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30 agosto, 2006

Amar y Despertar

Amar y Despertar
de John Welwood
 
 CONTRA LOS MUROS
¡Siempre has sido libre!
No te dejes engañar por el Yo y el Otro.
SARAHA
 
Incluso las parejas que comparten una misma visión de la relación, como una oportunidad de desarrollo personal o espiritual encuentran difícil ponerla en práctica, puesto, que deben considerar las dificultades del camino como desafíos creativos en lugar de problemas intratables. ¿Por qué será que cuando los dos miembros de una pareja tienen una fuerte conexión y las mejores intenciones, todavía hay ocasiones en las que su relación les hace sentirse atrapados y desesperados, amenazados y abrumados?
 
Lo que normalmente provoca que las parejas se sientan más bloqueadas son los conflictos repetitivos que no llevan a ningún sitio y que continuamente les conducen a la misma falta de comunicación y entendimiento. El mismo callejón sin salida aparece una y otra vez, haciendo estallar una infructuosa ronda de disputas y contra-disputas, acción y reacción, ataque y retirada.
 
Las tradiciones orientales tienen un nombre para estos círculos recurrentes de frustración que nos atrapan en su trampa: samsara. En términos occidentales, podríamos llamarlo simplemente infierno, como cuando la gente afirma que «el matrimonio es el infierno».
 
Aunque muchas parejas estarían de acuerdo en que tales peleas recurrentes son infructuosas, continúan repitiéndolas igual. ¿Por qué les es tan difícil a los amantes permanecer en la presencia brillante y dinámica que les atrajo el uno del otro en un principio? ¿Por qué, en cambio, actúan y reaccionan de maneras que generan tanto sufrimiento?
 
Cuando nos encontramos atrapados en medio de un conflicto con nuestra pareja, podríamos estar tentados a responder a esta pregunta concordando con el personaje de una obra de Sartre que declara que «el infierno son los demás». No obstante, sería mucho más exacto decir, «el infierno es cómo nos vemos a nosotros mismos en relación con los demás». Los conflictos que aparecen durante las relaciones se convierten en una pelea infernal o punto muerto cuando nos evocan y enganchan a algún tipo de identidad estricta del pasado que está asociada con un profundo dolor psíquico. Y el conflicto no puede ir a ninguna parte mientras continuemos representándolo con nuestra pareja en lugar dé dirigimos a su origen: la visión negativa de nosotros mismos que ha sido activada y que está socavando nuestro sentido básico de la existencia, la validez, o el valor.
 
Las identidades inconscientes
 
Douglas era un hombre inteligente y creativo que constantemente tenía problemas para controlar la ira de las mujeres. Cuando quiera que su pareja expresase ira, él reaccionaba con una justa indignación, diciéndose a sí mismo, «No necesito esto en mi vida». Esta reacción provenía de su propia visión de él mismo como una persona espiritual, alguien que nunca se rebajaría ante tales vulgares emociones.
 
Douglas había empezado a desarrollar esta sensación de distanciamiento durante su infancia, como una forma de protegerse de las feas y feroces luchas que tenían lugar entre sus padres. Pero sólo se trataba de una fachada que encubría su secreta creencia de que era alguien a quien la ira de las otras personas podía aplastar con facilidad. La ira de su pareja le amenazaba porque le hacía volver a evocar la dolorosa sensación de él mismo como una víctima. No era así como Douglas quería verse o ser visto por los demás. Por eso, su estrategia era tomar la delantera, adoptando una postura espiritual «superior» en un intento de evitar un conflicto con los demás.
 
Nuestro ego o personalidad condicionada está compuesto por varias identificaciones o imágenes propias y se desarrolla en la niñez como una forma de autoprotección. Siempre empieza como un intento de protegernos y compensamos por nuestra pérdida de ser, mediante la fabricación de ciertas cualidades que necesitamos, pero de las que nos parece que carecemos. Por ejemplo, si no recibimos el tipo de soporte que hubiera nutrido nuestra fuerza interna, podríamos tratar de ser fuertes a través de la fuerza de la voluntad: «Seré fuerte. No permitiré que esto me preocupe. Lo superaré.» Este intento de hacemos fuertes forma una identidad consciente: una imagen nuestra que promocionamos y defendemos para ocultar una sensación interna de carencia. Bajo la superficie, nuestra identidad consciente es una identidad inconsciente, nuestra identificación con esa carencia; en este caso nuestra creencia secreta de que realmente no somos tan fuertes, sino que, en cambio, somos débiles. Construimos una identidad consciente -una fachada o «tapadera»- para protegernos y ocultamos ante esa identidad inconsciente más dolorosa y amenazadora.
 
Así, la estructura de nuestro ego cumple una función útil durante la infancia. En un intento de suplir lo que nos falta, nos protege de tener que sentir dolor por nuestras pérdidas. Por ejemplo, nuestra fuerza fabricada que activamos tensando nuestros músculos o apretando los dientes, puede servirnos para soportar y sobrevivir a las circunstancias difíciles, y nos evita el tener que experimentar nuestra carencia de una verdadera fuerza interior. Pero más tarde en la vida, especialmente en las relaciones íntimas, esta fachada se convierte en un estorbo, ya que se trata de un falso yo que nos impide ser genuinos con nuestra pareja. También nos impide descubrir nuestra fuerza interior, que nunca puede ser fabricada, sino sólo descubierta como una cualidad intrínseca de nuestro ser.
 
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"Verónica Viglierchio" luzdelalma@jetband.com.ar
 

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