, que no era otro, que el mismo maná que le había sido dado al pueblo de Israel a la salida de Egipto. El hombre del traje ajustado dijo:
- Mi nombre es Link, y aunque tu no me conoces, tu espíritu sí. Siempre he seguido tus pasos y te he consolado vida tras vida. Te he dado de comer cuando tenías hambre y te he puesto palabras en tu boca y en tu corazón desde el lado que tu no ves Siempre estarás unido a mí, por que tu y yo somos uno en el septenario del espíritu.
Y dicho esto desapareció en la misma manera que había aparecido.
Juan, una vez recuperado, retomó el camino hacia la fuente del Engadí, donde moraría a partir de ese momento buscando, no tanto fuera, sino dentro de sí mismo.
Hasta los veintiún año, Juan aprendió a escuchar en la soledad su propio libro interior, a caminar en la quietud del desierto, a robar al raposo la miel de las colmenas, a comer de la nada de la arena o de las langostas que surcaban el aire del desierto. Su extremada delgadez llamaba la atención a propios y extraños, pero nunca se apagó la luz de sus profundos ojos azules. Visitó asiduamente a sus hermanos los terapeutas en Qumram, en Monte Carmelo y en Nebo y entre sueños y experiencias aprendió a domar su ego para dejarlo disponible al espíritu del Señor de la Tierra que le había designado como templo de carne para la próxima misión. Simultaneó estas estancias de retiro ascético con las visitas al grupo de iniciados que instruía su padre. Zacarías; su padre, era depositario de una serie de pergaminos que venían de tiempo antiguo. Se trataba de determinadas enseñanzas confiadas a sus antepasados de propia mano de Aarón. Solo unos pocos iniciados conocían de la existencia de estos pergaminos y solo tres veces al año se reunían para dialogar y renovar los compromisos de dicha sabiduría. Juan, fue admitido a estas reuniones puesto que debía continuar la tradición de la guarda de aquellos papiros, a fin de que no cayeran en manos de los gentiles o de personas indignas sin aristocracia espiritual.
Llegada la fecha de dicha reunión, un mensajero se adentraba al desierto y entregaba a Juan un trozo de tela que tenía representado dentro, un rombo con un corazón y un rombo con dos olivos. Estas señales y otras convenidas con anterioridad le hacían saber que era llamado a la reunión de la Fraternidad de los Hijos de la Luz. Siempre se usaba el rombo con signos precisos dentro, y solo unos pocos dentro del pueblo conocían de dicha existencia. Todos los iniciados eran afines a la secta esenia, aunque también había celotas y un par de fariseos que también habían sido llamados por designación superior.
Estas reuniones se practicaban después de una semana de ayuno total. En este periodo los iniciados no solo dejaban de comer absolutamente, sino que se sometían a oración y no tenían ningún tipo de contacto sexual. Solo agua y un poco de fruta al amanecer eran lo que les mantenían activos hasta la reunión.
Normalmente era la casa de Zacarías la que más y mejor albergaba dichas reuniones. La misma casa de Zacarías comunicaba por el suelo con la casa contigua y esta a su vez con otras tantas casas próximas. En las paredes de adobe se ubicaban distintos agujeros perfectamente camuflados donde se ponían los pergaminos y el acta de las sesiones que periódicamente se realizaban.
Una vez juntos todos en cónclave, se procedía a la adoración solar y se invocaba el espíritu de Moisés y el de Elías. Se ponía a su vez sobre una mesa un trozo de pan ázimo y una copa de vino curado de tres cosechas anteriores y a cada lado de dicha ara se ponían dos candelabros de siete brazos con velas de cera virgen que permanecían encendidas durante todo el tiempo que duraba la asamblea. Hecha la oración se procedía a un periodo de silencio. Casi al instante una de las personas, y a veces dos o tres, entraban en un profundo trance y comenzaban a hablar ordenadamente con la iluminación del espíritu. Extrañas presencias luminosas acudían a la sala y se incorporaban a aquellas sesiones. Un amanuense comenzaba a escribir cuanto salía de las bocas de aquellos extasiados en trance y se elaboraba un acta que como antes dije se escondía en lugares secretos de la casa o del campo. El conocimiento que llegaba en aquellas sesiones era absolutamente maravilloso. La luz se hacía palabra, reflexión y conocimiento. Bien valía la pena haber estado sin comer todo aquel tiempo, pues aquel alimento mantenía a aquellos hijos de Israel en una plena comunión con el espíritu. No se podía revelar nada de dichas sesiones puesto que el que revelara algún secreto era reo de muerte y efectivamente en una o dos contadas ocasiones ocurrió que los desobedientes fueron castigados severamente. Uno de los asistentes movido por el amor a su esposa, quiso comunicarle alguna de las cosas que en dichas sesiones se celebraban y quedó absolutamente mudo para siempre. Otro de los conjurados en el misterio también se dejo llevar por el pecado de la vanidad y comenzó a revelar conocimientos que expresamente habían sido reservados, respecto de acontecimientos futuros por llegar. Efectivamente se cumplió cuando él había anunciado, pero no reveló la fuente de su información; aún así fue castigado sin remisión, puesto que cumplida la profecía, en el mismo instante murió ante sus amigos y contertulios. Nadie por tanto osaba revelar aquellos conocimientos y nadie delató a sus hermanos del espíritu. Pero todo el mundo sabia que algo o alguien hacia distintos a Zacarías y a sus amigos. Que sus ayunos y comportamientos fuera de la costumbre del pueblo le señalaba como cómplices de alguna extraña secta o privilegio.
