Enviado por: Viviana Borlando
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Emociones y Salud
Un texto de Jorge Carvajal P.
Las emociones y la salud. I
Vivimos inmersos en atmósferas emocionales que inciden en nuestra salud tanto como el aire que respiramos. También respiramos el miedo, la alegría, la paz, la tristeza o la violencia de nuestro entorno. Nada es más contagioso que las emociones, sean estas positivas o negativas, hasta el punto de que bien pudiéramos hablar hoy de una epidemiología ligada a nuestros estados emocionales colectivos.
No sólo nos nutrimos de lo que comemos; lo que no podemos digerir psicológicamente genera problemas digestivos de igual forma que los alimentos contaminados. La ira crónicamente retenida se convierte en irascibilidad, que puede generar problemas biliares al igual que la alimentación inadecuada.
También las emociones proporcionan la energía y la información que, al cambiar nuestros estados anímicos, modifican la atmósfera emocional, que respiramos en nuestras familias y empresas. El amor ordena el ritmo cardíaco, el temor genera incoherencia y disarmonía en los pulsos del corazón. Esto reviste una importancia mayor hoy, pues sabemos ya que el ritmo del corazón es el marcapasos de todos los ritmos del cuerpo. Las emociones repercuten en el corazón y, a través del sistema vascular, en todo el cuerpo. También el ruido emocional genera alteración de los pulsos eléctricos de los centros que en el cerebro coordinan múltiples funciones vitales.
Los mecanismos de comunicación propios de nuestro organismo son pulsos químicos y eléctricos que, en buena parte, son modulados por nuestras emociones. El disturbio en estos patrones de pulsación rítmica provoca enfermedades de todo tipo. Y la causa más común de tal perturbación la constituyen las que denominamos emociones negativos o destructivas. Cada emoción produce un paquete de sustancias químicas que llevan codificado hasta el cuerpo su mensaje.
Pero las emociones no son en si misma negativas o destructivas, todas son necesarias para nuestra evolución. Somos nosotros quienes les damos una connotación negativa según las neguemos, las reprimamos o las canalicemos como formas primitivas de energía, que constituyen la materia prima de nuestras aspiraciones e ideales. Todos experimentamos miedos, iras, tristezas o depresiones en muchos momentos de la vida, pero lo que hace de estos movimientos de energía de la Psique eventos negativos o constructivos es nuestra propia forma de vivirlos. En general, toda emoción negada, reprimida o desbordada, se convierte en una emoción destructiva. Si no vivimos el temor desde la respuesta inconsciente y primitiva de ataque o huida, podemos alcanzar la sabiduría de la prudencia que es conciencia plena de nuestros propios límites. El temor negado conduce a la parálisis del pánico; el temor desbordado asume la forma de peligrosa temeridad. Podríamos incluso llegar a pensar que el temor extremo es el terror, y que la experiencia individual o colectiva del terror puede conducir al terrorismo. La reacción de ataque es la estrategia primitiva frente al peligro cuando no tenemos escapatoria posible. ¿El desplazamiento, la opresión económica y la marginalidad, que no dejan escapatoria posible a toda una sociedad, podrían estar en la génesis del terrorismo?.
Todas las tradiciones médicas del mundo reconocen la gran incidencia de la calidad de nuestra vida emocional en la salud del cuerpo físico. En nuestra medicina occidental reconocemos, por ejemplo, que la insatisfacció n laboral, los sentimientos de hostilidad, el no sentirnos queridos y la falta de soporte relacional, aumentan significativamente el riesgo de enfermedades como el infarto.
¿Qué hacemos hoy para que el hijo, el amigo, la secretaria, el portero, el esposo se sientan queridos por nosotros? La cordialidad, la amistad, la apertura de corazón, la comprensión amorosa nos han de permitir construir una cultura que supere la intolerancia y, más allá de la tolerancia, nos lleve a ser partícipes del reino de la hermandad. En ese, el reino del alma, Dios será al fin para todos un Dios de amor.
