Así como en el sepulcro no termina nuestra vida, tampoco empieza en la cuna. Morir en la tierra es nacer en otro mundo, como nacer a nuestro mundo es haber muerto en otro. Nuestra alma tiene un ayer, como también tiene un mañana. No pudiendo en una sola existencia corporal realizar todo su desenvolvimiento, y para adquirir todo el progreso al que es susceptible, renace varias veces en este u otros globos, adquiriendo en todas sus diferentes existencias corporales algún adelanto, sin poder retrogradar nunca - y menos todavía encarnar en el cuerpo de un animal o caer en profundidades infernales de dolor y agonía eterna -, doctrinas estas que la malicia y la ignorancia ha pretendido imputarnos, pero que no se sustentan ante la claridad profunda e inmaculada de nuestros corazones.
El alma progresa, nunca va hacia atrás, y unas existencias son consecutivas de otras. ¿Han visto las mariposas de matizadas alas despojarse de su crisálida, esa envoltura dentro de la cual el otrora insecto que se arrastraba por el suelo se transforma? ¿Las han visto libres y ligeras revoleteando por el aire, luminosas en medio del perfume de las flores?
¡No hay imagen más fiel de la muerte! También el hombre tiene una crisálida que la muerte descompone.. El cuerpo humano, vestidura de carne, vuelve al gran muladar. Nuestro cuerpo, que queda atrás como mísero despojo, vuelve al laboratorio de la naturaleza. Más el alma evolucionante, después de cumplida su obra, se lanza a una vida más elevada con nuevas tareas, que sucede a la vida corporal como el día sucede a la noche, y separa cada una de nuestras encarnaciones.
Penetrados de estas ideas, ya no le tememos a la muerte. Osaremos mirarla de frente sin terror. No más miedos, no más lágrimas, no más aparatos siniestros ni tétricos cantos. Nuestros funerales se convertirán en una fiesta en la cual celebraremos la libertad del alma y su regreso a la verdadera patria.
La muerte es la gran reveladora, soporta con calma los males que tu mismo has elegido. Siembra entonces - aunque muchas veces aguijoneado y madurado por el dolor y las lágrimas -, el grano del amor y la sabiduría en tu corazón, que este también brotará en tus próximas vidas.. Ama y siembra así también para los demás, como otros han sembrado para ti, contribuyendo asi con la realización de tus sueños.
Acepta que eres inmortal. Avanza con paso firme por el escarpado sendero hacia las alturas, desde donde el porvenir te aparecerá sin velo. La salida es áspera.., frecuentemente inundará tu rostro de sudor, pero desde la cumbre verás despuntar la realidad y verás remontar el sol de la verdad y la justicia.
La voz que así nos habla es la de los muertos, los que dejaron estas tierras, las de las almas queridas que nos han precedido en el país de la verdadera vida. Lejos de dormir debajo de la losa, velan por nosotros. Ellos nos dicen: Ya no más dudas estériles..; trabajen y ámense, y un día cuando hayan terminado su tarea, la muerte nos reunirá.
Hermano amado que lloras ante los tristes despojos de tu padre, de una madre, de un hijo, un hermano o de un amigo a quien amabas.., seca pues el llanto, enjuaga tus lágrimas. Cuando sientas tu corazón lacerado por la muerte de un ser amado, abre el pecho a la esperanza de que la muerte no existe. La nada no existe, es una negación quimérica.
No lloren por los muertos por que ellos viven.. Sus lágrimas les causan pesar y tristeza. Recuérdenlos, si. Recuérdenlos mucho. Tengan siempre para ellos un lugar en sus mentes, guárdenles un espacio en sus corazones, pronuncien su nombre con cariño y respeto. Tengan siempre una plegaria para ellos y esto acrecentará su amor y los lazos que los unían se estrecharan más y más. Y cuando haya llegado la hora de la libertad, al despertar en el otro mundo, tendrán la dicha de hallarse en brazos de aquel amado ausente, que solícito les prestará toda clase de auxilios y guiará sus pasos en la nueva vida a la cual entrarán.
Esta es una versión revisada y expandida por mi del valioso texto que Michel Eindiguer, hombre sencillo pero profundo estudioso de si mismo y de la vida, escribió con la sabiduría del corazón poco tiempo antes de morir..
Rafael Ferraro
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