Israel en aquellos tiempos era algo así como un barril de pólvora a punto de estallar, puesto que por un lado se encontraba la dominación Romana; el férreo yugo de Herodes y sus intrigas y por otro, los movimientos nacionalistas dentro del pueblo y la amenaza de las fronteras próximas al Imperio que acechaban permanentemente contra los habitantes de aquella peculiar nación. Era por tanto peligroso tener secretos en este clima.
Herodes había desplegado una red de chivatos bien pagados que se adentraban entre las tribus y ocupaban puestos en los mercados, en las sinagogas y en el ejercito y nada ni nadie se escapaba a su control. Zacarías por tanto estaba destacando en forma peligrosa ante la gente y era sometido en silencio a una permanente vigilancia. Él lo sabía y había dado instrucciones muy precisas a Juan respecto de lo que debía de hacer en el caso de que fuera atacada la orden o él falleciera de muerte violenta.
Pero quedaban unos cuantos años antes de que se desataran los acontecimientos y Juan simplemente se estaba preparando para ser un profeta de Dios y sobre todo hacerse hombre en medio de los hombres.
Muchos se preguntan el porqué los profetas o los grandes avatares pasaron un periodo de cuarentena más o menos largo en el desierto o en profunda y dura soledad. La respuesta está en la mecánica del espíritu y en la lógica del "mutante". Sólo cuando un ser ha sido capaz de vencer las tendencias del ego y dejar limpio su edifico de carne de las pasiones y de la concupiscencia puede luego ser compenetrado por el espíritu superior que toma posesión de su templo carnal en las mejores condiciones para operar. Este fenómeno se había producido en el caso de Elijah y se repetía con Juan. De hecho el sentimiento de soledad y de ermitaño fue siempre una característica propia de este espíritu, estuviera en una u o otra estancia de carne, que a lo largo del tiempo habitara.
LA PIEDRA MAGICA
Existen pequeñas anécdotas que afortunadamente el velo del tiempo nos ha dejado desvelar. Solo quien tiene la llave puede abrir la vieja puerta de su casa. Sólo quien sabe caminar por el laberinto no se pierde ni se ciega con las fantasmales luces del Maya. En este caso nos referiremos a un capítulo que nunca se escribió de Juan.
Era un día cualquiera de su impetuosa juventud; Juan había dejado la cueva donde habitualmente moraba y se había dirigido a la fuente del Engadí, donde periódicamente se bañaba antes de que saliera el Sol. Las viejas enseñanzas de Zaqueo eran para él como un código imperturbable de conocimiento. En estas enseñanzas, el baño ritual antes de saludar al Sol era obligado, además de higiénico. Pero esa mañana, un extraño y minúsculo sol artificial estaba iluminando con reflejos vistosos el agua de la fuente. Por un momento Juan se desconcertó e incluso comenzaba a pensar que el fin de los tiempos estaba próximo al ver como el sol de este amanecer estaba pálido de vida o bien todo se estaba apagando ante sus asombrados ojos. La luz continuó su evolución hasta que se puso matemáticamente sobre la vertical de su cabeza. Nuestro hombre levantó la cabeza y se quedo asombrado ante la cegadora luz que salía del mismo. Uno de esos rayos comenzó a descender desde el pequeño sol metálico y alcanzó a Juan, que con suavidad se vio ascendido hacia arriba, como si algún águila gigante le estuviera levantando desde la tierra. Comenzó a pensar que a lo mejor todavía estaba dormido y que en todo caso se trataba de su imaginación, pero no solo no fue así, sino que se vio impetuosamente introducido en una extraña tienda de un color jamás visto y con una luz maravillosa que iluminaba toda su figura. Dentro de aquella tienda de extraño metal era de día, pero mirando desde la puerta de la misma hacia abajo, era de noche. Enseguida comprendió que aquello no era obra del hombre, sino de Dios.
Comenzó a caminar por un pasillo circular largo donde la luz y la brillantez de las paredes le hacían pensar que estaba en una casa hecha de la más fina plata que jamás habría visto ningún ser humano. Después de recorrer un largo tramo. Se abrió en su lado izquierdo una puerta, y pudo ver una sala circular desprovista de muebles y sin la presencia de ser viviente alguno. Juan se acercó al centro y vio una peana de un color plateado brillante que saliendo del suelo de dicha habitación llegaba hasta su cintura. En dicha peana brillaba una piedra preciosa de color rojo que destellaba con fuerza y asemejaba a las más bellas de las gemas que nunca jamás habría visto. Era del tamaño de un huevo de gallina, pero estaba cortada en forma caprichosa y regular. Casi al instante, se escuchó una voz, que sin saber de donde salía exactamente llenó con ímpetu autoritario toda la estancia:
-Juan, toma la piedra y no la pierdas nunca. En otra vida te perteneció. Úsala cuando necesites preguntar algo o cuando en tu turbación y soledad necesites de nuestra ayuda. Siempre estaremos unidos a ti por medio de la misma. Escucharás y verás en sus entrañas cuando acontece a los hombres y a tu tierra. Verás el pasado y el futuro y te protegerá de todo mal. Guardala celosamente de los curiosos y de los ladrones y escóndela en un lugar seguro cercano a ti.
