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28 marzo, 2013

Esclavitud Moderna y Tradicional

Actualmente hay más esclavos que nunca, ¿Cuántos trabajan para ti?

La esclavitud es una práctica cuya vigencia cuestiona los fundamentos éticos de la sociedad contemporánea; actualmente existen 270 millones de esclavos y muchos de ellos trabajan para ti.



Generalmente tendemos a concebir la esclavitud como un oscuro episodio de nuestro pasado histórico. Sin embargo, al analizar con cierto detenimiento las condiciones actuales, y si recurrimos a algunos datos que afloran en estudios recientes, entonces podemos comprobar que este lamentable fenómeno social goza de mayor vigencia que nunca. Lo anterior resulta ciertamente paradójico si tomamos en cuenta que desde 1981 no existe país alguno que permita, al menos dentro de su marco legal, esta actividad.

Desde hace una década ya se había documentado en un estudio de Richard Re, publicado en la Harvard International Review, que alrededor del mundo existen, por lo menos, 270 millones de esclavos –y aunque resulte difícil de creer esto significa que actualmente hay más esclavos que a mediados del siglo XIX, cuando el auge de esta práctica provocaba que 25 millones de personas vivieran bajo este denigrante régimen–.
La mayoría de los esclavos contemporáneos se encuentran sometidos bajo este modelo producto de la obtención de prestamos financieros, informales, que deben luego de pagar con su trabajo. Pero si bien este formato tiene sujetos a aproximadamente el 90% de las personas que calificarían como esclavos, obviamente no es la única manifestación del sometimiento ilegal de una persona para realizar labores forzadas. Aquí deberíamos de incluir miles de casos de explotación infantil, trata de personas –sobretodo en contextos de prostitución–, o incluso lo que sucede con inmigrantes alrededor del mundo, a quienes les retienen sus pasaportes y les obligan a trabajar en condiciones miserables bajo la amenaza de ser entregados a las autoridades locales.
Un reporte publicado recientemente por la SumAll Foundation, se propuso traducir en cifras la actualidad de la esclavitud. Por medio del infográfico que resultó de este ejercicio, sabemos que, por ejemplo, un esclavo en Brasil, está destinado a generar $8,700 dólares a lo largo de toda una vida de arduo y forzado trabajo, mientras que su equivalente en la India deberá contentarse con solo $2,000. En cuanto a rentabilidad, lo más cotizado es poseer un esclavo sexual ya que este representa ganancias a su dueño de unos $18,000 dólares, si se encuentra en Tailandia, o de $49,000 si opera en California.
¿Sabías que tu vida cotidiana aprovecha la condición de esclavitud de miles de personas?
Hace unos años el músico y cineasta Justin Dillon decidió dedicar su vida a abolir la esclavitud contemporánea. Para ello formó un movimiento, y dirigió el documental Call+Response. El éxito de este documental sobre la trata de personas fue tal que eventualmente el gobierno estadounidense se acercó a Dillon y le ofreció su respaldo para crear una iniciativa que amplificase el mensaje central: hacer conciencia entre la población mundial sobre este triste y poco publicitado fenómeno. En respuesta nació Slavery Footprint, campaña cuya principal herramienta es un sitio web y una aplicación que, a través de un simple cuestionario, determina tus lazos con la esclavitud contemporánea, es decir, que tanto te beneficias de esta práctica –por más que la condenes abiertamente, es interesante confirmar que si realmente quieres desestimularla, entonces tendrás que cambiar algunos hábitos y sacrificar algunas de esas frívolas pertenencias a la cuales la mayoría nos hemos vuelto asiduos–.
