Las Cuatro Etapas de
NUESTRA EVOLUCIÓN
Por ARTUR
Miembro del Consejo y de la Coordinación de Figueira.
Miembro del Sector de Estudios, Conferencista
Cuanto más amplia sea nuestra conciencia, más amplia será la manera de relacionarnos con la energía y más elevadas las leyes universales que contactaremos.
Podemos reconocer cuatro etapas básicas en nuestra evolución:
La primera es la del ser humano común, que lleva la vida normal de esta civilización.
La segunda es la de quien tiene cierta aspiración por algo superior y comienza a diferenciarse de la conciencia de masa.
La tercera es la del aspirante que caminó un poco más en dirección ascendente.
Y la cuarta es la del ser realizado, que alcanzó uniones internas y se relaciona con la energía y con el mundo formal de manera mucho más libre.
Los que se encuentran en la primera etapa están interesados en disfrutar de la vida, pero les interesa poco las consecuencias de eso. Casi nunca tienen presente el bien de los demás. Desean lo convencional y se esfuerzan sólo por obtener más placer en todo lo que hacen. Su seguridad se encuentra en las cosas materiales. Esto genera muchos desequilibrios y conflictos.
El aspirante inicial, que está en la segunda etapa, percibe que los patrones convencionales de la sociedad están en franca degradación. Por esto busca, en cierto grado, conducir su vida según otro orden. Quiere descubrir la verdadera naturaleza de los bienes materiales, del sexo, del sentimiento y del pensamiento. Quiere descubrir su propia alma. Comienza a disciplinarase y a liberarse de influencias de la vida común. Sin embargo, ese aspirante, cuando se encuentra con álguien más sabio o experimentado, se siente disminuido, se justifica, revela su naturaleza humana aún inmadura, necesitada de alineamiento y de purificación. Su aspiración aún no es lo suficientemente fuerte para sobreponerse a las fuerzas de la vanidad y de la autoafirmación.
En cambio, el aspirante avanzado asumió por completo la búsqueda de valores internos y trata de expresar en su vida el patrón de comportamiento más elevado posible. Está interesado en hacer todo con calidad, en usar cuidadosamente la energía. Es capaz de autocontrol en cualquier campo. Para él nada es problema; su aspiración es firme y él permanece estable en el centro de su ser. Espontáneamente busca orientación de los más evolucionados y recibe con reverencia la instrucción.
Los seres realizados, que alcanzaron la cuarta etapa, trascendieron los condicionamientos del ámbito mental, del emocional y del físico de su ser; lidian con desenvoltura con las fuerzas que circulan en esos ámbitos, siempre enfocados en un nivel más elevado. Se unieron al núcleo interno de la conciencia, que puede ser el alma, el cuerpo de luz ó la mónada, dependiendo del grado de su realización. No alimentan apegos ni pasiones. Los centros de energías superiores de sus cuerpos sutiles están activos; por lo tanto, se relacionan con la vida de manera diferente. El movimiento de las fuerzas instintivas, astrales y mentales que existe en el campo planetario no llega a turbarles el entendimiento, como ocurre en las etapas anteriores. Por esto, no necesitan ni reglas ni disciplinas formales. Viven según una disciplina interna, están unidos y son fieles a las leyes superiores de la evolución. No necesitan consejos, ya que reciben del propio interior las orientaciones para el servicio que deben desempeñar.
En cada una de esas etapas nos sometemos a leyes específicas y tenemos conductas características. Sólo por intuición o por obra de la Gracia podremos comprender a alguien que caminó más que nosotros. No podemos penetrar su perspectiva porque nos faltan los correspondientes parámetros.
Cuando recorremos esas etapas, necesitamos reconocer con exactitud aquella en la que estamos, y en ella dar lo mejor que podamos, para pasar a la siguiente. Es importante saber que la condescendencia con estados de etapas anteriores oscurece la percepción. Desde el punto de vista energético, esa condescendencia representa una caída. Cuando esto ocurre, se cierran ciertos pétalos en los centros magnéticos del ser. Por ejemplo, si estamos desarrollando el amor incondicional, propio del centro cardíaco, y somos complascientes con reacciones de centros inferiores, tales como la autoafirmación, los deseos intensos y las pasiones, el centro cardíaco se retrae. Es necesario rigor para que la ampliación de la conciencia prosiga sin dificultades. Tampoco conseguiremos vivir artificialmente algo de una etapa más avanzada.