Tomó por tanto la piedra con veneración y asombro y tal y como había venido hasta allí retrocedió hasta el final del pasillo de acceso. Estaba pensando cómo bajaría a tierra, cuando en un solo instante se vio junto a la fuente como si de magia auténtica se tratara. Comprobó que la piedra estaba en su regazo. Luego vio como el pequeño sol metálico se iba apagando a la vez que los primeros rayos de Sol salían por el horizonte.
Ascendió rápidamente a la cueva y después de buscar un lugar seguro, lo encontró en una pequeña hendidura en el lado más obscuro de su morada. Puso después una pequeña piedra plana tapando la ranura y allí estuvo su gran tesoro, que solo él y una amiga suya a la que luego me referiré conocían.
Todas las noches antes de dormir, Juan avivaba el fuego que ardía continuamente en su cueva, pues las ascuas del día prendían en la noche con el pequeño manojo de palos secos que antes de retirarse tomaba nuestro anacoreta del entorno. Cada noche, tomaba la piedra de su escondite y la contemplaba silencioso. Al cabo de un ratito de quietud y observación comenzaba a ver imágenes del pasado y del futuro. Bastaba con que Juan pensara en forma consciente o distraída en algo para que se reflejara en su interior una respuesta visual acompañada de una potente voz que solo se escuchaba en su propio cerebro. A veces cuando la meditación ante la piedra se prolongaba por horas y el fuego se apagaba, una maravillosa luz violeta salía de la gema e iluminaba la estancia sin que el profeta reparara en que el fuego se había extinguido y que la luz era la de la preciada gema.
Por medio de la misma le fueron dadas a Juan instrucciones precisas por partes de los dioses, de como emplearla para curar a los enfermos, incluso de como defenderse de sus enemigos. Así pues, por medio de giros monótonos y repetitivos sobre las zonas patológicas de los enfermos se producía al poco rato una verdadera regeneración de los tejidos y un claro alivio de los males del enfermo.
Esta dichosa piedra fue vista poco a poco cada vez por más gente, hasta el punto de levantar todo tipo de especulaciones sobre la misma. Solo Jhana, su entrañable amiga, sabía donde se escondía y quienes se la habían dado.
Existe incluso un capítulo muy polémico que nunca se ha registrado en las escrituras sagradas pero que hace alusión a un tema escabroso. Si se lee bien los Evangelios se puede observar una clara rivalidad entre los discípulos de Juan y los de Jesús el Cristo. Fueron precisamente varios discípulos de Jesús los que atraídos por el poder de la piedra maravillosa del profeta, y seguidos de otras personas, se acercaron a la cueva de Juan para que les mostraba el poder de la misma. En un principio el anacoreta no hizo caso de este macabro interés, pero ante la pesada insistencía de estos dos discípulos y los curiosos que les seguían, optó Juan por salir a la luz desde la penumbra de su cueva, pero con la piedra en la mano. Levantó el Hombre de Dios la gema sobre su cabeza y al instante salió de la misma un rayo rojo que envolvió en aparentes llamas a los curiosos. Fue tal el impacto y el susto que recibieron que salieron corriendo a la vez que las chispas salían de sus túnicas por el efecto térmico de aquel rayo.
Comprendo que estas historias puedan resultar fantásticas, pero son tan reales como la propia certeza de haberlas vivido desde el arcano registro akásico donde está grabado cuanto se ha dado en los corazones de los hombres y en la vida y devenir de la Humanidad. Algunos comprobarán cuanto decimos desde el "otro lado". Mientras tanto, para otros la pequeña historia de la piedra de Juan, no será sino un despiste literario de los autores.
Deseo recordar al respecto algo curioso que fue famoso para los seguidores del mundo del contactismo moderno. Me estoy refiriendo a una vieja historia de un periodista alemán que fue contactado por seres venidos del espacio y al que le entregaron una piedra roja que debería llevar a una cita precisa junto al mar en un día determinado. Aquel hombre escéptico, tiró la piedra al agua y no quiso dar crédito ante cuanto estaba viviendo pues comprometía su vida y sus creencias en forma peligrosa para su cordura. Al día siguiente este periodista contactado murió extrañamente. Es una pequeña anécdota curiosa que se dio en nuestros días. Pero sin recurrir a ella, muchos son los que conocen la función de las piedras preciosas en manos de dotados psíquicos y el empleo en los campos de la medicina, la parapsicologí a y la magia, que a lo largo de la historia han tejido de leyendas las actuaciones de seres y de entidades, que emplearon dicho poder para estos y otros tantos usos fantásticos.
Juan no solo la empleaba para hablar con los dioses y para sanar, sino que cuando tenía los fuertes dolores intestinales y las fiebres que provocaba su precario estado, ponía la piedra en la frente o en el abdomen y poco a poco se dormía con una sensación de paz y de satisfacción por el alivio directo de las vibraciones de la misma.
JHANA, SU AMADA VIRGEN.
Como el Arcángel San Gabriel anunciara en su día a Zacarías, Juan habría nacido con el sagrado deber de servir a Dios. En el libro sagrado se da a entender que este profeta no debería conocer mujer, por su dedicación al Señor. Y así fue en los primeros años de su predicación, pero no en la etapa final; es decir, poco antes de su muerte.
