En la última fase de vida consciente de una persona suelen prevalecer las sensaciones y experiencias placenteras. Desde luego, es una idea muy confortadora que el moribundo en los ultimísimos momentos de su vida no sufra al parecer, cuando nosotros, que estamos fuera, nos tememos lo contrario en virtud de las señales que podemos percibir.
Muchos moribundos conservan la conciencia hasta poco antes de su muerte y están en condiciones de mantener una conversación. Investigaciones realizadas demuestran que el setenta por ciento de los moribundos mantienen una perfecta orientación espacial y temporal hasta veinticuatro horas antes de su muerte, y hasta quince minutos antes de espirar un veinticinco por ciento es capaz de hablar.
Un indicio de la muerte cercana es, a menudo, el hecho de que el moribundo apenas admite ya alimentos ni líquidos. Por lo general el moribundo quiere más reposo y claramente se observa que duerme más tiempo. Cuanto más se acerca la muerte más fríos y pálidos van quedando los brazos y las piernas. El
pulso se hace cada vez más débil. A menudo la parte inferior del cuerpo cobra
un color más oscuro. Cambia la respiración, que se hace más plana y a veces se presentan largas pausas respiratorias. Secreciones de mucosidades y flujos en las vías respiratorias producen a menudo un chasquido o atragantamiento de la respiración. El rostro puede aparecer pálido y hundido.
Muchos moribundos caen en una inconsciencia cada vez más profunda, otros se muestran inquietos, quieren abandonar el lecho a toda costa, llaman o hablan con personas que no están presentes. A veces se presentan mucho tiempo antes de la muerte unas fases en las que el enfermo grave está desorientado y perdido. Nadie es capaz de decir desde cuándo un moribundo no puede ya percibir, oír y sentir nada. Aunque aparentemente está inconsciente tal vez puede escuchar lo que le decimos.
En cierto momento el moribundo deja de respirar, y llega la muerte. La vida se extingue con diferente rapidez en los distintos órganos. El tejido cerebral queda irremediablemente dañado ya a los pocos minutos de que el corazón haya dejado de latir; y pocos minutos después ocurre lo mismo con el músculo cardíaco. Otros órganos permanecen todavía durante horas en una especie de estado intermedio, en el que todavía puede persistir la impresión de un resto de vida. Se dan tal vez contracciones de la musculatura o se puede escuchar un ruido gutural en el cuerpo muerto. A las pocas horas se extiende la rigidez cadavérica, que sólo vuelve a desaparecer a los dos o tres días debido al curso de la corrupción que ya ha empezado.
Sin embargo, la persona, que podía ver y sentir, aquella con la que habíamos hablado y vivido, esa persona no está ahí. Lo que nosotros vemos y tocamos es sólo el envoltorio, un vehículo, el cadáver. La salida del cuerpo físico ha sucedido de modo irrevocable.
José Manuel Molina Ruiz y David Subirons Vallellano
SOBRE LA MUERTE
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