Podemos contar una historia muy instructiva sobre este tema. Un ser evolucionado pasaba la vida peregrinando de aldea en aldea. A donde llegaba, era muy amado. Ayudaba a todos, instruía y curaba. No llevaba nada consigo, sólo la túnica que le cubría el cuerpo. Cierta vez, se hospedó en la casa de una joven pareja y el marido insistió para que lo aceptase como discípulo. El santo, a pesar de advertir que no estaba lo suficientemente maduro para llevar adelante dicha propuesta, consintió. Impuso una única condición: el joven no debería llevar nada consigo.
Partieron al amanecer. Tendrían que cruzar un desierto para llegar a la próxima aldea. Después de caminar durante toda la mañana bajo el sol, el joven se mostraba cansado e impaciente. Además, era casi la hora del almuerzo y sentía mucha hambre. Se detuvieron para descansar y bebieron agua de un pequeño pozo de barro. El santo premanecía sereno, en silencio. El joven no se contuvo y con una mirada astuta sacó de entre su ropa un pequeño morral con alimento para los dos. El santo recibió impasible su parte, agradeció al cielo lo ofrecido y después de alimentarse se dirigió al joven y le dijo: "Para ti, este alimento es fruto de tu esfuerzo y perspicacia. Para mí, fue enviado por Dios por tu intermedio. Es mejor que retornes a tu casa y que vivas conforme a las leyes que te corresponde vivir. En cuanto a mí, seguiré mi camino".
Con esto vemos que cada etapa evolutiva tiene sus leyes. En las etapas iniciales hay una determinada manera de ocuparse de la subsistencia. Si aprende, el aspirante puede depurarse y alcanzar el escalón siguiente. Quien ya se realizó, sigue una evolución supranatural. Está unido a los aspectos superiores de la Ley Universal.
Siempre existió, a través de los siglos, la posibilidad de que quienes aspiran a esa elevación realicen un trabajo intensivo en ese sentido. Las escuelas de misterios y los monasterios antiguos proporcionaban la debida disciplina y una atmósfera para que se pudiese asumir el propio escalón y pasar al siguiente. Allí se le imprimía un nuevo ritmo a la naturaleza humana.
Durante mucho tiempo esa búsqueda de verdad se revistió de un ropaje místico de acuerdo con los impulsos que en ese momento impregnaban el planeta. En general, los aspirantes eran poco prácticos. Expresaban devoción y sincero anhelo de entregarse a Dios, pero les faltaba la capacidad de concretar gran parte de la ralidad que presentían en su mundo interior.
Hoy, algo cambió. Estamos bajo la regencia de nuevos impulsos, que nos aportan orden, ritmo y un modo más directo de relacionarnos con la vida universal. En otras palabras, no basta ser místicos, nos corresponde también ser ocultistas, es decir, conocer las leyes de la manifestación y aprender a aplicarlas correctamente.
Estos nuevos impulsos estimulan en la humanidad una conciencia grupal, que corresponde a la vida de las almas. Abren camino para que esa conciencia se proyecte en el mundo externo. Nos incentivan a llevar una vida cotidiana disciplinada, a un ritmo de realización. Pero lo que las personas hacen con las oportunidades que dichos impulsos les proporcionan, depende de la etapa en que se encuentran.
Si estamos camino de una evolución supranatural, podemos reconocer los actuales impulsos evolutivos y adherir a ellos. Podemos, como nunca antes, disciplinarnos. Sea en la etapa del aspirante inicial, sea en la del avanzado, tenemos que aprender a usar la energía según nuestra meta. De ese aprendizaje provendrá el modo cómo nos relacionaremos con la palabra, con el tiempo, con los bienes materiales, con el dinero, con el sexo, con el deseo, con el sentimiento, con el pensamiento. Tenemos que ser precisos y correctos en todo para que la vida del espíritu pueda realmente expandirse.
Y vale recordar que cada uno es probado en su punto más débil.
Fuente: Boletín SEÑALES No. 7/05 de Figueira
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