Zacarías vivía en Jerusalén en las cercanías del templo, puesto que los sacerdotes que permanecían asiduamente en el servicio religioso habitaban los barrios próximos al mismo. La humilde casa de la familia de Juan tenía en su vecindad más próxima a otra familia de mercaderes de telas que además de ser virtuosos y fieles amigos de Zacarías e Isabel habían tenido cinco hijos; cuatro varones y una hija pequeña llamada Jhana. Esta niña había nacido matemáticamente al unísono de Juan, y los mismos dolores de parto habrían pasado ambas madres en casas contiguas y en habitaciones separadas por tan solo un pequeño tabique. En esa misma medida, los primeros años del hombre de Dios se habían dado con una total y absolutamente compenetració n con esta niña que por la carencia de hermanos por parte de Juan, había ocupado en todo momento esta parcela sentimental tan necesaria para todo niño.
Durante pocos años habían vivido indistintamente en cada casa, y habían comido y dormido en una y otra con total libertad y con el consentimiento de ambas familias que por otra parte eran entrañables en sus lazos y en su respectivo trato.
Juan amaba a Jhana, pero le era imposible concebir a su vecinita como una mujer objeto de deseo, sino más bien como una verdadera hermana. De una u otra manera los primeros lazos y las primeras pautas infantiles definen de una u otra manera el comportamiento futuro del adulto y no podría haber sido de otra manera en este caso, puesto que la profecía del Angel se debía cumplir por designios infalibles de lo alto, hasta que de “lo alto” le fuera permitido conocer mujer.
Cuando a los siete años Juan fue llevado a iniciar su educación al colegio esenio, Jhana acudía cada fiesta junto con Zacarías y con Isabel a ver y dialogar con su querido amigo. Esta entrañable amistad no solo no habría disminuido con el tiempo sino que se veía incrementada por la separación de ambos. Pero así como en Juan el encuentro con Jhana no era otra cosa que renovar lazos familiares; Jhana iba desarrollando junto con este amor una lógica atracción femenina que no descartaba el deseo de poseer y amar como hombre al Profeta de Dios. Por otra parte decía Jhana -Y a quien voy a amar si no es a Juan-. Pues ella no podía amar a otro hombre. Sobre Jhana, evidentemente habitaba el espíritu de Sheisha y vida tras vida los lazos afectivos que se han visto iluminados con la luz del espíritu no desaparecen, sino que se incrementan y se buscan.
Jhana no sabía que aquel ser amado no viviría muchos años sobre la faz de la tierra y tampoco sabía que "los hijos del Sol" son como soldados al servicio de un plan y no de una mujer. Por tanto se requería de la fortaleza y la concentración absoluta de la mente del profeta para llevar a cabo el plan previsto y en este plan el celibato era una herramienta muy útil para no desviar intereses o debilitar las tremendas decisiones que debía tomar el hombre de Dios en lo sucesivo.
Jhana siempre había visitado a Juan, pero no solo por propio interés sentimental en si, sino por cuidar en todo momento de la precaria salud del profeta y de atender a su perpetuo descuido en las comidas y en el cuidado de su cuerpo. Y es que Juan además de ser un despistado sufría enormemente con la digestión, hasta el punto de apurar la comida al mínimo para no enfrentarse a las reacciones posteriores.
Jhana llevaba asiduamente queso, dátiles y miel a su amado Juan y este los comía poco a poco hasta que de nuevo en la siguiente visita le eran repuestos los víveres que se habían terminado. Pero ocurría muy a menudo que la comida se estropeaba en el fondo de la cueva y cuando Jhana llegaba se entristecía por ver la afrenta de su gesto despreciado por el profeta.
- ¿Juan por que no has comido lo que te envíe?, decía Jhana.
Juan saliendo de su letargo y con un total despiste afirmaba:
-Mujer; no ves que ya he comido todo. Y seguía abstraído haciendo dibujos y jeroglíficos en el suelo de la caverna. Entonces Jhana con tristeza tomaba el queso repleto de gusanos y se lo ponía en la nariz y ante los ojos para que evidenciara no solo que no era cierto, sino que además flaqueaba su memoria o su despiste era tremendo. Juan ante tal gesto sonreía con ternura y decía:
- ¡Lo siento Jhana!....no sabía que todavía tenia comida.
En pocas ocasiones Jhana retrasaba su visita al profeta enfadada por esta desconsideració n por parte de su querido amigo, pero Juan no solo seguía en el mismo despiste sino que terminaba por comer todavía menos y aumentaba su extremada delgadez. En ocasiones llegó incluso a comer langostas y líquenes del desierto.
En otras ocasiones era Jhana la que le impulsaba a realizar su función terapéutica por la cual debía de curar a los enfermos que ocasionalmente acudían a la cueva. Juan tomaba su piedra de color rojo y realizaba varias pasadas por el cuerpo del enfermo, produciéndose al poco rato una regeneración total del mismo. Cuando no conseguía llevar el alivio o calmar el dolor, decía al enfermo:
-Regresa a casa y reza al Señor; pues el se ocupará de ti. Pero no peques más.
Aquella noche, Juan tomaba la piedra y la ponía encima al costado del fuego. Luego se concentraba mentalmente y pedía al Señor Dios de Israel por todos y cada uno de los enfermos que habían venido a su encuentro. No tardaban éstos en amanecer con las dolencias curadas o ampliamente mejoradas. Por estas cosas y otros tantos prodigios, crecía cada vez más la fama de Juan ante el pueblo y era respetado y amado por todos.