Al terminar la encuesta (haz click aquí para tomarla), la organización te ofrece diversas maneras de participar para erradicar el fenómeno. Más allá de lo intrigante de este ejercicio, el responder al cuestionarlo, el simple hecho de que exista te obliga a reflexionar sobre tu estilo de vida, sobre tus prioridades y tus hábitos. Además, implica dejar de ver esta problemática como algo ajeno a tu contexto particular genera un lazo de identificación que a la larga podría resultar determinante para modificar aquellas prácticas que nutren la existencia de un régimen que todos criticamos pero que, inconscientemente, todos incentivamos. Por ejemplo, en mi caso, tengo a 36 esclavos trabajando para mi, la mayoría de ellos ubicados en el sureste asiático.
Recordemos que uno de los requisitos indispensables para consumar la transformación que nuestro mundo requiere, es aceptar individualmente nuestra responsabilidad al ser de alguna u otra manera partícipes del modelo que hoy nos rige.
Existen más 270 millones de personas que sobreviven en situaciones de esclavitud. En un mundo interrelacionado somos responsables de todo cuanto se hace en el planeta. Estudios de la Unión Europea sostienen que millones de personas padecen formas de trabajo y de prostitución forzados. También la servidumbre por deudas y la explotación infantil que afecta a cerca de 300 millones de niños.
Los esclavos de hoy pueden ser inmigrantes que trabajan de sol a sol en viveros de agricultura intensiva en Europa o en Estados Unidos, obreros de la construcción a destajo y sin derechos reconocidos, así como tejedores de alfombras o de prendas deportivas en Asia para las grandes transnacionales. Los esclavos de nuestros días padecen tratos brutales en ambientes más estresantes que los de la antigüedad, porque estos no sabían que eran sujetos de derechos.
La esclavitud fue definida, en 1926, por la Convención contra la Esclavitud, como “el estatus o condición de una persona sobre la cual se ejercen algunos de los poderes asociados al derecho de propiedad”. Así se ampliaba el ámbito de la esclavitud, reconociendo otras formas similares.
Hay diversos mecanismos de sometimiento a la servidumbre. Uno es el laboral, del cual participan los niños forzados a trabajar en textiles de India, en minas del Congo o fabricando aceite en Filipinas, o las mujeres de las fábricas de Vietnam, los emigrantes birmanos en Tailandia y los haitianos forzados a cortar caña en República Dominicana, los esclavos en las plantaciones de bananas en Honduras y los subcontratados por fábricas de calzado y prendas deportivas en Camboya.
La esclavitud sexual es otra forma de sometimiento aberrante. A las redes de explotación sexual que afectan a mujeres, a niños y a emigrantes, hay que añadir formas de matrimonio forzado que entrañan la esclavitud de las mujeres. A pesar de que la Convención de la Esclavitud (1956) prohíbe “cualquier práctica o institución en la que la mujer, sin el derecho de renunciar, es entregada en matrimonio a cambio de una compensación económica o en especie a su familia”, todavía permanecen vigentes en muchos lugares acuerdos de matrimonios con contraprestación económica. También algunos inmigrantes avecindados en Europa tratan de imponerlos, en nombre de tradiciones que no son admisibles en los países de la Unión Europea que ellos eligieron en busca de otro nivel de vida. Si no respetan las normas que nos han permitido alcanzar estos modelos de bienestar, lo adecuado es que se vuelvan a sus lugares de origen.
En algunas zonas rurales, las deudas familiares se saldan con la entrega de niños como “servidores de por vida”. Es conocido en los países receptores de inmigrantes el terrible endeudamiento de quienes llegan sin papeles y caen en manos de mafias criminales que los explotan bajo amenaza de vengarse en sus familias.
Hay que considerar como forma de esclavitud lo que sucede con los niños reclutados a la fuerza por los ejércitos de Sudán, de Somalia, Liberia, Zaire o Sierra Leona. En Latinoamérica hay miles de adultos coaccionados para alistarse en ejércitos regulares, en guerrillas o grupos paramilitares.
La raíz de la actual esclavitud está en la pobreza absoluta de zonas cada vez más amplias del planeta y en la explotación sistemática que de los más débiles practican compañías transnacionales que no respetan fronteras, ni reconocen ley ni más orden que sus beneficios económicos.

¿En qué consiste la esclavitud moderna?

