Laura Foletto
“Estoy harta de sufrir. He hecho terapia por veinte años y estoy igual… o peor. Ya no sé qué hacer. Estoy cansada”. Una mujer me decía esto en su primera sesión. Es bastante común en estos tiempos. Ahora que la Tierra está siendo iluminada por nuevas energías, nos sentimos empujados a despertar de la inconciencia del Ego.
La mayoría de las terapias psicológicas se centran en el Ego y, al hacerlo, lo refuerzan. Como mucho, modifican algunas variables, pero siguen atadas a su poder. Como bien dijo Einstein: “los problemas no pueden ser solucionados en el mismo nivel en que fueron creados”.
El Ego es una construcción del pasado y lo revive en cada instante. Ha creado distintos juegos y tiene una inercia propia que no nos precisa para continuar. Suena extraño, pero así es. Nuestro Ego no nos necesita. Simplemente, reacciona de la misma forma a cualquier estímulo que le recuerda a una situación o persona del pasado.
Una serie de ideas son disparadas ante algún pensamiento, que son nutridas por el fuego de las emociones: “él me miró raro cuando dije que no entendía; yo nunca entiendo nada; soy una tonta; ya papá me lo decía cuando iba a la escuela; no importa cuánto me esfuerce; siempre seré estúpida; no soy como los demás; no tendré oportunidades de salir de aquí; mi vida es una porquería; soy tan infeliz”. Miles de pensamientos como estos nos gobiernan cada día. Tenemos discos rayados que tocamos una y otra vez. Lo mismo sucede con las relaciones: nos dicen o hacen algo e inmediatamente, como un dominó, caen las fichas de los últimos incidentes hasta los primeros. Y, si lo siguiéramos, seguramente terminarían en nuestros padres (y hasta en vidas pasadas, si quisiéramos investigar más).
¿Cuál es el alimento del Ego? El sufrimiento. Es evidente que todos hemos pasado carencias, agresiones y sucesos difíciles en la infancia. Allí , creamos una historia triste y desgraciada con la cual nos identificamos y seguimos renovando en la vida adulta. Cuanto más sufrida es la historia, más grande es el Ego. Se revuelca a sus anchas en sus propios chiqueros de dolor y busca asociarse a otros para fortificarse.
Identificarnos es la palabra clave. Creemos que somos el Ego. ¿Acaso alguien nos enseñó otra cosa? Yo soy mis pensamientos, mis emociones, mi cuerpo, mis palabras, mis propiedades, mis relaciones… mi, mí, mío. Nos identificamos con lo que tenemos, porque todo pasa por la posesión. La base del Ego es la insatisfacció n: nada ni nadie es suficiente. Cuanto más tengo, más necesito porque el Ego desea desear, no lograr.
Incluso cuando estás en un proceso de terapia o de búsqueda espiritual, tú quieres ser otro, ser más, ser mejor. Eso también es del Ego. Te fuerzas a ti mismo a fin de seguir en carrera. Nunca hay paz. Paradójicamente, lo que eres no lo necesitas conseguir pues lo eres. Ningún lugar adonde correr o refugiarse: TÚ YA ERES.
Quizás, escuchas voces en disonancia: “¿cómo?, si yo soy tal cosa, si me falta tanto, si estoy tan (lo que sea), no soy nadie”. Eso es Ego. Tú ya eres Ser. ¿Cómo contactarlo? Estando presente, desactivando el poder del Ego.
La única forma de hacerlo es no reaccionar, es crear un espacio de observación en el cual puedas percibir los múltiples disfraces, las mil voces con que te identificas. Acepta lo que sientes, lo que piensas. Si lo peleas, lo refuerzas. Si lo explicas, lo continúas. Sólo obsérvalo. Distingue los patrones que te dominan. Date cuenta los aprendizajes. Respíralos y disuélvelos en la comprensión y la compasión. Aprecia la paz y el amor que surgen de tu esencia, de lo que eres.
Tu conciente y amorosa presencia es lo que necesitas para liberarte del sufrimiento y de las consecuencias de lo creado bajo la prisión del Ego. Y es, a la vez, la auténtica fuente de libertad porque sólo se puede elegir cuando tienes conciencia. Si no la tienes, tu Ego sigue imponiéndote sus dolores y juegos. Despierta a tu verdadero Ser. Únete a la Conciencia Universal y todo lo serás y todo lo tendrás.
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