Aconsejaba siempre el profeta de Dios practicar la caridad entre los vecinos, perdonándose las ofensas e impulsaba a llevar una vida digna, moderando la comida y la bebida. Solía repetir reiteradamente:
-Sois lo que coméis. Buscar estar limpios por dentro y fuera y la enfermedad nunca visitará vuestras moradas. Cumplid los preceptos sagrados y no tendréis tribulaciones en el cuerpo y en el alma.
Al otro lado de las fronteras de Israel llegaba la fama del profeta de Dios y eran muchos los que peregrinaban a su rústica morada para escuchar su enseñanza. Esta fama también llegó a dos focos distintos y enfrentados en la sociedad de aquellos días. Por un lado los grupos celotas; o ultranacionalistas judíos y a su contrario el Rey Herodes. Ambos procuraron saber más de él y de su enseñanza. Los primeros pensaban que el pueblo seguiría a un líder con el carisma y la fuerza de Juan. El segundo, pensaba en la misma medida que aquel hombre podría ser peligroso si todo su prestigio lo ponía al servicio de una idea liberadora del pueblo.
Tanto los celotas como los informadores de Herodes habían concurrido a estos encuentros dialécticos en los que el profeta revelaba la más pura sabiduría jamás conocida. Y unos y otros hacían sus conjeturas en un sentido o en otro, según convenía a sus intereses respectivos.
Jhana sabia de este interés por parte de los movimientos políticos de Israel hacia la figura de su querido Juan y reiteradamente le advertía de estas intrigas. Juan por su parte totalmente ajeno a estos intereses decía:
-¡ Mujer...! ¿Que pueden querer estos de un pobre hombre como yo?. He venido para hacer la revolución del corazón, no para sublevar ni enfrentar a nadie. ¡Déjales que hablen y murmuren!.
No sabía el profeta que aquellas intrigas le costarían poco tiempo después la vida. Pero estabamos ante un ser limpio de corazón que no callaba nada y que cuando se arrancaba en su discurso era tal la fuerza de su verbo que temblaban las montañas de Judea.
Heliocentro
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JUAN EL BAUTISTA II
El Señor de la Tierra
VIAJE A OTRO CONTINENTE
Cierto día llegó Jhana a la cueva al tiempo que Juan estaba dibujando dos círculos pequeños surcados por una línea y al final de la misma un círculo mayor.
-¿Que estas dibujando Juan?, dijo Jhana.
-El ángel del Señor me ha dicho en sueño que debo marchar a un lugar lejano. ¿Ves este círculo?...Se trata del Lago Tiberiades. Este otro es el mar Muerto. ¡Pues siguiendo esta línea llegaré a un gran mar y desde allí a una extraña tierra donde vivió nuestro Padre Moisés. (Se trataba del Mar Rojo y de la costa oriental de Egipto). En poco tiempo marchare hacia allí puesto que he sabido por las caravanas que llegan de Oriente que en la ciudad de Al-Ghardagah me espera un sabio que conoce los secretos de la salud. Él me ha mandado llamar por sus mensajeros y debo partir.
Jhana, que conocía la locura de su querido Juan, sabía que nadie podría disuadirle de adentrarse en las aguas de todo un océano y le dijo:
-Llévame contigo, por favor.
-¡Estas loca Jhana!...No ves que estas cosas no son tareas para mujeres. ¿Sabes tu el peligro que corres adentrándote en el mar?. Jhana respondió:
-¿No corres tu acaso el mismo peligro?. Juan respondió:
-Mi viaje ha sido bendecido por el Angel del Señor, por tanto no temo por nada.
Dicho esto, Jhana, resignada, tomó de la cesta que traía una serie de provisiones a la vez que le entregaba un trozo de tela con muchos bordados que había hecho Isabel para su amado hijo. Juan retiró los alimentos y tomando la tela vio que en el centro de la misma y pasando desapercibido para cualquier otro observador había dibujado un rombo con un centro en su interior. Dijo enseguida a Jhana.
- Come un poco puesto que mis padres y mis hermanos nos esperan.
Aquel atardecer retornaron a pie hasta Jerusalén. Hicieron alto en la noche en el camino para dormir a la intemperie y bajo la luz de las estrellas se acurrucaron los dos sin malicia al abrigo de la pequeña brisa nocturna. Jhana tomó por un momento la palabra diciendo:
-Juan, ¿Por qué no retornas con nosotros a la ciudad y dejas la soledad del desierto?, ¿Tu sabes cuanto te amamos tus padres y yo?.
En el corazón de aquella mujer se ahogaba en silencio un llanto de profundo amor por su ser amado. Pero sabía que no luchaba contra la voluntad del profeta, sino que una extraña sombra siempre acompañaba al hombre de Dios para cegarle ante las ataduras mundanas y el apego a la comodidad de la vida en la ciudad. Jhana debía luchar contra una profecía, contra un destino y se entristecía por no poder vencer a algo que no tiene forma, que no tiene oidos para oír ni cabeza para razonar. ¿Cómo se puede vencer a una profecía?, ¿Cómo se puede alterar un destino?...¡En fín!..¿Acaso mi castigo sea el no ser suficientemente buena para él?.... Juan, ajeno a cuanto corría veloz por la mente de Jhana habló así:
- Mira Jhana cuantas estrellas hay en el firmamento. ¿Sabías tu que cada una de esas estrellas es el Cristo luminoso de otras tantas moradas donde viven seres igual que nosotros?. Otro igual a mi palpita al unísono de mi corazón en la lejanía del Cosmos
Y mirando fijamente al cielo, se iban cerrando poco a poco los ojos como si de un niño despistado y distraído se tratara.