La idea que viene a la mente de muchas personas cuando escuchan la palabra esclavitud, es la compra y venta de personas, su envío desde un continente hacia otro y la abolición de este comercio a comienzos del siglo XIX. Incluso si no sabemos nada acerca de la Trata de Esclavos, es algo en lo que pensamos como parte de nuestra historia, más que de nuestro presente. Sin embargo, la realidad es que la esclavitud sigue presente HOY.
A millones de mujeres, niños, niñas y hombres de todo el mundo se les obliga a vivir como esclavos. Si bien a esta explotación a menudo no se le llama esclavitud, las condiciones son las mismas. A las personas se les vende como a objetos, se les obliga a trabajar por salarios irrisorios o sin salario, y viven a merced de sus “empresarios”.
La esclavitud existe hoy día pese a que está prohibida en la mayoría de los países donde se practica. También la prohíbe la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 y la Convención Suplementaria sobre la Abolición de la Esclavitud, la Trata de Esclavos y las Instituciones y Prácticas Análogas a la Esclavitud, de 1956. Hoy día, hay mujeres de Europa oriental que trabajan en la prostitución en condiciones de servidumbre por deudas, se trafica a niños y a niñas entre estados de África Occidental y en Brasil se obliga a hombres a trabajar como esclavos en haciendas agrícolas. La esclavitud contemporánea adopta diversas formas y afecta a personas de todas las edades, géneros y razas.

¿En qué consiste la esclavitud?

La esclavitud tiene características que la distinguen de otras violaciones de los derechos humanos. A un esclavo:
  • Se le obliga a trabajar – mediante amenazas psicológicas o físicas;
  • Se le convierte en propiedad (y bien productivo) de un “empresario”, generalmente mediante maltrato físico o mental o mediante amenazas de maltrato;
  • Se le deshumaniza y se le trata como a una mercancía, o se le compra y vende como a una “pertenencia”;
  • Se le limita físicamente o se le impone restricciones a su libertad de movimiento.

¿Qué tipos de esclavitud existen hoy?

El trabajo en condiciones de servidumbre afecta a por lo menos 20 millones de personas en todo el mundo. Las personas se convierten en trabajadores en condiciones de servidumbre cuando aceptan, o se les engaña para que acepten un préstamo que apenas alcanza para cubrir el costo de los medicamentos para un niño enfermo. Para poder pagar la deuda, se ven obligadas a trabajar durante largas jornadas, siete días por semana, 365 días al año. Como “pago” por su trabajo, reciben alimentación y resguardo básicos, pero probablemente nunca consigan saldar la deuda, que puede traspasarse a sus familiares a lo largo de muchas generaciones.
El trabajo forzoso se refiere a niños y a niñas que son captados ilegalmente por gobiernos, partidos políticos o individuos particulares y que son obligados a trabajar – generalmente mediante amenazas de violencia u otros castigos.
Las peores formas de trabajo infantil se refieren a niños y niñas que trabajan en condiciones de explotación o de riesgo. Decenas de miles de niños y de niñas en todo el mundo trabajan en plena dedicación, privados de la educación y de la recreación que son vitales para su desarrollo personal y social.
La explotación sexual de niños y de niñas con fines comerciales . Se explota a niños y a niñas por su valor comercial mediante la prostitución, la trata y la pornografía. A menudo se les secuestra, compra o vende, o se les obliga a ingresar al mercado del sexo.
La Trata implica el transporte y/o el comercio de seres humanos, usualmente mujeres o niños y niñas, con fines de lucro, mediante la fuerza o el engaño. A menudo se engaña o se obliga a mujeres migrantes para que ingresen al trabajo doméstico o a la prostitución.
El matrimonio precoz y el matrimonio forzado afectan a mujeres y muchachas a quienes se casa sin permitirles elegir y a quienes se obliga a llevar vidas de servidumbre que frecuentemente van acompañadas de violencia física.
La esclavitud tradicional o “propiedad personal” implica la compra y venta de personas. A menudo a estas personas se les secuestra en su hogar, o bien se heredan o se ofrecen como obsequios.
El sistema económico neoliberal ha propiciado condiciones de pobreza, injusticia, desempleo. A esto se suma el hecho que no existan trabajos dignos, y que una familia no pueda alcanzar una mejor calidad de vida, explica el investigador irlandés en sociología del trabajo y docente de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, Patrick Gun Cuninghame.
“Carlos Marx habló del ‘esclavismo asalariado’ en el siglo XIX. Dijo que los trabajadores de Inglaterra, y otros países laboraban en condiciones peores que los esclavos de las plantaciones caribeñas de Estados Unidos”, detalla Cuninghame.