Emociones y Salud 2
Un texto de Jorge Carvajal P.
Emociones y salud II
El temor de morir
Dos emociones básicas dan colorido a nuestra vida: el amor y el temor. Así como la ausencia de la luz genera la sombra, la falta de amor es la madre del temor. El amor afianza al interior la confianza, de la que nace el sentimiento de seguridad. En esta seguridad nos autoafirmamos, nos reconocemos, nos amamos.
En el amor, las emociones destructivas se disuelven: con una pizca de ese amor, que en nuestro corazón es alegría, ninguna emoción se queda retenida, y por la misma razón no asume características destructivas. El temor puede ser el de perder, el de no dar la medida, el de no ser queridos. Todas esas variedades de temor están relacionados con un temor mayor: el miedo de morir. Sin embargo, la posibilidad de morir con alegría, esa muerte digna de quien vive el final de sus días como un nuevo amanecer, nos lleva a replantearnos la creencia de la muerte como el final de la vida. Se muere el cuerpo, es cierto, pero cuando reducimos la vida a la dimensión del cuerpo, terminamos creyendo que al morir el cuerpo se acaba la vida.
Y es que el miedo de morir, que es el padre de todos los temores, parte de esa confusión de la vida con el cuerpo. Sería sin embargo absurdo, que más de quince mil millones de años de evolución terminen para nosotros cuando muera nuestro cuerpo.
En una óptica religiosa se considera la continuidad de cada vida en la gran corriente de la Vida Una. Si sólo pudiéramos vislumbrar que la conciencia trasciende al cuerpo - como lo intuimos por los relatos de aquellos que han sobrevivido a la experiencia de una muerte clínica - cambiaría nuestra cultura de la muerte y se llenaría de un sentido trascendente nuestra vida.
Si ya no existe esa muerte concebida como un final, eso que hoy creemos que es la muerte, sería sólo la desaparición de la forma o la apariencia. Es como si la vida entonces fuera el viaje de la conciencia. El hecho de confundir la vida con el cuerpo nos ha llevado a confundir el músico con su instrumento. Lo cierto es que el espíritu es música, el alma es el músico y el cuerpo el instrumento. Cuando se destruye el instrumento, no desaparece el músico ni la música, aunque ya no los podamos escuchar.
La principal estrategia para vencer el miedo de morir es saber de veras, que la vida no termina, que a la vida no se le puede poner precio, que para vivir no es necesario agotar la copa del placer hasta el dolor, y que el amor no se acaba con el cuerpo, porque el viaje del espíritu que nos habita es un viaje eterno.
Comprender científicamente la muerte cambiaría nuestra vida de tal forma, que incluiríamos la muerte, al igual que el éxito y el fracaso, en el presupuesto de nuestra existencia. Otra cultura de la muerte nos haría a todos comprender que no se mata la vida porque la vida no es el cuerpo. Si supiéramos de veras que la vida es mucho más que un cuerpo no le pondríamos precio, no existirían ni chantajes, ni extorsiones, ni secuestros. No lucharíamos tanto contra la enfermedad y aprenderíamos sus lecciones, para sanarnos desde adentro. Si supiéramos que este cuerpo es un precioso instrumento del alma en su tarea de aprendizaje, de seguro que estaríamos más contentos disfrutando de él como el viajero que disfruta de la embarcación en que navega por el océano de la creación.
Admitir que la vida es sólo una consecuencia de un cierto ordenamiento crítico de moléculas, es como creer que las personas que vemos en la pantalla del televisor son sólo consecuencia de los cristales líquidos o del movimiento de los electrones. Existe alguien que por nuestros ojos mira, alguien que nos habita y toma posesión de nuestro cuerpo cuando nacemos, alguien que emprende el viaje de regreso cuando morimos: es el Alma, el músico, el intérprete de ese precioso instrumento que es el cuerpo. Vivida desde el alma, la muerte no es nada más que una transición, el proceso a través del cual la crisálida va naciendo al despliegue de sus alas.
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