Jhana, meneando la cabeza con resignación pensaba para adentro:
-¡Realmente, este hombre no tiene remedio!.
Cuando Juan hablaba de “otro igual al que palpitaba al unísono en el corazón” estaba esbozando una teoría que Einstein la enunciara como “universos paralelos”. Jhana no podía entender, pero quizás vosotros os podaís plantear alguna duda después de leer el siguiente relato:
Miguel Herrero Sierra, de treinta y cuatro años de edad, conductor de profesión y vecino de Alcalá de Henares, nos relata la experiencia que le permitió presumiblemente, entrar en contacto con seres extraterrestres de tipología 1.
Soy aficionado a la pesca. Aquel día -en la madrugada del 18 de diciembre de 1977-, decidí írme al pantano de Buendia, Cogí la furgoneta de la empresa y salí de casa, sobre las cinco de la madrugada. Había pasado ya el pueblo de Tendilla sobre las seis y pico (a 24 Kms. de Guadalajara sobre la Nacional 320), y de pronto, me quedé sin luces en el coche e incluso se apagó la radio. Me bajé e intenté encontrar la avería, sin resultado. Entonces, acerqué el coche a la cuneta y lo metí por un camino frente al cruce de Peñalver, donde no molestara, esperando a que se hiciera de día.
Había nubes bajas. Salí un momento del coche y oí que me llamaban: -¡Oiga, el de la furgoneta!-, distinguí una masa negra a unos cincuenta metros de mí y sospechando que pudiera tratarse de algún camionero con su vehículo atascado o algo así; sé que ahí no existe ninguna construcción-, me acerqué, después de cerrar mi coche. En ese momento vi a un hombre que iba con un buzo, un mono blanco que en principio a mi me pareció como de mecánico, el cual dijo que le acompañara.
En ese instante, Miguel Herrero afirma que empezó a notar calor, al tiempo que percibía un olor picante que en principio no identificó, pero que luego compararía al de "un bosque de pinos".
Siguió al hombre y distinguió un extraño aparato en forma de sombrero, del cual, cuando estaban a tres o cuatro metros, salió por debajo un cilindro hacia el suelo, iluminándolo todo.
Miguel Herrero afirmaría al diario "El Pueblo", de Madrid: "Me pareció una solemne tontería salir corriendo, porque pensé que si querían hacerme algo, me lo habrían hecho ya. No soy una persona miedosa, así que le seguí."
"Se abrió una puerta corredera en el cilindro; era metálico y estaba helado, y quedó a la distancia de un escalón del suelo”. Un ascensor nos llevó a la puerta de arriba, a una sala muy grande donde había muchos controles.
En ese momento Miguel Herrero sufrió un ligero desvanecimiento del que se recuperó a los pocos instantes. Entonces fue cuando empezó a hacer la composición de lugar, fruto de la cual han sido unos bocetos en los que ha intentado, una vez pesada su experiencia, reflejar todo lo que vio, lo más fielmente posible; así como unas anotaciones intentando describir aquellas instalaciones con la recopilación de sus recuerdos.
En los apuntes se puede leer textualmente:
"Las dimensiones del aparato, teniendo en cuenta que son aproximadas, comparándolas con un metro sesenta y cinco que es mi estatura, serían: de la base del cilindro hasta la parte superior de la copa del sombrero de unos diez metros”.
"El cilindro inferior tendría unos tres metros y medio de altura por tres de diámetro”.
"La sala de control tendría de dieciséis a dieciocho metros y la altura, algo más que la del cilindro, o sea, de cuatro a cinco metros”.
"El anillo o "alas", que vi nítidamente entre el cuello lleno de estrellas y el borde interior iluminado, podría tener de dos metros a dos metros y medio”.
"La cabina de "pilotos" era una pieza circular de unos dieciséis a dieciocho metros, iluminada con una luz blanca, procedente del techo y paredes, como si todo ello fuese una enorme lámpara de neón, que no molestaba en absoluto a los ojos, aunque su luz era muy intensa”.
Todo alrededor de las paredes, cinco, a modo de mostradores separados por una especie de armarios transparentes se encontraban los tableros de mando con una pantalla de televisión de unos dos metros de largo por uno de ancho. Y en cada mesa o tablero, un sinfín de luces, indicadores y palancas (algunas de estas luces no pararon de oscilar en todo el tiempo que estuve allí dentro).
Frente al tablero, por encima del aparato de televisión, la pared se hacía transparente a voluntad del operador como pude ver luego.
"Delante de los mandos, un asiento de algo que me pareció acero y esponja, con un pedal que permitía al operador desplazarse sobre unos carriles, de un extremo a otro de la consola."
Eran, si estaban todos, dieciséis.
De aspecto igual al nuestro; tanto que vestidos con nuestras ropas, hubieran pasado desapercibidos entre nosotros. Vestían un mono de color blanco, con la única excepción de uno de ellos que sobre la parte superior izquierda del mismo, en el pecho, llevaba un círculo rojo. Todo el tiempo aquella forma de diálogo inaudible ya que en ningún momento noté que movieran sus labios la mantuve con este hombre que parecía como si fuera el jefe, y que para mí se identificó como mayor Martins, el cual me explicó que sus naves se materializaban y se desmaterializaban a su gusto. Que su nave era de tipo exploradora y que había más en diversas partes, las cuales tenían que volver más tarde a un punto determinado, donde les esperaba una nave base (nodriza), que les devolvería a su lugar de origen. Para su defensa, podían crear un campo magnético de 15 ó 20 metros alrededor de la nave, para evitar posibles ataques.