“Nuestro mundo sería mas vivible si los beneficiarios del trabajo del prójimo estuviesen mejor informados del “proceso” del trabajo y de la vida práctica de los trabajadores y no tuviesen el hábito de recoger con indolencia los frutos del trabajo de otros”

Wilhelm Reich

La esclavitud: una práctica presente como nunca en la historia (y necesaria para el sistema)

Contrario a lo que podría pensarse, la esclavitud es una realidad laboral sumamente presente en el mundo, con 270 millones de personas padeciendo esta práctica que, en cierto sentido, nunca se erradicará mientras vivamos en un sistema que se basa en la obtención de ganancia por medio del trabajo.
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Podría pensarse que la esclavitud es una práctica superada y abolida en este punto de la historia. Los esclavos, podríamos pensar, son personas que solo en el pasado fueron forzadas a trabajar sin un salario digno a cambio, en condiciones indignas y aun en contra de su propia integridad, tratados como una subespecie e incluso como si pertenecieran a un estrato inferior que no mereciera mayores consideraciones.
Esto, sin embargo, no es cosa del pasado. Por el sistema económico en el que vivimos —y para cual, según el mismo sistema nos hace creer, no hay alternativas— la esclavitud es una realidad “laboral” persistente, sobre todo en lugares donde el imperio del capital se sobrepone al de la ley, donde la vida humana —su cuerpo, su energía— se incorpora a una cadena de producción de la que es otro elemento más, tan importante o tan trivial como el objeto manufacturado o la materia prima empleada.
De acuerdo con datos que ofrece Cameron Conaway en el sitio Alternet, actualmente hay más esclavos que en ninguna otra época de la historia: alrededor de 270 millones en todo el mundo. Una realidad lamentable pero, podría pensarse en un inicio, contradictoria. En efecto: la apabullante cifra tiene que ver, en buena medida, con la cantidad de población que hay en el planeta. Pero esta es una falacia si pensamos que la esclavitud debería ser una realidad inadmisible en este punto de la historia, una de las prácticas que en el proyecto de la modernidad, que al menos en la letra decía privilegiar el progreso y la consecución de un estado de bienestar colectivo e igualitario, desaparecería por sí solo.
Solo que no es así. Millones de personas en el mundo se encuentran esclavizadas en una de múltiples maneras. Después de las armas de fuego, el tráfico de personas es la segunda industria ilegal más grande del mundo, mayoritariamente de mujeres y niñas destinadas al mercado sexual, y hasta 1.2 millones de niños cada año.
En muchos círculos —escribe Conaway— el término “tráfico de personas” se tiene como eufemismo para la esclavitud moderna. La definición la da la ONU en su Protocolo de Tráfico: “el reclutamiento, transporte, transferencia, albergue o recepción de una persona por medios tales como la amenaza, el uso de la fuera y otras formas de coacción, secuestro, fraude o engaño con fines de explotación”. Esta explotación se presenta típicamente en la forma del sexo o del trabajo, según lo señaló hace poco la sobreviviente Ima Matul: “No importa de qué tipo. El sexo es noticia, pero todas las formas son inhumanas. El tráfico es tráfico”.
En el caso especial de los niños, no son pocas las organizaciones, algunas de ellas criminales, que los emplean porque representan un menor riesgo para sus intereses. Sea como parte de los mecanismos del tráfico de drogas o en labores que se creerían menos ilegales como la cosecha de enormes campos de cultivo (como en Zimbabue, donde los niños reciben un dólar por cada 60 kilogramos de hojas y ...), este sector de la población es uno de los más susceptibles de volverse esclavos.
La maquila, de algún modo la quintaesencia del capitalismo, es otro caso paradigmático: miles de personas en Ciudad Juárez, en el sureste asiático, en las amplias bodegas de Foxconn en China, trabajando jornadas inhumanas en la fabricación masiva, desmesurada, de productos que Occidente consume insaciablemente. Miles de personas que fácilmente pueden y son sustituidas por otro tanto que espera resignadamente su turno en la fila para formar parte de este sistema.
De ahí que inevitablemente surja la pregunta de si de verdad, en algún momento, el proyecto de la modernidad se propuso eliminar la esclavitud. Si nuestro sistema apoya su supervivencia en la ganancia y esta se obtiene, fundamentalmente, de escamotear el costo del trabajo —siempre insuficiente, por definición—, ¿de verdad la esclavitud puede desaparecer del mundo en su forma actual?
Con información del Alternet
prisionero[1]

