La generosidad implica más que simplemente dar: significa también cooperar con los demás. El mayor acto de generosidad es el de ir más allá de las flaquezas y errores de otros con nuestra visión, y ayudarlos a reconocer sus valores innatos.
Quienes son genuinamente generosos son los que se han esforzado por superarse. Tales personas poseen la capacidad de ser generosas porque comprenden el profundo esfuerzo que implica lograr la bondad. Sienten empatía porque entienden las dificultades que afrontan quienes intentan conocerse a sí mismos. Una persona generosa también es benévola hacia quienes prefieren hacer caso omiso de la bondad o incluso criticarla, pues sabe que la necesidad del bien no se puede pasar por alto indefinidamente.
Quienes nunca han intentado mejorar tienen poca o ninguna tolerancia hacia otros. Puesto que nunca han hecho frente a sus propias deficiencias, no pueden responder a las de otros con comprensión. Sus corazones son avaros. Si damos o compartimos con intención errónea, lo que hagamos nunca será satisfactorio. Quizá sintamos que los otros son desagradecidos, insensibles o incluso egoístas, pero el verdadero problema es que no reconocemos nuestras propias motivaciones egoístas. Si el propósito central de nuestra vida es conseguir algo, ciertamente nunca obtendremos nada; al menos nada de valor duradero.
Cuando ofrecemos desinteresadamente nuestros recursos personales, nuestro tiempo y virtudes, eso es lo que recibiremos. El amor y el respeto deben darse libremente, no se pueden exigir. La bondad auténtica se mide según la capacidad de ser genuinamente bueno con todos. Compartir la bondad denota una naturaleza generosa.
Los mayores tesoros de la vida son el amor, la paz y la felicidad, y la única manera de incrementarlos es dándolos a los demás. Aunque sólo tengamos un poquito de alguno de estos tesoros, si lo damos lo veremos crecer. Por ejemplo, si no tenemos mucha paciencia pero utilizamos la poca con que contamos, crecerá nuestra habilidad de ser pacientes.
La generosidad del espíritu incrementa todo lo que poseemos y nos da simultáneamente todo lo que necesitamos. Si somos avaros, todo lo que tenemos dentro se reduce. Cuando la gente es avara y egoísta trata de acumular; tiene la pasión de coleccionar todo lo posible, tanto en el plano emocional como en el material. A veces llegará a extremos enfermizos, pero el esfuerzo y la lucha únicamente le dejarán una gran pobreza de espíritu: la mente y el corazón se sentirán vacíos.
Brahma Kumaris World Spiritual University
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