"El "Mayor Martins" explicó que su funcionamiento está motivado por cargas magnéticas de repulsión y atracción. Llegaron a nosotros, básicamente, debido a una casualidad. Calculando una velocidad determinada para desplazarse encontraron un vacío y fue así como llegaron a nuestra dimensión hace aproximadamente dos mil años."
HUMANIDAD PARALELA
A Miguel Herrero Sierra, su interlocutor le contó diversos contactos efectuados en Francia, Estados Unidos, Rusia y Argentina, donde incluso intentaron hacer un experimento de cruce de razas con resultado negativo. Pero, quizás, el aspecto más llamativo de esa conversación es cuando Miguel añade:
Solamente me asusté el ver a un hombre que era exactamente igual a mí. Estaba sentado de espaldas, giró su asiento de los mandos y se quedó mirándome. Entonces, como digo fue cuando me di un gran susto. mi primera reacción -bueno, me dio la impresión de encontrarme ante un espejo- fue la de acercarme a él, no con ánimo de agredirle, ni mucho menos, sino sólo para ver a alguien como yo, de cerca. Y entonces fue cuando no me dejaron ir, no porque no pudiera físicamente, ya que nadie me lo impedía, sino porque me dijeron que no podía entrar en contacto, ya que él era algo así como mí negativo
exactamente igual que yo, a excepción de la cicatriz que tengo en la mejilla izquierda: él la tenía en la derecha.
Me dieron a entender como explicación que ellos y nosotros somos paralelos. El ejemplo fue el de la fotografía: nosotros somos el negativo y ellos el positivo o viceversa. Haciendo hincapié, en que cualquier cosa. que nosotros hiciésemos, a ellos les repercutiría, y que si uno de nosotros moría por cualquier causa,- su negativo -por seguir llamándole así - también fallecía. Me dijeron que si tenía idea de física, por ejemplo, dos polos opuestos en un imán se atraen y eso es lo que nos ocurría a nosotros en un momento dado al menor descuido. Quizá por ese motivo, a él le hicieron salir y no volví a verle."
Miguel Herrero estuvo en aquella sala aproximadamente tres horas. Un poco más tarde de las nueve y media de la mañana, se encontró de nuevo junto a su coche. A lo largo de ese tiempo -que a él le pareció tan corto como un cuarto de hora -, estuvo en contacto con unos seres que en ningún momento le hicieron daño. Unicamente notó cuando ya se encontraba fuera del aparato, un pinchazo en el brazo derecho, aunque no recuerda si se lo hicieron.
"Cuando salí del coche estaba muy nervioso y pude apreciar cómo el objeto con un leve zumbido, se alejaba a una velocidad increíble."
Es de destacar el cambio sufrido a raíz de la experiencia vívida por Miguel Herrero, el cual ha vuelto varias veces al lugar del suceso, en espera de que se vuelva a producir el encuentro y afirma:
"En cuanto a mi interior, aunque no sea capaz de explicarlo fácilmente, me ha supuesto una especie de trastrocamiento de las cosas que yo creía y pensaba respecto a estos asuntos. He visto todo tan fácil de explicar, que me parece un absurdo, montar estos problemas que han surgido entre expertos científicos. Por otra parte, no temo en absoluto al ridículo."
Las primeras investigaciones que se efectuaron, fueron sobre el terreno de los hechos, sin encontrar ningún rastro visible. Fueron analizadas muestras de vegetación y tierra, con resultados negativos.
Se recopilaron la mayoría de datos posibles, utilizando para tal fin diferentes cuestionarios, como las entrevistas efectuadas por el diario "El pueblo"
Todo el material fue sometido a minucioso análisis, encontrando en el mismo algunas lagunas, por lo que se optó, con el consentimiento del testigo y la colaboración del equipo del Dr. Jiménez del Oso, por efectuar análisis hipnótico y narcoanálisis o "suero de la verdad consistente en pentotal por vía endovenosa, para la cual y ante el numeroso grupo de especialistas fue sometido a una técnica de sofronización simple- dirigida, debiendo desistir de la hipnosis profunda y del narcoanálisis, al ser detectada una enfermedad cardíaca.
Durante la sesión, el testigo relató punto por punto toda la experiencia vivida, quedando sin contestar aquellas preguntas más comprometidas, como si Miguel Herrero hubiera recibido una orden posthipnótica, dentro de una amnesia, ya que su relato no cubre las tres horas que permaneció dentro del OVNI.
En cuanto a la personalidad del testigo, hay que observar que es aficionado a la lectura, prefiriendo los clásicos. A pesar de su profesión de conductor, es un hombre de cultura, tiene el Bachillerato y dejó a medias la carrera de Magisterio. Tiene amplios conocimientos de francés, inglés, italiano y alemán, no es partidario en absoluto de la ciencia-ficción y hasta ese momento, como él mismo declararía, "no creía en estas cosas."
(Mundo Desconocido, nº 21)
Llegaron al mediodía del día siguiente. Juan se precipitó llorando de alegría a abrazar a su madre. La tomó en sus brazos por su espalda y la levantó en el aire diciendo con ternura:
-¿Hay acaso en todo Israel, madre más bella que esta maravillosa mujer?.