SOMOS ESCLAVOS DE NOSOTROS MISMOS

En nuestro día a día, experimentamos el hecho de depender de alguien, sobre todo si al trabajar nos ponemos a disposición de otro, aquel que ejerce autoridad sobre nosotros siempre se sentirá señor de nosotros, puesto que experimenta de alguna manera el poder de tenernos a su servicio. Existe sin embargo la posibilidad de que no tengamos a nadie que nos mande, por el simple hecho de que al tener nuestro negocio propio no hay nadie que tenga autoridad sobre nosotros. Frente a esta situación podemos caer en la tentación de pensar que no somos esclavos de nadie.
Imagina un día cualquiera, te levantas y tu mente empieza a divagar por asuntos de trabajo que dejaste pendientes el día anterior. Mientras te duchas y te vistes sigues repasando mentalmente qué debes hacer hoy cuando llegues a la oficina, pones el café en el microondas y tu mente se pregunta qué habrá que comprar para la cena. Ha pasado media hora desde que te levantaste y en ningún momento te has encontrado presente, disfrutando y consciente del momento. No has disfrutado la ducha, ni del café, ni de la agradable sensación de ponerte ropa limpia. No has besado a tu pareja, ni has acariciado a tu gata que te sigue desde que te levantaste.
Esta es una situación muy común. Me atrevería a decir que el 99,9% de la población somos esclavos de nuestros pensamientos, nuestra mente divaga sin control de una cosa a otra sin enfocarse en lo importante, EL AHORA. Si esto fuese una excepción durante el día, no pasaría nada, el problema es que nos ocurre mientras nos hablan, mientras comemos, mientras jugamos con nuestros hijos, etc. Nuestra mente cambia de canal como aquel que cambia de canal de TV cada 2 minutos. No disfruta de nada, distraída por completo, no ve la peli, tampoco el documental ni las noticias. Es un compulsivo que por supuesto, sufre de ansiedad, preocupación y tristeza.
Al no poder acallar nuestra mente y centrarnos en lo que está ocurriendo, nos perdemos la vida y terminamos con ansiedad porque nos estamos preocupando por cosas que en ese momento no podemos resolver. Por ejemplo, el clásico adicto al trabajo que llega a las 10 de la noche de la oficina. Su pareja le sonríe, lo besa y le dice que la mesa está puesta. Le ha preparado unos macarrones gratinados deliciosos. Mientras le cuenta cómo le ha ido el día, el Sr. adicto al trabajo no puede dejar de pensar en la reunión de hoy (la he arruinado, como pude dejarme el PowerPoint en casa) y la de mañana (tengo que llegar media hora antes para preparar la documentación, es muy importante). Este el pan de cada día de una sociedad enferma en la que la ansiedad, las prisas y la preocupación campan a sus anchasmientras que la concentración, la consciencia y el AHORA están en peligro de extinción.
Cambiarlo no es fácil, estoy de acuerdo. Yo mismo debo recordármelo a diario para no olvidarlo, pero se puede. ¿Cómo te sentiste la última vez que quedaste atrapado por una buena película? No solo porque te gustó realizar esas actividades, la razón principal es que durante una o dos horas estabas centrado, tu mente no divagaba, no había preocupaciones, solo importaba ese momento, ese remate, esa frase sarcástica del autor que te hizo reír a carcajadas.
Puedes vivir la mayor parte de tu vida en ese estado. No hace falta esperar hacer un descenso a tope esquiando ni a ver a esa persona que tanto deseas, lo puedes hacer cuando te cepillas los dientes, cuando juegas con tus hijos o cuando charlas con tu pareja. Lo puedes hacer cuando trabajas, incluso en cosas que no te gustan mucho y también lo puedes hacer en medio del tráfico. No es fácil, pero se puede. Tu mente que es cabezota cambiará de canal miles de veces, pero te corresponde a ti dirigirla y volver al presente cuantas veces sea necesario.
 

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