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04 agosto, 2008

Artículo de opinión por Guillermo Herrera

¿Por qué nos
bloqueamos?

Queridos lectores. Déjenme que les cuente una experiencia personal e íntima que me costó mucho descubrir, por si les sirve de provecho. Todos hemos venido aquí con asignaturas pendientes y con lecciones que aprender. Lo bueno es compartir los progresos para ayudarnos mutuamente, ya que el avance de uno es de toda la familia humana, porque Todos somos Uno.

La gran pregunta es si todos somos Sat Chit Ananda, es decir Existencia, Conocimiento y Bienaventuranza absolutas, ¿por qué hay tantas miserias en el mundo? Si Yo Soy Dios (Aham Brahma Asmi) ¿por qué no logro manifestar la abundancia infinita del Cielo que me corresponde por derecho de nacimiento? Si yo soy un Hijo Muy Amado por mi Padre Creador ¿por qué no me invita al banquete del Cielo como en la parábola del hijo pródigo?

Estas preguntas me han atormentado durante años como un Koan o acertijo del Budismo Zen. He reclamado a gritos al Universo la Ley de la Abundancia y nadie parecía escucharme. He sollozado en mi almohada y sólo me oía mi gatito que me miraba asombrado. Sólo el conocimiento del alto precio kármico involutivo me ha impedido caer en la tentación del suicidio. Hasta que descubrí la existencia de bloqueos.

Nacemos inocentes porque estamos libres de deseos. A medida que deseamos cosas perdemos la inocencia. Los deseos no satisfechos crean frustraciones, y la frustración es la causa del bloqueo y de la maldad. Por eso decía Buda que el deseo es un veneno. El ser humano es una gran fábrica de deseos y frustraciones, y esa es la madre de todos los conflictos personales y sociales.

Nadie puede conseguir en la vida todo lo que quiere. La vida es aquello que nos pasa mientras hacemos planes para cambiarla, y mientras tanto nos las arreglamos a base de apaños y cambalaches. La Tierra Shan es el planeta de las penas, el planeta de los sueños rotos, de los deseos no satisfechos. Por eso hay tanta amargura, pero Cantinflas me enseñó que se podía bailar en medio de las penas. Era un gran iluminado y lo sigue siendo en otro plano.

Cuando no conseguimos lo que queremos vamos acumulando hostilidad contra nosotros mismos. Una hostilidad sutil e inconsciente que a veces la ignoramos, pero que nos amarga la vida, nos borra la alegría y nos oscurece la mirada. Perdemos la sonrisa al mirarnos en el espejo, saludamos a los demás con frialdad, y nos volvemos serios y graves si no caemos en la depresión.

Para poder convivir con esa hostilidad sin volvernos locos caemos en distintos tipos de adicciones y tranquilizantes que a su vez producen más bloqueos como un círculo vicioso, como el pez que se muerde la cola. En cierto modo nos despreciamos, porque las cosas no salen perfectas y no logramos controlarlas. Un día me dije “no me soporto a mi mismo” mientras lloraba de rabia.

Este desprecio sutil e inconsciente es lo que nos cierra la llegada de las cosas buenas de la vida. Por lo tanto somos nosotros mismos los que nos cerramos la puerta, y los demás nos la cierran como reflejo de lo que llevamos dentro. Acumulamos rencor contra nosotros mismos.

Ésta es la pista de la respuesta a la gran pregunta:
- ¿Por qué no me llega la abundancia?
- Porque no me he dado permiso.
- ¿Por qué no me lo he permitido?
- Porque no me he perdonado mis fracasos e imperfecciones.

Esta comprensión me llevó a descubrir este mantra:

ME PERDONO A MI MISMO
Y ME DOY PERMISO PARA FLORECER Y PROSPERAR.

Las lágrimas rodaron por mis mejillas. Era la primera vez en mi vida que me estaba dando Permiso para Florecer y Prosperar. Era la primera vez que perdonaba a un personajillo al que despreciaba en lo más íntimo llamado Guillermo Herrera.

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