Isabel, sin volver el rostro y con lágrimas en los ojos comenzó a llorar diciendo desde el fondo del corazón:
-¡Juan,...Juan.....hijo de mis entrañas!
Y levantada en el aire daba besos a su hijo en la barba, en el pelo y en toda la cara.
Jhana que contemplaba la escena sentía el amor de una madre a la que Dios le había arrebatado la cosa más preciada de su existencia y lloraba, no tanto por emoción sino por la rabia de contemplar impotente como la vida de dos mujeres estaba frustrada y sin sentido por el corazón de un hombre, cuyo único delito era haber sido consagrado a Dios.
Difícil es el oficio de Profeta. Su destino es no poseer nada. No tener tiempo, pues al conocer el futuro se acorta su destino y se cierran los caminos. No ser de nadie, sino hijo de un programa preestablecido. Estos seres viven despersonificados en la atemporalidad absoluta del espacio y del tiempo.
Juan vivió solo unos días en la confortabilidad de su casa, visitando a sus viejos amigos y preparándose para la próxima ceremonia de Los Hijos de la Luz.
Al séptimo día de su llegada, Zacarías mandó a Juan a entregar un trozo de tela en el que figuraba dibujado un rombo con un corazón dentro y otro rombo con una luna menguante. Setenta y dos personas lo recibieron y entendieron que había una reunión al tercer día de su recepción. Exactamente en el cuarto menguante de la Luna que estaba por llegar.
La reunión era en la casa de Zacarías. Durante todo el día, fueron llegando los varones convocados al efecto. Solo dos o tres entraron por la puerta de la casa del sacerdote, puesto que la mayoría utilizó el pasadizo de costumbre que estaba bajo la casa de Zacarías.
Juan besó a su madre y bajó con calma a la estancia inferior de su casa. Recorrió casi quinientos metros entre pasadizos angostos y llegó al final a una galería en forma de bóveda circular en la que se disponían sendas hileras de bancos de madera en torno a un centro donde estaba formado un rombo con doce piedras de colores que representaban las doce tribus de Israel.
La luz tenue de la sala salía de grandes velones colocados a lo largo de la pared. Una pequeña corriente de aire recorría los túneles que desembocaban en aquella gran sala subterránea. Se sabía que este lugar debía coincidir con el propio palacio de Herodes; incluso se sabía que alguno de aquellos pasadizos salía del propio palacio del tirano, aunque nunca había sido usado por el monarca, quizás por que lo desconocía.
Las túnicas blancas de los invitados dejaban asomar toda clase de diversas profesiones y de distintas categorías sociales. La mayoría eran esenios. Ninguno portaba armas. Tampoco tenían anillos, ni adornos ni metales sobre su cuerpo. Solo el espíritu despierto y predispuesto a la iluminación.
Se dispuso el ara con el pan y el vino y se encendieron los candelabros sagrados. Uno en memoria de Moisés y otro en memoria de Elías. Se entornaron los cantos al Sol, hasta que en un instante una extraña luminosidad inmaterial y fantasmagórica iluminó la sala. Todos y cada uno de los setenta y dos convocados cerraron los ojos y esperaron a que el espíritu les compenetrara en el silencio. La comunión se estaba dando.
Al poco rato uno de los presentes; un hombre bajito con muy poco pelo y que por más señas era herrero comenzó a hablar en una extraña lengua, que nadie conocía. Luego cayó de repente y esta vez con voz clara dijo:
- Yo soy el Espíritu del Señor de la Tierra.......
El amanuense comenzó a escribir con parsimonia, a la vez que la voz, ahora compenetrada de una especial sensación carismática siguió diciendo con pequeñas pausas:
- Procede o Zacarías a disolver a nuestra familia, pues está próximo el fin de muchos de vosotros. Mi vehículo ya está dispuesto. El señor de la Luz ha preparado a su vez el templo de quien ha de encarnarle. Todo se ha cumplido.
Se hizo una pausa expectante y la boca del hombrecillo siguió diciendo:
-¡Bendito aquel a quien yo señale en la frente, puesto que será templo perfecto de mi espíritu!.
Se acallo la voz y todos levantaron la mirada con curiosidad. Nada parecía haberse alterado, salvo el hecho curioso de que Juan, que estaba guardado la entrada de uno de los corredores se había quedado dormido, con la espalda apoyada en la pared.
Zacarías al ver a su hijo en aquella actitud irreverente se levantó y se dispuso a despertarle. Tomó una vela en la mano y se acercó al joven. Levantó con suavidad la cabeza que estaba apoyada con la barbilla en el pecho y quedo estupefacto al comprobar que en la frente de Juan se había formado nítidamente en carácter indeleble un signo extraño que nada ni nadie hasta entonces había conocido. Era una H con tres palos, que ocupaba toda su frente.
Se acercaron todos al joven y le observaron con calma. Poco a poco Juan se fue desperezando y finalmente se quedó asombrado de ver a todos los hermanos mirándole fijamente. Curiosamente, el símbolo de su frente se fue borrando poco a poco hasta desaparecer. Todos entendieron entonces que el joven no era, sino el habitáculo del Señor de la Tierra.
Pero no era ese el momento de la cohabitación sino que se debía esperar aún un tiempo para que la simbiosis se produjera.
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